Dios tiene un plan. (Fuente: AMC)
Esta crítica se ha escrito tras ver los diez episodios de la cuarta temporada de ‘Preacher’ y contiene spoilers.
Se ilumina el cuadro. Sin cuernos infernales ni trompas ominosas que anuncien el fin. Sin fundidos, directo a la yugular. Un cielo mortecino se cierne sobre la llanura, que lo delimita y termina de componer un paisaje en el que la naturaleza, la belleza del caos, lo domina todo. Vibran las cuerdas de una guitarra country al tiempo que lo hacen también las de una garganta áspera, avisando de la llegada del solitario peregrino que entra en escena a lomos de una bestia de metal. No es la primera vez que Preacher se engalana de western tan claramente, pero sí la última.
La serie de AMC (aquí, en HBO España) con la que Seth Rogen, Evan Goldberg y Sam Catlin adaptan el brillante cómic de Garth Ennis y Steve Dillon se ha acabado. Transcribiendo la entrevista con Graham McTavish (que interpreta al Santo de los Asesinos) hace unos días, me di cuenta de lo divertida que es Preacher y de lo poco (nada) que se ha hablado de ella. El arranque flojito de esta tanda de episodios mostraba un cierto óxido, sí; pero llegados a este punto, ha resultado ser menos la desgana del último empujón y más la desazón del final del camino.
Sigamos con el último episodio, el décimo de la temporada final. Pocos minutos han pasado de esa última canita al aire para la memoria del cine de pistoleros y ya estamos enfrascados en otra de las sangrientas refriegas que abundan en la serie. No han sido pocas en estas cuatro temporadas. En la tangana no solo se arrancan carne y flema: los personajes de esta road movie subliman a través de la violencia su incapacidad para aceptarse y aceptar a los demás. En una última gran catarsis, montada con mucho estilo, el párroco Jesse Custer, el vampiro Cassidy, la estafadora Tulip y compañía ajustan cuentas; cada uno con quien le toque y consigo mismo.
El nuevo mesías es la clave para el apocalipsis. (Fuente: AMC)
El pecado original
Esta ha sido, sin duda, la temporada más difícil para los personajes, completamente perdidos en su búsqueda de paz personal, que exteriorizan en esa caza colectiva de un Dios fugitivo. En las últimas horas de la serie los hemos visto apuñalarse, traicionarse, dispararse unos a otros. Y todo para nada: cayó el telón a mitad de temporada, descubriendo el no-plan de la deidad on-the-run para los humanos. El solemne barbudo quería cepillarse a toda la población, condenada por sus pecados, para empezar de nuevo el proyecto Tierra y ahorrarse las redenciones y todo ese rollo. Muy Preacher.
Debajo de la odisea del trío protagonista, que ha hecho escala en Texas, Nueva Orleans, Australia y Judea, no hay más que dolor. Los continuos desplazamientos inter-temporada no han sido más que intentos desesperados de encontrar la paz en un lugar nuevo, dejando atrás otro podrido proyecto de hogar que no funcionó. Con su final, la serie rompe la tendencia y coloca por fin a los personajes en un punto sin retorno: hora de saldar deudas. Con el pasado, con la religión, con el sistema o con lo que sea.
Y se purgan los crímenes. “Tu pecado original”, le dice Dios a Jesse mientras comparten una cerveza en una tumbona, refiriéndose a los remordimientos que el protagonista arrastra desde que, de adolescente y por una rabieta, rogara al cielo que su padre ardiera en el infierno. Con tan mala pata llegó el capricho puberal que al señor Custer le pegaron un tiro al día siguiente, y el chaval embalsamó su culpa con atracos y crimen primero, y por la vía catecumenal después.
No te metas en política
El viaje de Jesse, corriendo enloquecido detrás del Padre (el del pelo blanco y los poderes mágicos, no el suyo) para exigir una explicación a los horrores del mundo y encontrar así alivio para sus propios demonios, se ha vuelto explícitamente político en esta temporada. Los guionistas (que han tenido (enormes) altibajos en el relato de las historias pero no han dejado nunca de sorprender en cuanto a los discursos sociales que eran capaces de insuflar a su serie) convierten con esta última temporada su representación herética de la fe cristiana en un comentario mucho más amplio sobre el liberalismo, el capitalismo y el supuesto libre albedrío.
La crítica a la religión es mucho más profunda en esta temporada. (Fuente: AMC)
Preacher siempre ha pisado charcos de estos con una sonrisa en la cara, pero alcanza su profundidad máxima aquí, a través de la intertextualidad. En concreto, con un fragmento de El Álamo, la película de John Wayne de 1960 y su perorata imaginando las bondades de una República de Texas, en medio de la guerra con México por la independencia. “Os di libre elección y habéis elegido fallar”, les ha espetado repelente en más de una ocasión Dios a los personajes. Pero estos pobres diablos no han elegido nada (desde el “héroe” hasta el “villano”, si es que los hay). Se les ha puesto a prueba una y otra vez hasta que poco más podían hacer que equivocarse.
La libertad solo existe si se tienen recursos para ejercerla. Ese berenjenal ideológico es el que decide enarbolar Preacher para este último empujoncito, y lo confirma con una pequeña concesión: proyectando como encabronada estrella del rock a Eugene, el único inocente entre todos esos desgraciados, que ha pasado más penurias que nadie en estos cuatro años.
¿Cómo han quedado las cosas?
La foto finish de la serie es clara y llega con poca anticipación. Esto es lo que hay, asúmelo. Jesse y Tulip tuvieron una hija (reparando la pérdida de un bebé anterior, que les había hecho separarse durante años), Cassidy nunca volvió a visitarles y a Dios le metió un balazo en la cara el Santo de los Asesinos (que también había matado a Satán, desfogándose con cualquiera que pudiera haber sido responsable de la horrible muerte de su familia). Herr Starr, el megalómano católico, se libró de cualquier responsabilidad, esquivando a la justicia sin muchos problemas, y juega al golf. ¿La balanza queda equilibrada? No sabría decirte.
Después de este empate grotesco en el marcador, lo único que calma la sensación de angustia es esa preciosa escena final entre Cassidy y la hija de Jesse y Tulip, ya fallecidos los dos (y muy mayores, quién lo diría). Y, aun así, esto no parece un final. No hay mucha parafernalia ni grandes letanías, porque el guion ya de por sí esquizoide que Rogen, Goldberg y Catlin se han pasado cuatro años bañando en LSD y punk ateo no podía acabar de otra manera. Es un western post-crepuscular, y esos westerns no acaban bien. Simplemente acaban. Quizá haya hueco para un último cigarrillo en silencio, mientras la polvareda se disipa, pero no para las lágrimas.
‘Preacher’ está disponible completa bajo demanda en HBO España.
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