María Pedraza en una de sus publicaciones en redes. (Fuente: Instagram)
Anunciar maquillaje, ropa u hotelazos en el Caribe. Instagram se ha convertido en el mejor escaparate para determinados productos y las marcas utilizan a los influencers para llegar a su audiencia. A veces estos son modelos profesionales, actores, cantantes y otras veces simplemente eso, influencers. Prescriptores que cuentan con un alto número de seguidores y que hacen de su cuenta personal un negocio.
Es una actividad profesional muy respetable, por supuesto, siempre que se haga dentro del marco legal y fiscal que le corresponda, pero de un tiempo a esta parte la etiqueta influencer ha pasado de ser cool a ser denostada. Se asocia a ni-nis que venden cualquier cosa, que no se comportan con profesionalidad o que, incluso, extorsionan por conseguir productos gratis. Una mezcla entre el hombre-anuncio de Compro Oro, con toque chic, y el pícaro de toda la vida. Hay de todo en ese mundillo, claro, pero la realidad general es otra: ser influencer requiere tiempo y dedicación, esto es, trabajo. ¿Viajan mucho y tienen cosas caras? Suerte suya, admiración de unos y envidia de otros.
Influencers ha habido toda la vida: gente cuya reputación e imagen se asocia a un producto para venderlo. Ya sea en un spot de televisión, desde Carmen Sevilla anunciando lavadoras a Jesús Vázquez con el ADSL, hasta las famosas que posan en el photocall de la dieta de la alcachofa. Y siempre ha habido famosos con profesiones más claras que otros. El término es nuevo, pero ganar dinero haciendo publicidad es tan viejo como esta misma. El problema viene cuando usamos el palabro para hacer de menos a la gente.
Es lo que debió sentir la actriz María Pedraza cuando leyó un artículo en el que comentaban que “era influencer antes de meterse en el mundo de la televisión”, se comentaban sus cifras de seguidores en Instagram y se señalaba que ahí fue donde la descubrió el director Esteban Crespo. “Quiero dejar claro que mi profesión nunca ha sido ni será influencer. Siempre me dediqué al baile hasta que la interpretación se cruzó en mi camino. No tengo nada en contra pero no me dedico a eso”, puso ella en Twitter. Algunos le afearon el gesto, incluyendo dolidos responsables de agencias de influencers que no entendían que si Pedraza hace publicidad en su cuenta, ahora se queje de que le cuelguen el sambenito.
Carmen Sevilla, la influencer de los años 60. (Fuente: Youtube)
No deja de ser injusto estigmatizar a una profesional por tener una actividad económica complementaria en su carrera (¿no anunciarías tú yogures si con eso te pagas de un plumazo tres letras de la hipoteca?) y más aún cuando te dedicas a una profesión como la de actriz, en la que un día puedes ser la chica de moda y que en tres años nadie se acuerde de ti. Me recuerda a cuando Krusty el Payaso decía aquello de “me pusieron un camión de dinero en la puerta y no soy de piedra”. Mientras no anuncies campamentos del terror para niños ni hamburguesas en mal estado como hacía él, todo bien.
Pero el vínculo actor-influencer da muchísimo más de sí. Hace unos meses, Aitor Luna se quejaba de “la dictadura de Instagram”. Muchos trabajos dependen de estas cifras, decía, y es muy difícil que un actor novel consiga un trabajo importante sin una base de 20.000 seguidores. Esto nos lleva a un terrible nuevo escenario donde el talento se supedita a la influencia previa, aunque tampoco podemos ser ingenuos: de caras mediáticas de intérpretes justitos ha estado siempre el prime time lleno.
Lo que sí resulta dramático es que muchos actores (o influencers) tiren los precios del mercado con tal de conseguir la notoriedad de estar en una serie, para así escalar en redes y vender mejor sus publicaciones. Es una estrategia lícita, pero que atenta contra el oficio de la interpretación (a la que tendrían que meterle mano sus sindicatos) y que puede jugar en contra del resultado de las producciones. La otra mirada, por ejemplo, tiene en sus filas a algún que otro “actor” muy popular en redes que no sabe desenvolverse en una secuencia. Eso sí es un problema.
Se puede ser actor de profesión e influencer ocasional, pero una cosa va antes que la otra. María Pedraza lo tiene claro. Y también tiene talento. Como lo tuvo Carmen Sevilla.
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