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Crítica: ‘The Handmaid’s Tale’ 1×01–1×03, el futuro no tiene nombre de mujer

Este artículo contiene spoilers de los tres primeros episodios de The Handmaid’s Tale.

Lo más importante que hay que decir sobre The Handmaid’s Tale es que tenéis que verla. A partir de ahí, todo es accesorio, la serie habla por sí sola y no nos necesita para destacar sus méritos o llamar la atención sobre ciertos detalles. Aun así, voy a hablar de ella aquí cada semana, porque si la habéis visto, como yo, necesitaréis comentarla.

La tarea me impone y, de entrada, sé que no podré estar a la altura de la riqueza temática de la novela y los aciertos de su adaptación. Pero no puedo no hacerlo, porque esta serie es en lo único que pienso desde que vi el primer episodio el lunes. Y hay que aprovechar que aún podemos escribir y hablar libremente.

La adaptación

Bruce Miller ha hecho un gran y sorprendente trabajo de adaptación de la obra de Margatet Atwood. Los que estéis familiarizados con la novela, habréis notado que en el primer episodio se nos revela información y se nos presentan situaciones que no conocemos hasta que hemos avanzado mucho en la lectura, incluso en su último tercio. Después de ver los tres primeros episodios, y con la historia de Ofglen, sabemos también que la adaptación irá mucho más allá de las páginas escritas. Y yo pensaba que la novela no podía ser más terrorífica.

En su primera hora de narración, la serie construye su atmósfera, define el tono, nos presenta a los personajes principales y cómo se relacionan entre ellos, nos permite echar un vistazo a cómo era el mundo antes y cómo es ahora, con sus múltiples horrores y sus macabros rituales.

Es un magnífico primer episodio. Después de la escena de la huida, Offred nos cuenta en su habitación que los cristales de su ventana son irrompibles, no para evitar que pueda romperlos y escaparse, sino para evitar que decidan desgarrarse las venas. La pregunta que se hace el espectador es cuáles son los horrores que tienen que soportar para que el suicidio sea un anhelo. La serie nos los irá mostrando todos, uno a uno.

“Nada puede cambiar. Todo tiene que parecer igual, porque voy a sobrevivir por ella. Su nombre es Hannah. Mi esposo era Luke. Mi nombre es June”.

Volvemos a la misma habitación para darle cierre al episodio, de forma magnífica, con una narración en off muy emocionante. Yo me emocioné. Tendrá que callar y aguantar para sobrevivir por su hija, pero sigue siendo ella, June, no han conseguido anularla. Y, entonces, suena el tema You Don’t Owe Me, una elección que no esperaba y que no puede ser más perfecta.

La supervisión musical de la serie seguramente se merecerá su propio artículo más adelante. Cuando escuchamos ese tema al final del episodio nos sorprendemos, nos produce una extraña sensación de anacronía, y es normal, The Handmaid’s Tale parece estar ambientada en el pasado. Ideológicamente lo está, pero no olvidemos que es un futuro posterior al nuestro. Parece un pasado muy lejano, pero es un futuro cercano.

La dirección de Reed Morano (Lemonade, Vynil), quien se encarga de los tres episodios que hemos visto, es maravillosa. El uso de la luz natural, los encuadres en los rostros de las handmaids, los planos cenitales posicionados como la mirada de ese dios en nombre de quien se cometen todo tipo de atrocidades (la ceremonia, el salvaging). La belleza idílica de los paseos por el río, hasta que se encuentran con el muro de los horrores. El contraste del color y los exteriores en las imágenes del pasado, el blanco saturado en la habitación en la que despierta Emily (Ofglen); o los lugares en los que pone la cámara, como durante la ejecución de la Martha, a ras de suelo cuando Selena tira a Offred en su habitación (en el tercer episodio) o en la sala de bebés vacía del hospital.

‘The Handmaid’s Tale’: Bienvenidos a la República misógina de Gilead
Comentario, sin spoilers, del primer episodio de la serie basada en la obra de Margaret Atwoodfueradeseries.com

Ser mujer en Gilead

Decíamos en nuestro comentario sin spoilers del primer episodio que esta distopía nos muestra un Apocalipsis misógino. Mujeres que han perdido su libertad y todos sus derechos, su individualidad y sus nombres, están reducidas a roles básicos, vestidas con uniformes: esposas, cocineras y criadas o esclavas sexuales al servicio del dios del antiguo testamento, recipientes de la semilla de los varones de la élite. Comprar, cocinar, limpiar, engendrar y criar niños, esas son sus funciones, eso es lo que las define.

“Sé que todo esto os debe parecer muy extraño. Pero lo ordinario es aquello a lo que te acostumbras. Puede que esto no os parezca ordinario ahora, pero después de un tiempo, lo será”.
-Tía Lydia.

