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Crítica: ‘Pose’ necesita trascender sus intenciones para dejar una huella real

(Fuente: HBO España)

El concepto de que la familia no siempre es en la que naces, sino la que eliges, se ha explorado en numerosas ocasiones en la ficción; es un elemento fundacional de la cultura queer y es uno de los temas centrales de Pose, la serie creada por Ryan Murphy, Brad Falchuk y Steve Canals.

Ambientada en la Nueva York de 1987, Pose erige su historia alrededor de la subcultura underground LGBT del ball (baile de salón), unas competiciones en las que sus participantes, organizados por Casas, desfilan de acuerdo a unas categorías preestablecidas, con ropas y actitudes que se esperan que representen y transmitan realness que, en este contexto, es a la vez una mezcla de autenticidad, realismo y realeza. La Casa ganadora en cada categoría se lleva un trofeo y cuántos más trofeos acumula, más respetada es por la comunidad.

Las Casas que se enfrentan en estas competiciones son en realidad familias que se forman y acogen a jóvenes rechazados por los suyos debido a su identidad de género o su orientación sexual, jóvenes que de otra forma estarían condenados a vivir en la calle. Las Casas están dirigidas por una Madre, que suele ser una mujer transgénero, lo que, añadido a todo lo que representa, ya ofrece una novedad (de muchas) en cuanto a representación en la ficción, porque las relaciones que más suelen explorarse son las de la nueva figura paterna.

En los dos episodios de Pose conocemos por su “apellido” dos Casas, La de la Abundancia y La Evangelista (por Linda Evangelista, no por la religión), a las dos Madres a cargo de cada una de ellas (Elektra y Blanca) y a los hijos (con esta serie nos vendría muy bien un lenguaje inclusivo y no binario). Entre ambas casas hay un conflicto y una competición directa que veremos cuando se enfrenten por conseguir un trofeo en las noches de competición.

La serie empieza con un evento que nos lleva directos, literalmente, a una noche de competición. Tendremos varios de estos momentos en el primer y el segundo episodio. Son la parte más vistosa de la serie, sobre todo, si sois seguidores de RuPaul’s Drag Race; si no lo sois, incluso os llamará más la atención. Pero lo más interesante se desarrolla fuera de la pasarela, cuando Pose se quita las lentejuelas y nos permite saber más de quiénes son esas personas.

Hay cuatro personajes a los que la serie les dedica mayor atención en sus dos primeros episodios. Aquellos de los que tenemos punto de vista son: Blanca (MJ Rodriguez), Damon (Ryan Jamaal Swain), Stan (Evan Peters) y Angel (Indya Moore), que es sin duda el personaje que os va a atrapar en esta historia.

A través de los cuatro personajes se exploran temas como el VIH, el trabajo sexual, el talento artístico, conflictos de identidad, deseo y discriminación por condición sexual o raza. Pose no se detiene en la violencia física de la que podrían ser víctimas sus personajes, sino más bien en la violencia simbólica. Por los temas de los que habla, la serie apuesta claramente por el drama y el melodrama, aunque no se recrea en el sufrimiento de sus personajes y parece estar interesada en hacer también un canto a la vida. Un ejemplo de esto último es la trama de la escuela de baile que, si bien resulta un tanto forzada, deja claro que Pose tratará a sus personajes con cariño.

El personaje de Evan Peters pertenece a otro universo, el de la opulencia del inicio de la era Trump, el de Wall Street, uno en el que encajaría perfectamente Patrick Bateman de American Psycho. Dentro de esta trama están también Kate Mara, que interpreta a su esposa (Patty), y James Van Der Beek, que es su nuevo jefe.

Con estos tres personajes la serie plantea una yuxtaposición mostrando la heterosexualidad blanca dominante y la escala de valores de la América conservadora y clasista de Reagan, pero ese contraste no parece suficiente para justificar la presencia de los tres personajes. Con lo que he visto, no sé cómo encontrará la serie el equilibrio para que ambos universos compartan espacio y se mantenga la coherencia narrativa y el interés. El personaje de Van Der Beek es más anecdótico, pero el de Kate Mara necesita desarrollo y, con tanto de lo que pretende hablar la serie, no queda claro que haya espacio para ella.

Lo que une estos dos universos es Angel, que está relacionada con Stan, el personaje de Peters. Con ellos, la serie habla de identidad, sexo, deseo y amor. Por ahora, aunque siempre parece estar navegando un mar peligroso, Pose ha hecho cosas interesantes con el personaje de Angel; la narrativa de los cuerpos transexuales en la ficción siempre ha sido la del trauma, pero aquí la serie está explorando otros conflictos.

Pose ya ha hecho historia al tener el reparto transgénero y LGBT más amplio en papeles recurrentes y el equipo técnico y creativo más diverso de la televisión. Ryan Murphy, anunció hace unos meses que los beneficios de la serie serían donados a organizaciones sin ánimo de lucro que trabajen por la comunidad LGBT. Todo esto es digno de ser destacado, pero la serie necesita trascender su activismo y sus buenas intenciones para dejar una huella real en el espectador, para que esos personajes sean recordados por formar parte de una gran historia y no simplemente por su identidad de género y su condición sexual delante y detrás de cámaras.

Los dos primeros episodios de la serie son largos en extensión (80 y 70 minutos respectivamente) y esa duración extra se resiente. Pero Pose, haciendo gala a su nombre y al universo en el que se desarrolla, por ahora está consiguiendo establecer un buen contraste entre la importancia de lo que es real y lo que es representado a través de la mirada a las vidas personajes de sus protagonistas.

Si queréis, antes de ver la serie, podéis prepararos con el documental Paris is Burning (disponible en Netflix), que os proporcionará una mirada de lo que significó la Ball Culture en los 80 a través de sus verdaderos protagonistas.

‘Pose’ estrena sus episodios los lunes en HBO España.

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