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Crítica: ‘Hit & Run’, un intento de thriller con escaso éxito

Lior Raz protagoniza ‘Hit & Run’. (Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘Hit & Run’ y contiene spoilers.

La ficción que proviene de Israel siempre me atrae. Más allá de la tesitura que vive permanentemente, donde el conflicto entre judíos y árabes es omnipresente, los creadores israelíes abordan temas tan complejos como dispares y son capaces de dar vueltas de tuerca donde crees que es imposible mientras tejen tramas que nunca, o casi nunca, parece lo que la sinopsis presenta. Ahí tenemos productos recientes como Perdiendo a Alice, Valley of tears, Autonomiot o Our boys, que aun con producciones que no siempre están a la altura, y es que las costuras se notan, los resultados son casi brillantes. Más allá de la complicada tela de araña formada por la religión, las castas y la vida de frontera (y esto no es una metáfora barata), los creadores del país mediterráneo se las ingenian para competir de tú a tú con las producciones norteamericanas y europeas. Me pregunto hasta dónde llegarían si tuviesen esa capacidad de producción que tienen, sin ir más lejos y por la proximidad geográfica, las series turcas.

Hace unos días, Netflix estrenó Hit & Run, un thriller en inglés y hebreo, ambientado entre Israel y Estados Unidos, de los creadores de Fauda donde el protagonista vuelve a ser Lior Raz, el mismo de aquella serie. La historia nos presenta a Raz, que interpreta a Segev Azulai, un guía turístico de Tel Aviv, divorciado y con una hija, que está casado con la bella, elegante y enigmática Danielle (Ohm), una bailarina norteamericana a la que conoció por casualidad tiempo atrás en la propia Israel. Danielle he recibido una invitación para ir a Nueva York y hacer una prueba en una prestigiosa compañía de ballet moderno, algo que les separará una semana. Tras una emotiva despedida, Danielle, de camino al aeropuerto, es atropellada por un coche que se da a la fuga. La policía no tiene demasiadas pistas y Segev, enloquecido por la pérdida de su mujer, acude a su prima Tali (Rosenblatt), inspectora de policía. Los indicios apuntan a una mafia local, que tiene relación con el pasado de Azulai y es que Segev perteneció al ejército, dentro de operaciones especiales, y tiene un pasado truculento como mercenario en Sudamérica.

El peligro acecha a Segev, pero también a su hija. El siguiente paso es ir a Nueva York, acudir a la familia de su esposa fallecida e investigar la muerte. Para eso se apoyará en su compañero de armas Ron (Toren), reconvertido en una suerte de camello barato, un tanto hippie y cuyo pasado ha enterrado. Desde el primer momento, Segev descubre que su mujer, Danielle, no es quien decía ser. Su familia no es tal, sus padres no son tales, su vida está enmarañada por capas y más capas de misterio que, lejos de desanimar a Azulei, le incentivan para proseguir. Es entonces cuando descubre que su mujer era una agente de la CIA. A partir de ahí, sí, la serie se llama golpea y corre. Segev acude a un antiguo amor, Naomi (Lathan), periodista de una prestigiosa revista de información.

El clásico ovillo que hay que desenredar es la verdadera trama de la serie. La pretensión inicial es la de trasladar al espectador una sensación de tensión desbocada, persecuciones intensas, jugar con la indefensión de un extraño en Nueva York, acosado y acuciado por saber la verdad, un mundo oculto que acaricia, pero que no puede tocar. Ese objetivo no se consigue, queda en una mera intención que no logra transmitir el drama que vive el protagonista. Y no es problema de la premisa, que me resulta atractiva, sino que es problema del desarrollo, de la longevidad de la serie y del protagonista. La historia funciona razonablemente bien al principio: engancha y consigue que quieras saber más, pero al cabo de tres capítulos, cuando la trama se traslada a Nueva York y Segev busca cruzados para su causa, flaquea.

(Fuente: Netflix)

La narración se compone de giros y más giros. Algunos son razonables y razonados, otros son cambios porque sí. De hecho, esos continuos cambios están diseñados ex profeso para llegar a la duración cerrada de antemano. La serie (porque, sin duda, está creada para que haya una segunda temporada) consta de nueve capítulos y son demasiados; la narrativa adolece de puntos de inflexión que genere más interés, simplemente se sirve de cambios para llegar al siguiente episodio, con varios cliffhanger abruptos y sin consolidar, cuyo único objetivo es ver el siguiente. Eso conduce a que la trama se vuelva, en ocasiones, confusa y que los cambios sean irrelevantes. Las analepsis que introduce la serie para presentar, analizar y comprender al personaje de Danielle y su relación con Segev, son algo reveladoras, pero no alimentan la riqueza que debería tener para el tiempo narrativo las aristas del rol de Danielle ni la historia de amor entre ambos.

Las interpretaciones tampoco son excelsas. Lior Raz sigue en esa línea inexpresiva donde el actor israelí vuelve a ser el mismo de Fauda. Si bien las escenas de acción las borda (su pasado como militar ayuda, desde luego), su perfil dramático deja mucho que desear y resulta poco creíble en su rol como padre y hombre enamorado que busca la verdad. Gal Toren no es, sin duda alguna, el actor adecuado para el papel de Ron: no es su traje. Lathan y Henry cumplen con su cometido, pero sin alardes. La más reseñable es la actuación (y el personaje) de Moran Rosenblatt (Tali) cuya participación en Israel, mientras la acción se desarrolla en Nueva York, resulta de lo mejor de la serie.

Hit & Run es una serie que quiere, pero que no puede. A pesar del despliegue de producción, no raya a la altura de otras más modestas, pero infinitamente mejores, procedentes de Israel. La serie quedará en otra más del catálogo de Netflix e, imagino, que el tiempo la pondrá en su sitio. A pesar de que la segunda temporada amenace en el horizonte…

‘Hit & Run’ está disponible en Netflix.

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