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Crítica: ‘The Handmaid’s Tale’ 1×04 — El poder de las palabras

Este cuarto episodio, ya podemos decir de la primera temporada, de The Handmaid’s Tale se mueve entre las complicadas relaciones de poder que se establecen cuando cada pequeño detalle es todo un mundo. Serena ha mantenido a June encerrada durante dos semanas. Aunque la puerta no esté cerrada, y ni siquiera cierre bien, porque las criadas no tienen derecho a la intimidad. Así se ejerce el poder en Gilead, cada quien hace uso del que tiene, e intenta convencerse de que es suficiente, al menos por el momento.

Serena la controla a ella, porque no puede controlar nada más. No puede concebir, no puede ayudar a su esposo a tener una erección para que intente fecundar a su criada, no puede obligarlo a respetar las normas previas a la ceremonia, no puede hacer que sus opiniones sean escuchadas: “ya hay buenos hombres encargándose del tema”.

Eso es lo que le dice el comandante a Serena cuando comentan la noticia de que alguien ha traspasado la frontera y ha hecho declaraciones de lo que está ocurriendo en Gilead. Es interesante que quien se haya escapado haya sido una tía y no una criada; nos confirma que no todos los que forman parte del sistema lo hacen por convicción.

En esa corta escena nos muestran la dinámica de la relación entre ambos, es él quien tiene el poder en la casa. Ella puede expresar, con una humildad autoimpuesta, su opinión pero sabe que no será tenida en cuenta. Son ellos, los varones, quienes lo controlan todo. De paso, también se añaden trazos que nos ayudan a continuar dibujando el mapa general de lo que está ocurriendo en esa sociedad y se nos revelan las consecuencias políticas y económicas que la nación, que antes era la más poderosa a nivel global, sufre por parte de la comunidad internacional.

La serie consigue, a través de los flashbacks de June, que vayamos reuniendo las piezas que nos permitan entender que hubo un proceso para llegar a esa sociedad tal como la vemos ahora, y eso lo hace mucho mejor que la obra original. Además de ver cómo van eliminando todo el texto de los espacios públicos, y quemando la cultura y el arte, una de las escenas más impactantes de este episodio, es cuando las criadas descubren por primera vez cuál será su función. Habían sido privadas de su libertad, las habían separado de sus seres queridos, les habían robado a sus hijos, y temían que serían utilizadas para engendrar, pero nunca habrían podido imaginar de qué forma. Ver la incredulidad y la impotencia en sus rostros al escuchar las sentencias solemnes de la tía Lydia es descorazonador.

La misma incredulidad, impotencia y dolor que experimenta June cuando tiene que soportar la propuesta del ginecólogo. Es hombre, y puede usar las palabras sin temor, no sólo pensarlas, tiene poder para decir cosas que están prohibidas. La esterilidad no es una plaga que envió dios a las mujeres para castigar su libertinaje; no son culpables, los varones también son estériles, por supuesto.

Qué jodido está el mundo cuando lo que le propone es una posible salida. Además, qué pruebas pueden tener de que esa es una opción viable para escapar durante nueve meses al infierno de ser violadas periódicamente. Quién dice que esa sombra tras la cortina no es estéril también.

“Moira, tú no aguantarías tanta gilipollez. No permitirías que te tuviesen encerrada aquí dos semanas. Descubrirías cómo salir, te escaparías. Levanta. Levántate de una vez, tía loca”.

June encuentra inspiración y fortaleza en Moira. Y también en la Defred que estuvo en esa habitación antes que ella. Su control es limitado, pero comprende que lo tiene. Encuentra, gracias a ellas, el impulso para sobrevivir en el poder de las palabras, en la valentía que hace falta para hacer marcas en muros que parecen infranqueables, con el afilado instrumento que es un espíritu rebelde.

Nolite te bastardes carborundorum. Esa frase no es una broma de chicos de doce años, es la llave que abre la puerta de un espacio en el que June puede ejercer su poder y utilizar la palabra para conseguir pequeñas victorias. Pequeñas victorias que saben a gloria.

“Hubo una Defred antes que yo. Me ayudó a descubrir cómo salir. Está muerta. Está viva. Ella soy yo. Somos criadas. Nolite te bastardes carborundorum, zorras”.

Notas al margen

  • La fotografía en las escenas de centros médicos, como en la visita al ginecólogo o en la habitación en la que despierta Emily después de ser mutilada, tiene un ambiente futurista que recuerda un poco al estilo de Kubrick, supongo que por el uso del blanco y el rojo. En cualquier caso, a veces parece que podrían estar en una nave controlada por extraterrestres, situación que sería preferible a aceptar la naturaleza de los humanos. En la escena de este episodio, la fotografía y la dirección, siempre desde el punto de vista de June, es magistral. Y el final es muy simbólico, cuando vemos el espacio desde un encuadre lateral y la cortina parece estar partiendo a June por la mitad.

Fotos de los logros de la república de Gilead en la sala de espera del ginecólogo.

  • La escena en la que June estalla y deja salir su frustración y su rabia en el coche es maravillosa, por cómo está rodada y por la fuerza de su interpretación. Sabemos que en cada minuto de esa vida necesita gritar y es un consuelo que encuentre un espacio donde pueda escapar de su cabeza y dejar salir las palabras de su boca.
  • Espero que, a través de flashbacks, podamos ver quién es Serena Joy, quién era antes de Gilead, y también explorar cómo quienes disfrutan ahora de cierto poder, como ella, llegaron a aceptar la situación en la que están.
  • En este artículo de Vanity Fair se explica el origen y el significado de cada palabra de Nolite te bastardes carborundorum.
  • Una vez más, una escena final que emociona. Lo comentábamos en la crítica de la semana pasada, diciendo que, a pesar de todo, cuando vemos a las criadas apoyarse unas a otras, de la forma que mejor puedan en cada momento, brilla un rayo de esperanza. Juntas son más fuertes.

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