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‘Creedme’, Laëtitia y los inconvenientes de adaptar la no ficción literaria

(Fuente: Netflix – Filmin)

Llevar a la pantalla una obra literaria nunca es fácil y, aunque en los últimos años las adaptaciones cada vez son más y mejores, siempre aparece esa ficción ante la que el espectador termina diciendo el conocido tópico de «el libro era mejor». A mí solo me ha pasado dos veces recientemente, una con más intensidad que otra, y en ambos casos las series retrataban la violencia sexual que sufren las mujeres y adaptaban obras de no ficción: Creedme, estrenada en 2019 por Netflix, y Laëtitia o el fin de los hombres, que recientemente ha estrenado Filmin en España.

Mi desazón no tiene nada que ver con el trabajo interpretativo de sus actrices, con la narrativa que proponen o con que las historias, ambas reales, se vean alteradas por las licencias propias de una adaptación. Son dos producciones notables y difíciles que tiene como protagonistas a sendas jóvenes que sufren una violación y, antes o después de este terrible suceso, tienen que lidiar con un sistema legal que no las protege. Y ambas lo narran con mucho tacto, sin recrearse en los momentos más morbosos y construyendo historias que reflejan con acierto su situación.

La queja nace del poso que dejaron ambas obras, que además de narrar las historias de Marie y Laëtitia se adentran en las circunstancias que rodean cada caso. Es decir, en la vertiente más ensayística de ambos libros, en los que los autores se preocupan por investigar las razones que llevaron a las protagonistas a vivir una situación horrible pero familiar para mujeres de todo el mundo. Para ello los escritores apoyan sus obras en el trasfondo histórico en el que se mueve el sistema judicial a la hora de juzgar la violencia contra las mujeres, la situación de los jóvenes que están tutelados por instituciones gubernamentales e incluso, en el segundo caso, la vertiente política que surgió a su alrededor.

Creedme y las mujeres proclives a mentir

(Fuente: Netflix)

En Creedme, publicado en España por Libros del K.O, T. Christian Miller y Ken Armstrong dedican buena parte de sus trescientas páginas a relatar con detalle el caso de Marie, a la que interpretó Kaitlin Dever. Pero en el capítulo 15 los autores, que reconocieron que la intención final de su obra era «poner el caso de Marie en un contexto nacional; para mostrar que, por muy terrible que fuese su experiencia, otras víctimas habían pasado por lo mismo», ponen en perspectiva su situación. Y se trasladan cuatro siglos en el tiempo para reflejar que lo que vivió la joven en realidad es algo a lo que se han visto sometidas miles de mujeres a lo largo de la Historia.

Miller y Armstrong citan a Susan Brownmiller para afirmar que «el sistema penal abraza desde hace mucho tiempo la muy querida premisa masculina de que las mujeres son proclives a mentir«. Creencia que llega avalada por el ingente trabajo que Sir Matthew Hale, «el juez más famoso y respetado de su época» (el siglo XVII) realizó para que así fuera. Y cuatrocientos años después los abogados seguían citando una de sus afirmaciones más conocidas, que durante todo ese tiempo fue una referencia en un sinfín de casos: «Hemos de recordar que se trata (la violación) de una de acusación fácil de hacer y difícil de demostrar, y aún más difícil de defender desde la parte acusada por muy inocente que sea».

También nombran a John Henry Wigmore, el mayor experto en el campo de las pruebas legales en el siglo XX, que rechazaba que una acusación de agresión sexual llegase ante el jurado «a menos que el historial social y la integridad mental de la denunciante hubiesen sido examinados y garantizados por un médico cualificado». Dos personajes relevantes en el sistema penal que, con sus prejuicios, contribuyeron a estigmatizar a las víctimas.

El rompecabezas de Laëtitia

(Fuente: Filmin)

En 2016, el profesor de Historia Contemporánea Ivan Jablonka publicó Laëtitia o el fin de los hombres, que llegó a España gracias a Anagrama. Reconocida con los premios literarios más importantes de Francia, esta novela de no ficción relataba el caso que estremeció y puso patas arriba a todo el país durante meses. Laëtitia, que vivía en una familia de acogida con su hermana gemela, había sido asesinada y descuartizada por un hombre con un amplio historial de delitos violentos. Los medios no escatimaron en detalles, los jueces se pusieron en huelga por culpa de Sarkozy y el sistema mostró demasiadas grietas a la hora de proteger a los más jóvenes.

Consciente de la delicadeza del asunto, Jablonka se sumergió en la historia con minuciosidad y la llevó a un libro de más de cuatrocientas páginas que aclaraba las complejidades del caso sin escatimar en detalles, desde las razones que llevan a los servicios sociales a intervenir en una familia y el código civil que lo avala hasta la legislación contra los reincidentes sexuales y la manipulación que hizo Sarkozy de esta vertiente del caso. Arma un rompecabezas político-judicial que se aleja de la protagonista para tratar de explicar su situación y la de decenas de víctimas que, a diferencia de ella, no interesaron a la prensa.

Jablonka también tiene espacio para los medios, criticando su falta de escrúpulos a la hora de relatar lo que se conoce como «sucesos», una práctica de la que llevan siglos sacando provecho de los sucesos y que califica de «una manipulación político-mediática que urge desmontar». Y también se ocupa de exponer el poder que la violencia masculina tiene en el desarrollo de las niñas y el poso que deja en la vida de las víctimas. En definitiva, un concienzudo análisis que, como Creedme, se asemeja más a un enorme reportaje periodístico que a un drama personal.

Sé que mi queja puede considerarse torticera, porque obviamente en una ficción es difícil introducir un trasfondo histórico legal o social de este tipo sin correr el riesgo de convertirse en un documental, aunque son destacables los esfuerzos de la producción francesa por intentarlo. Mi lamento viene dado porque a pesar de ser dos producciones que se han adentrado en el difícil retrato de la violencia sexual contra las mujeres con su adaptación, de alguna manera, han perdido el carácter universal de ambas historias. Y por ello sigo convencida, especialmente con Creedme, de que aunque sean dos grandes series «el libro era mejor».

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