Hace ya algunas semanas que por estos lares se habla mucho de Ataque a los titanes. Yo ni la he visto, ni pienso hacerlo. Para qué, si leí algo del manga en su momento y tengo a quien me mantenga al día por si ocurriera cualquier cosa noticiable en algún episodio rebelado entre esos cortes que no son ni primos lejanos del ritmo. No se puede estar a todo, algo hay que dejar pasar en esta carrera de aceleración que se acaba de pronto, y mi tren perdido —cada cual tiene uno o dos de estos comodines para gastarlos como quiera— es esta serie.
Será precisamente eso, que leí Ataque a los titanes antes de verlo, por lo que no encuentro en ningún lado las tripas para sentarme a que me estirajen en cuatro horas de metraje lo que ya conozco por un tomo que tardé en beberme una y poco. Comprobado: la primera gran revelación sobre el protagonista de la serie, sufrido habitante de una ciudadela pseudomedieval que ha ido recluyéndose en murallas concéntricas por miedo a una raza de gigantes deformes y antropófagos, llegaba al final del primer cuaderno del manga, editado entonces en nuestro país por Norma. Por lo que veo en Netflix —donde hay disponibles tres temporadas; en Amazon, dos—, ese mismo giro en las pantallas alcanza al espectador en el clímax del episodio octavo. No, gracias.
El trasvase del manga al anime es siempre una puñeta. A Death Note, por ejemplo, se le caía la seriedad por el camino: lo que en papel funcionaba con un ritmo a la carta, al tempo de la musiquilla que cada uno se imaginara, en el frasco de la serie resultaba siempre estridente y marciano, como encajonado. En cambio, me da que Ataque a los titanes incluso se benefició de dar el salto a la imagen móvil, porque ni siquiera en el feísmo alevoso de los primeros diseños del anime tienen cabida las tintas horrendas que traía de fábrica el tebeo, escrito e ilustrado por Hajime Isayama.
Alegarán los que sí la sigan que la culpa de aquello era de WIT Studio, la productora que firmó las tres primeras temporadas, o, por el contrario, que son los técnicos de MAPPA que han recogido el testigo para el último envite —estos sí, con participación en los gastos y en la recaudación— quienes perpetúan ese estilo. Estos últimos tienen en el currículum ya la primera mitad de una cuarta entrega que se ha dado en llamar temporada final, y que ha emitido gratis y al día —simulcast, en la jerga— Selecta Visión, la propia distribuidora, en su página web. La fiesta de los titanes acabó el domingo pasado, de Ramos, pero la resaca de sus golpes de efecto todavía maltrataba meninges en el de Resurrección; por delante, casi dos años de ley seca hasta la última cogorza. Igual me animo.