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‘Central Park’: la mejor serie musical que se me ocurre es animada

(Fuente: Apple TV+)

Sin sonar endogámico, creo que tenemos poco en cuenta a las series animadas. Tenéis. Si se pregunta por la mejor ficción televisiva en tal o cual campo, el subconsciente suele dejarlas fuera del cribado. Es raro encontrarse a Samurai Jack en un ranking de mejores series místicas, o a Love, Death & Robots —puaj— listada entre las más recomendables producciones de ciencia ficción. Es por eso que desfago hoy el agravio con Central Park, la mejor serie musical actual que se me ocurre.

Con permiso de la recientemente cancelada Zoey’s Extraordinary Playlist, el lugar feliz de Apple TV+ —uno de tantos— gobierna como ningún otro contendiente que a mí me suene el terreno de lo cantarín. En cuanto que luminoso punto medio entre los extremos del otro par de entrañables refugios cómicos de la plataforma, Central Park comprende tanto la excentricidad de Mythic Quest como el gusto por lo cotidiano de Ted Lasso. En sus cuentos melodiosos caben por igual la villanía de una megalómana potentada neoyorquina y la bella normalidad que habita la familia del gerente de Central Park, el corazón del corazón del mundo occidental.

La temporada original de la serie, que tendrá réplica este mismo viernes 25 de junio con el estreno de tres nuevos episodios, cosechó críticas envidiables. Solo he dado con un detractor de aquella primera entrega elevaespíritus, un usuario de una conocida web de valoraciones audiovisuales. El resto de las apreciaciones que recoge el agregador ensalzan virtudes puras y comprobables: reparto de voces de lujo, canciones imaginativísimas…; una mirada esperanzadora de la ciudad como modelo social próspero, añadiría yo. Todas se mantienen, doy fe, en esta segunda temporada por estrenar.

El opositor aquel, un tal Dexter, valenciano, lamentaba en la web el posicionamiento de la comedia musical en «una especie de tierra de nadie» que no apela claramente ni a niños ni a adultos. No se le puede quitar razón. Lo bueno de las críticas, incluso las negativas, es que, más que el final de un monólogo, son siempre el principio de un debate; precisamente esa tierra de nadie podría cautivar a incontables alguienes. Lo ha hecho conmigo.

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