Esa frase aterroriza. Y lo hace porque es una gran verdad. Dicen que el ser humano es un animal de costumbres, y eso somos. Por repetición, muchas situaciones se normalizan y, cuando lo que ocurre nos parece lo normal, se nos olvida que existe otra forma de hacer las cosas. Las tías. Ellas son los instrumentos del señor, las encargadas de adoctrinar a las criadas: no podemos olvidarnos de ellas cuando hablamos de las mujeres de Gilead.

No podemos hacerlo ni aunque quisiéramos. Su misión es retorcida y su discurso es sórdido (empezando por las causas de la plaga de la infertilidad). Verdaderas creyentes o no, tienen poder. En tiempos difíciles, tener cualquier tipo de poder es un bien muy preciado.

El personaje que interpreta Ann Dowd es la voz de dios en varias escenas de las que ponen los pelos de punta. Cada palabra que sale de su boca desencadena un mundo de horrores. Lo hace en la escena que lleva la acción de culpabilizar a la víctima a su representación más básica y abominable: cuando Janine está en medio del círculo contando su horrible experiencia y obliga a las demás a repetir los cánticos, “¡Es su culpa! ¡Dios lo hizo para enseñarle una lección!”, mientras la señalan con el dedo.

Lo peor, es que sabemos que estas situaciones, sin ropajes rojos y sin que nadie incite a repetir las frases, se producen a diario en la vida real. Todas las horríficas situaciones que vemos en los episodios de The Handmaid’s Tale se están produciendo de alguna forma en algún lugar del planeta en el que vivimos. Eso es lo que produce tanto miedo.

La liturgia

Las tradiciones son expresiones de la cultura de los pueblos. Este universo fundamentalista, puritano y heteropatriarcal sostiene su culto en una serie de rituales que son bárbaros, crueles y brutales. Podríamos intentar hacer una lista de cuál es más monstruoso que el otro, pero es una tarea inútil. Todos son la glorificación de ideas de mentes enajenadas.

La ceremonia

La cita mensual para violar a las criadas en el nombre de dios. Un acto brutal en el que la cámara (lenta) se centra en los rostros de June (Offred) y Serena quienes, de formas muy distintas, tienen que sufrir periódicamente el recordatorio de que son mujeres como una condena, porque en Gilead poseer ovarios y útero, funcionales o no, es lo que las define.

La particicución

Es ese retorcido ritual en el que se les permite a las criadas ser libres durante los segundos comprendidos desde que suena el silbato por primera vez hasta que vuelve a hacerlo. Durante ese tiempo, son libres de hacer lo que quieran con el cuerpo del hombre condenado al que rodean formando un círculo. Para motivarlas antes de salir a la guerra, les dicen que el enemigo ha violado a una criada, que estaba embarazada, y por ello, perdió al niño. Esto, que puede ser cierto o falso, debería ser importante, pero en este caso, hay tanto en juego, que lo dejaremos aparte.

Que existan castigos severos para delitos como la violación podría ser otro tema digno de comentar, pero también queda atrás en comparación con lo demás. En lo que hay que detenerse aquí, es en lo retorcido y condescendiente de su discurso: el sistema dice estarlas protegiendo de los males del mundo, pero si aun así se producen, les da la oportunidad de tomar la justicia por su mano. Lo que está ocurriendo en realidad, es que el sistema las convierte en cómplices y ejecutoras y la energía que genera su violencia es la tortura a las que ellas son sometidas cada mes. Y ellos lo saben.

El nacimiento

En el segundo episodio, presenciamos el rito del parto de una criada. Otra manifestación de la locura reinante. En una habitación, la criada embarazada está rodeada por sus compañeras que la ayudan a respirar. En otra, la esposa del comandante que la ha fecundado, simulando contracciones y rodeada por el resto de esposas. Cuando llega el momento, criada y esposa ocupan sus lugares en esa silla doble creada para la ocasión y gritan y jadean al unísono como si fueran un solo ser.

El ambiente de delirio colectivo se rompe cuando vemos los rostros expectantes de todas esas mujeres ante la criatura que saldrá del viente. Están realmente esperanzadas y, su ilusión cuando escuchan el primer llanto, y la confirmación de que la bebé parece estar bien, produce un efecto en nosotros como espectadores que a mí me resulta difícil traducir en palabras.

Juicio, ejecución y redención

Un juicio amparado en la ley de las antiguas escrituras (Romanos 1:26), en el que las acusadas, por supuesto, no tienen derecho a defenderse y, además, llevan un bozal. El delito, traición al género. La condena, la pena de muerte; en una cruda ejecución para la Martha, que no puede concebir y no tiene ninguna utilidad en este mundo.

