(Fuente: Sony)
Lo recuerdo con total claridad: yo estaba en Los Angeles con un amigo, visitando la zona conocida como Central LA, justo al sur de las colinas que aúpan el famoso cartel de Hollywood. No quería irme de la Alejandría de los cines sin meterme en uno a ver una película, la que fuera, y acabamos entrando en el abombado Pacific Cinerama, una sala clásica de Sunset Boulevard con una pantalla curva. Como no nos cuadraba el horario de la cinta que realmente queríamos ver, acabamos entrando a un pase de Spider-Man: Un nuevo universo. Suerte que ya la había visto una vez, pues supe reconocer el momento exacto en el que levantarme de los asientos que nos habían vendido, demasiado alejados de la pantalla, y cruzar la sala a todo correr para mirar de cerca –fila tres– el mejor plano de la película. Un plano que ideó Alberto Mielgo.
Criado en Torrelodones, este artista madrileño marca hoy el paso de la animación a escala global. Es un tipo con ojeras, descastado y mañoso en el trato con una fama muy superior a la habitual entre animadores; vibrante, teatral, vitriólico y arrojado en sus diseños, que ha vendido a marcas y sellos de toda laya, desde Gorillaz y Beyoncé hasta Pepsi o el banco Halifax. A principios del milenio desempeñó tareas poco lucibles como hacer storyboards y tweening –los fotogramas de relleno que aseguran la fluidez del movimiento– para animaciones infantiles del estilo de La leyenda del pirata Barbanegra o Dragon Hill, pero en 2009 debió de llamar la atención de los ojos indicados, porque desde entonces solo se le conocen trabajos de altura.
Del derroche espeluznante de visión que Mielgo desplegó al ocuparse de los fondos de la secuencia animada que introducía el videojuego The Beatles: Rock Band quedan muchas cosas en su trabajo más conocido a día de hoy, la mencionada película del hombre araña. En un principio, Mielgo era el director de arte de la cinta, pero su salida del proyecto tras dos años de desarrollo limitó su impronta al metraje de prueba, una suerte de falsos tráilers de la aún inexistente película realizados para que el estudio –los peces gordos, se entiende– pudiera hacerse una imagen mental de lo que se iba a crear. Tan poderoso es el primero de esos vídeos que, como queda patente en su canal de Vimeo, casi todos los planos memorables de la película postrera salieron de la cabeza del madrileño.
Entre esas imágenes providenciales está el plano, que corona esta columna. 56 años del arácnido amigo y vecino más famoso de Queens y a nadie –creo– se le había ocurrido condensar todo lo que significa ser Spider-Man en algo tan sencillo como la inversión del eje vertical. El enmascarado buceando en la ciudad, en lugar de cayendo sobre ella. Lástima que no haya mucho más que admirar de Mielgo en el cine; salvo por la imaginación salvaje que cultivó en Spider-Man: Un nuevo universo para que cosecharan otros, los mayores logros del artista pertenecen al reino de las series.
En el medio televisivo tenemos Tron: La resistencia (Disney+), de 2012, y el episodio The Witness de la antología animada que produjeron Tim Miller y David Fincher, Love, Death & Robots (Netflix), de 2019. En la primera, Mielgo encabezó la carga de todo el apartado artístico con trascendente resultado, ofreciendo una actualización espiritual y cromática rompedora de una franquicia, la de Tron, que, a mi juicio, continúa inexplicablemente poco explotada, acaso por haber sido arrollada por la revolución tecnológica de los últimos 40 años. De aquí sacó sus primeros premios Emmy y Annie, un distinguido honor entre los animadores.
Su otro gran trabajo para la ficción seriada, el cortometraje de Love, Death & Robots, en el que se lo guisa y come todo él solo, desde el guion hasta el diseño de sonido, le granjeó un segundo premio Annie, otros dos galardones Emmy y, tenedlo por seguro, una lluvia de ofertas para proyectos que iremos empezando a ver muy pronto. Por el momento, Mielgo parece centrado en su proyecto artístico personal, Pinkman.tv, una apuesta radical en la que agrupa diversos trabajos atravesados por un código común que pasa por asegurar en el paradigma de la animación digital un asiento preferente para el poder irremplazable del trabajo a mano. Siempre en una hipnótica encrucijada entre el fotorrealismo y la abstracción, Mielgo es un artista para admirar de cerca. Más o menos desde la fila tres.