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Crítica: ‘Fauda’, el caos narrativo

Los protagonistas de ‘Fauda’.

Con el estreno de la segunda temporada de Fauda (caos, en árabe) en Netflix, mis queridos compañeros de Fuera de Series, Marina Such y Francis Arrabal, me propusieron hacer una especie de reflexión de la primera y exponer lo que podría ser la segunda, como si fuese un pack. Y yo, encantado, óiganme. La trama aborda un escenario tan dramático como apasionante: el conflicto judío-palestino, y el escenario no puede ser más atractivo, ya que esa pequeña franja costera donde hoy están Jordania, Siria, Líbano, Israel y Palestina lleva siendo germen de conflictos desde hace miles de años, y por lo que parece, ya que no aprendemos, la cosa no tiene pinta de acabar.

La primera temporada fue aplaudida de manera casi unánime. Hubo críticos que compararon ciertos parámetros de Fauda con The Wire; hubo otros, sin embargo, que enarbolaron una nueva “moda”, concitando géneros con el thriller de acción, con las mafias de las drogas o con el género militar; también fue aplaudida por huir del maniqueísmo (la serie es israelí) y, sobre todo, por abandonar el discurso partidista donde unos siempre son los buenos chicos de la peli y los otros no; comparaciones (sólo estéticas) de los desconocidos actores israelís y árabes con otros de primer calado internacional.

En fin, casi todo han sido parabienes para calificar a esta serie por todo lo alto. Sin embargo, a mí me ha gustado muy poco. Y lo visto hasta ahora de la segunda no ha cambiado nada mi parecer. Más de lo mismo.

Situémonos: Doron es un ex agente de los comandos “mistaravim” (los que viven entre los árabes), una suerte de unidades especiales de contraterrorismo que hablan árabe, conocen sus costumbres y, llegado el caso, oran a Alá. Doron lleva 18 meses fuera del servicio activo, dedicado al cultivo de la vid con su mujer y dos hijos. Un día, su antiguo superior viene a visitarlo y le da la peor de las noticias: Abu Ahmad, apodado El Pantera (ahí lo dejo), el peor de los líderes de Hamas, está vivo. Doron sufre un shock porque hace 18 meses él abatió al mismo Abu Ahmad, propiciando su posterior retiro a la vida civil. Doron no aguanta tal agravio y se enrola de nuevo.

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No juzgo la simplicidad, que no sencillez, de la premisa y el detonante que nos traslada a la historia. Necesitamos un motivo y ya lo tenemos. Y vista la serie, entiendo que es necesaria tal simplicidad para que continúe acorde con el resto: la estructura, la construcción narrativa, la escasísima profundidad de los personajes, la ausencia de subtramas que naveguen por sí solas y que complementen a la principal, diálogos que no sólo no avanzan la historia, sino que la interrumpen y retrasan… Fauda es eso, un caos, pero literal.

La pretensión inicial de los productores y guionistas de la serie, Avi Issacharoff y Lior Raz, era trasladar a la pantalla un retrato lo más objetivo posible del sempiterno conflicto árabe-israelí, abandonando los convencionalismos y tópicos; ahondar en las vicisitudes de ambos bandos profundizando en las motivaciones no sólo políticas y/o religiosas, sino en las personales; también plantear un escenario donde reflejar el día a día y la rutina de los integrantes de las dos facciones… Sin embargo, tales objetivos, loables, por supuesto, no se consiguen.

Fotograma de la primera temporada de ‘Fauda’.

Ya la premisa desdibuja la pretensión de no establecer un maniqueísmo constatado. En el primer capítulo, cuando Doron decide volver al servicio activo, revela que El Pantera es el peor enemigo de Israel, pues es autor de 116 asesinatos de israelíes (hombres, mujeres y niños, recitado literalmente). Entiendo que es el detonante, sin duda, pero lo que viene a continuación en forma de doce capítulos no es sino una racionalización a posteriori, amén de una justificación. Dicho de otro modo, no hay venganza, que es el leit motiv de Doron, sino la legitimación tácita de las operaciones que llevan en consecuencia los comandos israelíes. Y que conste que no soy partidista ni partidario de unos ni de otros (todos son culpables, a mi criterio); simplemente, no cuela.

La serie es un amasijo de escenas que muchas veces (y no sé si es el montaje o una mera cuestión de guión) no guardan relación, ni consiguen que el tempo narrativo sea cohesivo. Escenas de cuatro o cinco minutos donde no ocurre nada, o lo que ocurre es absolutamente superfluo. Diálogos planos y con monosílabos que llegan a provocar sueño; acting inexistente en muchos casos (pase que un diálogo sea aburrido, pero si a eso le sumas la ausencia de dirección actoral, apaga y vámonos); personajes sin aristas donde explotar las relaciones. Además, considero que es una serie que con la mitad de metraje ya hubiera ido servida: son innecesarios los doce capítulos, por mucho que duren entre 36 y 42 minutos cada uno. También falla en cuanto a los personajes femeninos que, a priori, tienen una importancia elevada, pero que se difuminan a medida que avanza la narración.

Siempre me han gustado las historias bélicas, pero con fundamento. Los disparos por los disparos es algo que no me seduce nada; como pasatiempo, pase, pero no añade nada interesante. Y es una lástima, creo que la temática y los medios que han dispuesto dan para más, pero no es el caso.

Pues eso, un caos narrativo.

Las dos temporadas de ‘Fauda’ están disponibles en Netflix.

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