Y la redención para Emily (que ha dejado de ser Ofglen), a quien se le perdona el pecado, para que pueda continuar prestando el servicio para el que dios le dio un aparato reproductor funcional. El nombre es tan cruelmente irónico. Primero, es obligada a presenciar la ejecución y luego, cuando cree haber despertado de una pesadilla, descubre que esta solo acaba de empezar. La ablación del clítoris es uno de los horrores que no planteó Atwood en su novela. Y ocurre en nuestro aquí y ahora.

“Aún podrás tener niños, por supuesto. Pero ahora las cosas serán mucho más fáciles para ti. No desearás lo que no puedes tener”.

A pesar de todo, hay esperanza

Parece imposible en el universo que nos han planteado, y con lo destrozados que nos quedamos después de ver los episodios, pero sus mujeres son fuertes y unas verdaderas supervivientes. La narración irónica de June nos ayuda, como a ella, a aligerar el peso de todo lo que vemos. Y, a pesar de toda la misoginia, los horrores y el control extremo, una luz cálida nos arropa durante esos pequeños momentos en los que las criadas conectan las unas con las otras, sonríen al verse y reconocerse y se ponen al día durante las mañanas de compra y en los ritos en los que coinciden. O, durante la extraña ceremonia del parto, en el que establecen una comunión de apoyo honesto.

Una frase en latín del libro sería el cierre perfecto que usaría en este momento, pero la reservo porque aún no ha aparecido en la serie. Nos quedaremos entonces con esta.

“Ahora he despertado al mundo. Antes estaba dormida. Así es como dejamos que pasara. Cuando arrasaron con el Congreso, no despertamos. Cuando culparon a los terroristas y suspendieron la Constitución, tampoco despertamos. Dijeron que sería algo temporal. Nada cambia instantáneamente. En una bañera que se va calentando gradualmente, puedes hervir hasta la muerte antes de que te des cuenta”.

No digamos que no nos lo advirtieron.

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Las claves para entender por qué este futuro distópico se siente tan aterradorfueradeseries.com

Notas al margen

  • El personaje de Emily (Ofglen) es la gran revelación de la serie, no solo por el gran trabajo que hace Alexis Bledel, sino por cómo han avanzado su relación con June y han desarrollado su personaje en comparación con la novela, en la que un día simplemente desaparece. La versión oficial (que nunca tiene que ser la real) es que descubrieron que estaba en la resistencia y se suicidó antes de que la capturaran. Su pasado y su presente aportan mucho a la historia en todos los sentidos y también es un triste recordatorio de que el mundo siempre puede ser peor de lo que imaginábamos posible.
  • Con la tarea de comentar tres episodios se quedan muchas cosas fuera y no hemos tenido oportunidad de hablar de Moira, cuya amistad con June es oro, y su fortaleza y decisión de hacer lo necesario para sobrevivir son las que la inspiran. Espero que veamos más de ella.
  • El supermercado y sus pasillos amplios y luminosos, con estanterías llenas de productos, es el espacio que nos puede resultar más familiar desde nuestro presente. Si no fuera por la ausencia de texto en todas las etiquetas, produce una sensación de extrañeza incómoda y nos muestra hasta qué punto la palabra escrita ha desaparecido para las mujeres.
  • Del personaje de Nick hablaremos en próximos episodios, porque no quiero manipular vuestra percepción (sin querer) con la información que como lectora tengo.
  • Las conversaciones entre Offred y Ofglen previas a la cita secreta con el comandante tienen mucho humor negro, de ese siempre anclado en realidades incómodas, pero que, como testigos de las atrocidades de Gilead, nos valen para aligerar la carga emocional. El plan del encuentro es irónico, teniendo en cuenta que hace tiempo que June no veía la representación gráfica de una letra, pero lo mejor es su reacción posterior en la habitación.
  • Me encantaron las expresiones y reacciones de Elisabeth Moss durante el desayuno especial que le preparan cuando creen que está embarazada. Es uno de esos extraños momentos que te producen una inevitable sonrisa durante la serie.
  • Dentro del horror que nos plantea Gilead, de alguna forma reconforta ver que su historia es contada por las mujeres. Los hombres blancos poderosos son los que gobiernan y tienen privilegios, pero en la historia, son ellas las que habitan las escenas y tienen voz.
  • El segundo episodio tiene un gran cierre, con otra power song (Don’t you forget about me), la cámara lenta y el descubrimiento de que su Ofglen ya no está: Fuck! El tercero nos deja en la angustia y desolación más absolutas, pero es muy potente, no lo podemos negar.
  • Sin intención de hacer spoilers, aunque no se ha mencionado en la serie, y porque no sé si lo harán, el nombre asignado a las criadas se forma con el prefijo of (que pertenece a) y el primer nombre del comandante al que sirven: Of-Fred, Of-Glen, Of-Warren. En español, De-Fred…

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