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Crítica: ‘Secretos de Estado’ se merece un 155

¿A qué os recuerda esta foto promocional? (Fuente: Telecinco)

Los actores suelen ganar premios por buenos papeles. Sin un buen guion como base es difícil crear un trabajo creativo profundo y valiente. Pero viendo Secretos de Estado pienso que deberíamos plantearnos la opción de crear un premio que vaya en la dirección opuesta: no un Razzie, sino un premio para aquellos intérpretes que son capaces de salvar los muebles cuando en vez de un buen papel tienen una papeleta.

Es el caso de Miryam Gallego y Elvira Mínguez. Dos actrices solventes defendiendo un guion ridículo que pide a gritos una intervención. De un analista de guion o de la policía, lo que ustedes prefieran. Hablamos, no en vano, de la última creación del responsable de atroces ficciones como fueron El continental y Dreamland, en cuyas manos siguen poniendo dinero, inexplicablemente, las cadenas aunque parece que ya se le está acabando el chollo.

Pero, mientras tanto, Telecinco tiene que venderle al público un culebrón que le ha costado un pico y que tiene errores amateur. No es de extrañar que, a diferencia de lo que sucede con las series de las que están orgullosos, no se hiciese presentación a los medios. Esto no es, por supuesto, la House of Cards española como se había comentado, si bien es cierto que la serie del matrimonio Underwood tampoco supone un listón demasiado elevado, porque mamarracha es un rato.

Y precisamente en ese terreno de lo mamarracho es donde podría haber triunfado Secretos de Estado. Dicho lo de mamarracho en el buen sentido, aclaro. Podría haber sido una serie autoconsciente, loca, quematrama y oyoyoyoy, pero en esa misión se queda a medias. Y ojo, es una ficción decente en comparación con El continental (hasta el Joker es decente en comparación con El Continental, también se lo digo) y tiene algunas buenas ideas, pero pobremente ejecutadas. Hace buena a Ingobernable, que ya es decir.

Jesús Castro da exactamente lo que puedes esperar de él. (Fuente: Telecinco)

Por ejemplo, el discurso que hace Ana Chantalle, el personaje de Miryam Gallego, en el tramo final, aunque esté vistísimo es un más que correcto punto álgido para el episodio. Es efectivo, nos vale. Pero hasta llegar ahí hemos pasado por tramas a la deriva y situaciones que dan bochorno (¡y menudos diálogos!), desde esa mala copia de Vis a vis de la parte carcelaria al innecesario tonteo entre la niña y el segurata. Buen punto lo de contratar a Jesús Castro para que luzca palmito y apenas hable, eso sí.

Puedo pasar por alto que la política de la serie no sea fiel a la real. A fin de cuentas, lo que busca Secretos de Estado es crear una serie de villanos que se maten entre sí. Traición y Gran Reserva también podrían haber intercambiado el despacho de abogados por el viñedo y nos habría dado igual porque eran meros escenarios, no fines en sí mismos para estas serie. Por eso que la Moncloa parezca una Casa Blanca peliculera no tiene importancia, porque aquí hemos venido a ver puñaladas traperas. La diferencia es que las mencionadas series de Bambú tenían consistencia.

Gastar dinero en decorados naturales bonitos está muy bien, pero eso engaña al espectador solo durante un rato. Luego se aburre. Y se pone a pensar que ojalá convocasen elecciones anticipadas y sacasen a todos esos personajes de su televisor. O peor, que apliquen el 155 con urgencia a Secretos de Estado. Así al menos salvaríamos a Miryam Gallego y Elvira Mínguez de estar expuestas en semejante tontería.

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