Esta crítica se ha escrito después de ver la segunda temporada de ‘A tres metros sobre el cielo’ completa y no contiene spoilers.
Vuelve a ser verano en ese colorido y no muy caluroso (en ocasiones van con sudadera) pueblo costero italiano en el que se ambienta A tres metros sobre el cielo, impregnada de principio a fin de ese espíritu romántico adolescente de algunas de las historias de Federico Moccia. Ha pasado un año desde que Ale (Ludovico Tersigni) decidió subirse a ese avión con destino a Barcelona dejando atrás a su amada Summy (Coco Rebecca Edogamhe). Esta, en un alarde de madurez y generosidad del que se va a pasar toda una eternidad arrepintiéndose, decidió apoyarle en su decisión. De aquellas elecciones, estos lodos.
La segunda temporada de la serie creada por Mirko Cetrangolo y Anita Rivaroli para Netflix trae de vuelta a los mismos personajes y suma algunos nuevos. Gracias a los segundos entran en juego dinámicas más frescas que hacen que el bucle infinito en el que caen los ocho episodios estrenados ahora sea más llevadero. Que la adolescencia o primera juventud es una época de probar cosas, tomar caminos equivocados y aprender de los errores propios y ajenos es algo que ha explorado la ficción en multitud de ocasiones. Aquí no son menos.
El problema es que dan tantas y tantas vueltas a lo mismo que llega un punto (hacia mitad de temporada) que de la posible comprensión se pasa al «a ver, muchacho/a, espabila y decídete, que tus malas decisiones tienen consecuencias», algo que se aplica especialmente a los protagonistas principales y a algún que otro adulto. Hay más cuidado puesto en el personaje de Lola (Amparo Piñero), fichaje español para la trama de Ale en Barcelona, y en la dinámica entre Dario y su MILF y Sofi y su búsqueda de identidad que en todas las demás historias.
Sofi (Amanda Campana) y Dario (Andrea Lattanzi) son de lo mejor de esta temporada. Esa extraña pareja formada el verano anterior evoluciona y camina junta y por separado hacia el siguiente nivel. Y Lola, que cumpliría aquí la función de Gin en Ho voglia di te (segunda entrega cinematográfica italiana de la historia original de Step y Babi) impone frescura y fuerza en medio de la falta de decisión dominante. Es de las pocas que parece saber qué quiere y cómo lo quiere. También es el personaje más honesto. Aunque eso le sirva de más bien poco.
Una de las partes más atrayentes de esta serie era tomársela como lo que era: una historia de adolescentes y sus amores de verano en un escenario veraniego de postal y con una banda sonora tremendamente pegadiza. Su estreno, que tuvo lugar en pleno confinamiento, fue como una especie de soplo de aire fresco. Una ventana a un lugar refrescante al que asomarse para pasar un rato entretenidos y dejarse llevar por una historia sin mayores pretensiones.
Todo eso sigue ahí, presente. De hecho, la fórmula podría haber seguido funcionando de haber elegido un camino algo más directo hacia ese final en alto que, todo sea dicho, es un verdadero shock. Un cliffhanger en toda regla. Y de los buenos.
‘A tres metros sobre el cielo’ está disponible en Netflix.