#Luimelia es una serie muy peculiar desde su concepción. Y no solo porque coja a dos personajes que existen en una serie ambientada en los años setenta y los lleve al presente sin dar mayores explicaciones de este viaje temporal, que también. Sino porque la serie nace de un hashtag que el fandom de Amar es para siempre popularizó. El shippeo (este palabro sí que lo aclaro: el seguimiento de una relación sentimental en una ficción) y su ruido en redes sociales era tal que se llegó a la conclusión de que había que crear de ahí todo un universo.
Esta historia introductoria sobre la ficción de Atresplayer Premium -hecha para quien no esté al tanto- no es nueva, pues #Luimelia ha lanzado tres temporadas ya y prepara su cuarta. Pero sigue siendo interesante reflexionar sobre cómo ese origen marca y marcará el camino que siga, sirviendo además para constantes tira y afloja entre los guionistas y las espectadoras (sí, en femenino plural, porque la mayoría son mujeres, pero los hombres están ahí también incluidos), tanto en redes como dentro del propio relato.
El juego con los géneros y la ruptura de la cuarta pared ha sido una constante en el recorrido de la serie -no podía ser de otra forma en un producto con semejante concepto-, pero se ha sublimado este año con el episodio 3×03, titulado El tercero de la tercera, uno de los más inspirados de toda la serie y un valiente ejercicio de metaficción. En él vemos a unos (quizás no tan) ficticios Borja González Santaolalla y Diana Rojo, los padres de la criatura, creando un episodio de su propia serie; una especie de making of o una broma interna que se convierte en episodio en sí mismo. Y que, curiosamente, está escrito por otras guionistas, Eva Baeza y Anna Marchessi.
Lo que Borja y Diana dicen a través de sus alter egos no es solo interesante porque nos permite imaginar cómo es una sala de guion poco romantizada (con esos chistes sobre la envidia hacia «los putos Javis») y porque sean capaces de reírse de sí mismos, sino porque verbalizan el constante diálogo que vive la serie entre creadores y seguidoras. Las fans nos matan si hacemos esto o aquello. Y es algo que todos los guionistas se han preguntado alguna vez: ¿Hay que hacerles caso a los que ven una serie?, ¿importa que se enfaden quienes hicieron sus teorías sobre Bruja Escarlata y Visión y no se cumplieron?, ¿podemos sentirnos estafados todavía por el final de Perdidos y pedir explicaciones?
Hay guionistas que mantienen que a los fans nunca hay que darles lo que quieren porque entonces las ficciones serían planas y complacientes. Los propios guionistas de Amar es para siempre, cuando Amelia y Luisista estaban en la serie, solían contestar, ante las quejas de que la pareja nunca pudiese ser feliz, que si no había drama no había historia. Si todo está bien, nada está pasando. ¿O no?
De todo esto nace un poco #Luimelia y es a la vez hándicap y virtud. Nos topamos con otro término, otro anglicismo, el del titular: el fanservice, u ofrecer al espectador exactamente lo que quiere. Y sí, #Luimelia es complaciente porque es un producto hecho para fans y, hasta cierto punto, debe darles lo deseado (esto es: que Luisita y Amelia sean felices, se apoyen y se quieran, sin el sufrimiento que tenían en Amar es para siempre) porque a diferencia de otras ficciones esta existe simplemente por su fandom. Pero tienen que pasar cosas, claro. Y ahí vienen los baches.
Uno de los grandes fuegos que ha vivido esta serie fue el final de la segunda temporada, que puso más el foco en dos personajes secundarios, María y Nacho, que en las protagonistas. La decisión, en frío, se entiende: si no podemos darle drama a Luisita y Amelia, démoselo a otros personajes y que nos sirva para hablar indirectamente de ellas. El cabreo de las fans también es comprensible: el furor por Luimelia nace porque las relaciones sentimentales de lesbianas están infrarrepresentadas en la ficción, así que no me pongas a unos cisheteros a robar el escaso metraje. Y parece que Borja y Diana, los reales, tomaron nota.
La tercera temporada de #Luimelia, en cambio, optó por un final para su arco absolutamente indulgente hacia las fans más quejicosas. Tras unos episodios en los que se maceraba un problema por falta de comunicación y entendimiento, Luisita y Amelia se contaban sus pensamientos y llegaban a un punto en común. Se querían, se besaban, bailaban y comían perdices (o pastel de marihuana, en su caso). Y está bien. A mí personalmente, el episodio 3×06 no me pareció de los mejores de la serie, pero entiendo el regocijo de otro sector de sus espectadores. Quizás no es la decisión creativa más intrépida, quizás no nos deje en shock en el sillón, pero no todas las series viven de eso.
#Luimelia vive del constante diálogo con el fandom, del ligero equilibrio entre el fanservice y la innovación, del mañana te daré lo que quieres, pero déjame que hoy te cuele esto otro que a mí me interesa. Y aunque yo me quedo más con episodios como el 3×02 y el 3×03, celebro que la serie sepa a quién se debe y que no intente huir de eso que, a fin de cuentas, también la engrandece.