Andrea Riseborough, Robbie Coltrane y Julie Walters, protagonistas de ‘National Treasure’ (Foto: Channel 4)
Hay series dramáticas y series dramáticas. Y cualquiera que lea esta reflexión pensará que he descubierto la piedra filosofal de la crítica televisiva. Sin embargo, si deciden ver National Treasure, entenderán porqué comienzo esta pequeña reseña con esa frase.
Hay series dramáticas donde el drama se alarga demasiado, o se cae en la banalidad, o la ausencia de conflictos no pergeña una buena trama y, al final, mal que nos pese, la historia acaba convirtiéndose en comedia. Y hay series dramáticas donde el conflicto genera tal tensión dramática que su credibilidad nunca cae en la controversia ni en el entredicho; te engancha y empatizas. Lo vives.
Además, un drama precisa veracidad, necesita impregnar el aire del metraje de un aroma real para que el espectador pueda sentir en carne propia la historia y hacerla suya por dura que sea. Generar la necesidad de amar u odiar a los personajes que nos recrean la tragedia. Pues bien, vean National Treasure, producida por Channel 4, y decidirán a cuál de los dos tipos pertenece. Como pueden imaginar, yo lo tengo clarísimo.
Cuando Marina Such, redactora jefe de Fuera de Series, me propuso esta miniserie británica de cuatro capítulos, le reconocí que no la tenía en el punto de mira (no se preocupen, ya me he fustigado yo lo mío por no haberla disfrutado antes). Así que investigué sobre ella y lo primero que busqué fue su director y guionista: Marc Munden y Jack Thorne. Esbocé una sonrisa.
Marc Munden ha sido el director de unas de las series que más me han gustado en los últimos años: Utopía. Y aunque ha dirigido algunos capítulos de series que están en las antípodas de mis gustos (Quantico o Black Sails), quise creer, y acerté, que con National Treasure se redimiría. Jack Thorne, por su parte, ha escrito para series casi de culto como This is England 88 y 90, y una joya que pasó muy desapercibida y que aprovecho ahora para recomendar, The Last Panthers. Y cuidado, está trabajando en la adaptación de un cómic de Neil Gaiman. Sí, ése. The Sandman.
El siguiente e ineludible paso, antes de leer la trama, fue descubrir quién conformaba el reparto. Sonreí. Tres actores y actrices componen el elenco principal y piedra angular sobre la que gira la historia. Robbie Coltrane y Julie Walters, clásicos de la tele y cine británicos (desglosar sus carreras se antoja eterno), y una emergente Andrea Riseborough (Animales Nocturnos, Oblivion, Birdman). Segundo requisito concedido. Sólo restaba saber qué historia nos brindaba semejante equipo.
Paul Finchley (Robbie Coltrane) es todo un tesoro nacional de la televisión británica. (Foto: Channel 4)
La serie nos traslada a la decadencia de un cómico que otrora fue considerado un Tesoro Nacional de la televisión: Paul Finchley, al que interpreta Robbie Coltrane. Durante treinta y cinco de sus cuarenta años de carrera, ha formado dúo con Karl (Timothy L. McInnerny), y ambos han forjado una carrera repleta de éxitos. A raíz de la separación del dúo, y emprender carreras en solitario, las trayectorias de ambos están en declive, resignándose a programas televisivos de más o menos calado.
Paul lleva una vida normal junto a su mujer, Marie Finchley, encarnada por Julie Walters, en una acomodada casa unifamiliar en las afueras de Londres. La hija de ambos, Dee Finchley (Andrea Riseborough), está ingresada en un centro de rehabilitación por su adicción a las drogas. Un día cualquiera, después de una rutinaria jornada de trabajo, Paul es acusado de violación por una mujer que ejercía de canguro cuando Dee era pequeña. Y en cuestión de minutos (días), la vida de la familia Finchley da un vuelco que sesgará por completo el equilibrio del hogar. A muchos de ustedes este resumen les recordará, en mayor o menor medida, a la historia de otro Tesoro Nacional británico: Jimmy Saville. Ese es uno de los motivos, entre otros, del éxito de la serie.
A través de cuatro capítulos y de una narración muy medida, Marc Munden nos sitúa en el filo de tres navajas bien diferenciadas. Por un lado, la eterna lacra de los abusos sexuales y de poder. O de cómo el segundo lleva al primero; la recurrente erótica del poder en manos de personalidades débiles sin prever, ni atisbar, consecuencia alguna. En segundo lugar, denuncia la delgada línea que separa la realidad de la ficción cuando los medios de comunicación olisquean un escándalo, o cómo la prensa de toda índole establece un juicio a su conveniencia convirtiéndose en fiscal y juez sin cambiarse de ropa. Por último, desgrana de una manera bella y dolorosa a la par cómo las relaciones entre los integrantes de la familia sufren una catarsis cuando el asunto salta de la intimidad al público y viceversa, transitando por todos los recovecos emocionales que un ser humano es capaz de sentir.
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Si el triángulo protagonista está a un nivel muy alto, los secundarios no le van a la zaga. También tres, los más importantes, y los que ponen las únicas salpicaduras de humor (muy negro) en esta historia. Tim McInnerny (Karl) es el integrante del ya extinto dúo cómico. En apariencia, su figura es poco relevante, pero poco a poco, irá en crescendo hasta adquirir un rol casi determinante para el desenlace. Babou Ceesay es Jerome, el abogado que defiende a Paul. Solidario, despreocupado, lenguaraz, ávido: todo un abogado de una celebridad. Para el final he escogido a Mark Lewis Jones, que encarna a Gerry, un “investigador” contratado por Jerome, especialista en subterfugios y trapos sucios. Impagable.
Y, por último, la música. Munden escogió al mismo compositor de Utopía, Cristóbal Tapia de Veer, y como en la distópica serie, la música es inquietante y claustrofóbica. Todo un acierto.
Lo mejor: Un drama excelente con actores excelentes.
Lo peor: Que es una miniserie.
Para finalizar, escogeré una frase que entenderán cuando vean la serie (así les obligo a que la vean….): ¡Oh, Marie!
‘National Treasure’ está disponible en Filmin.