(Fuente: AMC)
Esto es un David Simon en su salsa, respondiendo a The New York Times:
La cantidad de personas que escriben blogs online sobre televisión es ridícula. No saben lo que estamos construyendo. Y, por cierto, eso también vale para las personas que dicen que somos geniales. Ellos no lo saben. No importa si lo aman o lo odian. No significa nada hasta que haya un principio, un medio y un final. Si quieres que la televisión sea un medio narrativo serio, te enfrentas a una gran cantidad de dinámicas humanas que están en tu contra. Entre ellas, las personas que llegaron tarde a ‘The Wire’, plantaron los pies y quieren explicar ahora a todo el mundo por qué es tan genial. Alegra oírlo. Pero no estabas prestando atención. Te llevaron allí al final y, en términos generales, estás afirmando las cosas equivocadas.
Tras aquella volcánica declaración -¿existe alguna otra tonalidad en el genio de Baltimore?-, algunas de las mejores plumas de la crítica estadounidense (Zoller Seitz, VanDerWerff, Sepinwall) reflexionaron sobre un dilema consustancial al relato por entregas: ¿analizar la parte o el todo? Pero, ¿qué demonios es el todo? ¿El episodio? ¿La temporada? ¿La serie completa?
Ummm.
Es una cuestión interesante, más aún desde que Netflix decidió quebrar el rito del visionado colectivo al favorecer la glotonería narrativa poniendo toda la temporada disponible de una tacada. Que el visionado tradicional, fragmentado y dilatado durante semanas, tiene muchos beneficios lo certifican cadenas con fuerza en el streaming como HBO, que productos tan emblemáticos como The Mandalorian hagan a medio mundo suspirar por la llegada del viernes o que Amazon Prime Video decidiera que uno de sus buques insignia (The Boys) emitiera su segunda temporada de forma escalonada, a diferencia del atracón de la primera.
Es relevante citar el contexto, puesto que existe un elemento clave a favor de la crítica semanal: participar en la conversación, debatir interpretaciones, atisbar lo que otros no ven, marcar tendencia. Con el modelo Netflix, eso es más complicado de mantener. De hecho, Alan Sepinwall -por citar a una de las referencias de la crítica global- anduvo durante años modificando la forma de acercarse a las series de la compañía de Reed Hastings, sin atinar: probó con reseñas agrupando varios episodios, singularizando solo algunos, o apostando por analizar toda la temporada completa.
Sin embargo, la crítica semanal también tiene sus pegas. Parte de la gracia de una crítica proviene de la inevitable tendencia a aventurar por dónde puede discurrir la trama. Es decir, en la discusión suele merodear siempre un aspecto “prospectivo”. Esto hace que series que contengan misterios o sorpresas puedan encontrar cómo se les desbaratan antes de tiempo. En puridad, esto no tiene por qué ser “culpa” de la crítica, puesto que también hay tuits, wikis, youtubes, e hilos de Reddit, pero la idea de fondo es la misma. Pongamos un ejemplo.
La experiencia del espectador de la primera temporada de Westworld debió de ser muy diferente si uno la visionó semanalmente en otoño de 2016 y andaba al día de la conversación crítica en torno a ella. Sin desvelar spoilers, digamos que se convirtió en lugar común teorizar sobre quién era, en realidad, uno de los personajes, algo que se desvelaba en la season finale. En este caso, la crítica semanal -que también se hace eco de cómo los fans desentrañan la trama, bien sea en los comentarios a sus artículos o porque también trajinan las redes sociales- podía hacer que la experiencia del visionado de Westworld resultara menos plena desde un punto de vista narrativo, al anular el efecto sorpresa.
Otro ejemplo de los avatares de la crítica semanal, de nuevo en su relación con la progresión narrativa, es lo que le ocurrió a Matt Zoller Seitz en el espectacular tramo final de la cuarta temporada de Breaking Bad. El penúltimo episodio (4×12 — El fin de los tiempos) nos evitaba la perspectiva completa de Walter White, de modo que sucedían cosas que no terminaríamos de encajar hasta más tarde, con ese lirio del valle. Zoller Seitz es demasiado brillante para escribir al tuntún, así que ya desde el título se guardaba las espaldas con un signo de interrogación: “¿Se ha trastabillado Breaking Bad cerca de la línea de meta?” El subtítulo sintetizaba el problema analítico: “O una trama torpe ha roto el momentum final de una gran temporada, o esta serie anda por delante de su audiencia una vez más”. Era lo segundo, por lo que releer hoy aquella crítica provoca una sensación de desfase.
La última variante que me gustaría comentar es cuando un relato pierde fuelle de manera estrepitosa. Al inicio de la segunda temporada de Homeland, la crítica estaba anonadada por el extraordinario nivel de la serie, capaz de conjugar las heridas internas de los protagonistas, el relato geopolítico, el drama familiar, la historia de amor y un thriller vertiginoso donde el ratón persigue al gato mientras se enamora. Compensa rastrillar la hemeroteca para recordar los concienzudos análisis que se hicieron de Q&A (2×05), un episodio agónico y emocionante como pocos. Aquel entusiasmo por el que parecía uno de los mejores episodios de la década aquella semana se fue desinflando como un suflé, hasta convertir la segunda temporada de Homeland en la crónica de un quiero y no puedo. ¡Plof!
En consecuencia, uno de los mayores problemas de la crítica semanal es también uno de sus mayores placeres: “Exacerbar y resaltar imperfecciones que están ahí, pero que quizá no resulten tan significantes dentro del conjunto como pensamos”. Ya para otra semana dejamos la reflexión sobre qué series podrían ser las más aptas para la crítica semanal y por qué. Que, oiga, la vida también es serial y hay que administrar sus episodios…