(Fuente: Ben Rothstein/Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver ‘El Camino: Una película de Breaking Bad’ y no contiene spoilers.
El Camino es una película sobre los recuerdos. Como tv movie que continúa la historia de Jesse Pinkman tras los sucesos de Breaking Bad, era difícil que no lo fuera. Y la mirada con la que se acerca a ese pasado, por supuesto, está marcada, atormentada por la firma estilística de la serie de Vince Gilligan. Es él mismo además el que escribe y dirige esta última calada al aire de Jesse.
Producida por Sony Pictures TV para Netflix (aunque también se emitirá en AMC, de momento en EEUU), el telefilme de Gilligan está irremediablemente hipnotizado por la figura de Aaron Paul. La narración salta adelante y atrás, mostrando los días anteriores y posteriores a Felina (último episodio de la serie y fin del cautiverio de Jesse) con bastante gracia, sin incidir demasiado en los cameos ni convertirse en un plato únicamente del gusto de los fans. Hay apariciones, sí, pero cada vez que rasgan el tejido argumental para introducirse en él lo hacen llenando la pantalla de nuevos significados, que enriquecen a El Camino.
Ya lo hacía así Better Call Saul, distanciándose de la serie madre y convirtiendo los personajes reciclados en reformulados; y la tv movie le sigue los pasos. Su apertura, con una de esas estrellas invitadas, no es solo un capricho. Volved a ver esa maravillosa primera secuencia junto al río en cuanto hayáis acabado la película y veréis a qué me refiero. Por suerte, el equipo de El Camino entendió bien que no podía aspirar a hacer de esto un último episodio-epílogo, porque no funcionaría. La de Netflix es una tv movie, y se rige por otras normas. Sus elementos, como el principio y el cierre, resuenan entre ellos en otra frecuencia.
Aunque quizá sea cuestión de presupuesto y acceso a “mejores” cámaras, parece que también han querido marcar esa distancia con el medio televisivo a través del formato de la imagen, rodando en un expansivo 2.35:1 que se opone a la pantalla completa de la serie original y que obliga a reposicionar los elementos en el cuadro para conseguir los ya tan familiares “planos Breaking Bad”.
Mantiene la identidad visual y narrativa de la serie
Con todo y con eso, la identidad sigue intacta, la visual y la narrativa: vuelven los insectos simbólicos, los time-lapse y los planos imposibles con paletas de color lisérgicas, así como el relato aburrido, incómodo y exageradamente masculino. Eso es lo que nos gustaba de la serie, ¿no? Su fuerte personalidad, al calor de la referencialidad posmoderna. Pues aquí hay para dar y tomar.
Puede que ese sea también el único pero que puede ponérsele a la tv movie: no haber intentado romper con la familia de obras de Gilligan. Hay grandísimos momentos a-lo-Breaking–Bad, es cierto (las secuencias en el piso de Todd son un verdadero festival); pero prácticamente ninguna de nuestras expectativas para el tratamiento de Jesse se ha cumplido. Eso no significa que sea mala. De hecho, no lo es.
La película es infinitamente menos psicológica de lo que podíamos imaginar. El pasado traumático de Jesse se representa de manera más explícita que profunda; las cicatrices que no vemos, las internas, apenas reciben minutos. Y, aun así, parece que la franquicia de Vince Gilligan ha encontrado su propio lenguaje. Ese “Camino” resulta no ser el viaje emocional de Jesse, sino el modelo del coche en el que huye; pero hay pequeños signos (atentos a las matrículas, ya relevantes en la serie) que nos hablan desde otro lugar, desde los códigos propios de Breaking Bad. El paisaje blanco engulle, por fin, el amarillo podrido de los desiertos de Albuquerque, y sabemos que Jesse ha llegado al final del trayecto. Nadie lo dice y, sin embargo, lo entendemos.
‘El Camino: Una película de Breaking Bad’ está disponible bajo demanda en Netflix.
‘El camino’: Lo que queremos ver en la película de ‘Breaking Bad’ de Netflix
La ‘tv movie’ llegará a la plataforma el 11 de octubre, continuando la historia de Jesse Pinkman, y esto es lo que…fueradeseries.com