‘Cowboy Bebop’ será pronto una serie de imagen real.
Hay quien gusta de decir que no queda originalidad en nuestra época, como si la hubiera habido en otras. El arrebato del remake que nos acorrala hoy es solo un bubón más de una fiebre vieja como la Biblia, y la industria de la animación lo protagoniza a menudo. Los productos que despide este sector, desde el cigoto marginales en comparación con las ficciones hermanas de imagen real (¿real?), pueden llegar a considerarse merecedores de una adaptación de carne y hueso si asoman la cabeza lo suficiente; si prueban que alguien más aparte de los cuatro frikis que aquí nos congregamos querrá pagar por verla.
El último ejemplo sonado es la versión que prepara Netflix de Cowboy Bebop, reverenciado anime de profunda inspiración ecléctica, soap opera retrofuturista que merodea entre el jazz y el heavy metal; pero hay más. La plataforma de streaming anda también preparando una serie live action de One Piece, si no el anime más querido por los aficionados, sí uno de los más longevos –sobre 900 episodios calza–. Esta no ha pasado del anuncio, pero la revisión de Cowboy Bebop cuenta ya incluso con casting anunciado. Ambas vendrán de la mano de Tomorrow Studios, aparente escudero escogido por Netflix para la justa de trasladar lo nipón a lo global.
En ese cruce de caminos entre lo concreto y lo universal está John Cho, intérprete designado para el papel de Spike Spiegel, el alicaído cazarrecompensas protagonista de Cowboy Bebop, que es uno de esos actores que te suenan pero no sabes muy bien de qué. Mantener esa extrañeza familiar, el notar que algo está fuera de su sitio pero ser incapaz de señalarlo, es el reto capital de las adaptaciones live action de obras animadas, ejemplares de grafito en carne viva que podrían copar el horizonte de las guerras por las licencias en tanto que la estrategia para el resto de mercancía, la del producto de imagen real de origen, siga siendo meter en nómina exclusiva a los creadores, al estilo del studio system, y reducir la competencia.
Eso mismo, apretar algunas tuercas sin desbaratar el conjunto, hizo Watchmen, la serie de HBO, que, aunque no bebía de una serie animada (pero sí de un tebeo, que por ahí anda), es un ejemplo ideal de adaptación de un producto de nicho a un medio mainstream. En esa traducción de signos y significados todos, desde el que no había pasado una página de cómic en su vida hasta los devotos patológicos de la obra de Alan Moore, nos unimos en la catártica humillación compartida de no entender un pimiento de lo que pasaba.
Entiendo que eso persigue la adaptación de Cowboy Bebop: transformar una serie de Shin’ichirō Watanabe, con lo que eso implica, en una serie de Netflix, con lo que eso implica. Deberá hacerlo para contentar al mismo tiempo al público general y al del negociado animado, que es un colectivo fiel pero también comodón y de intereses rígidos. Podemos arrebujarnos en lo prometedor de las previsiones, toda vez que en la producción de la serie están arrimando el hombro tanto Sunrise, la productora responsable del anime original, como Chris Yost, guionista de Thor: Ragnarok.
Se les impone algo más que un lavado de cara también a Las supernenas, que conocerán pronto el live action de la mano de The CW, Heather Regnier (Veronica Mars) y Diablo Cody (Juno). La serie de Cartoon Netwoork, mito de los 90 y los 2000, ya trascendió las estrecheces de su tiempo para devenir en historia intergeneracional (de novela a narración, que diría Benjamin) con un relanzamiento, igualmente animado, en 2016. Esta nueva versión, sin embargo, pretende recuperar lo que planteó este sketch paródico hace 6 años: protagonistas veinteañeras, vidas contemplativas. El usuario Fred Pertrench lo ponía negro sobre blanco hace dos meses en la caja de comentarios del vídeo: “Esto solía ser una broma”.