Peyton Kennedy y Jahi Winston son los dos protagonistas principales de ‘Everything sucks!’. (Fuente: Netflix)
Una serie que termina su primer episodio con Don’t look back in anger, de Oasis, y cierra el último con In the meantime, de Spacehog, ya está dejando muy claro que su ambientación a mediados de los 90 no va a ser sutil, precisamente. Está más cerca de los 80 coloridos y exagerados de The Carrie Diaries que de los vividos y más cotidianos de The Americans, por ejemplo, y eso acaba siendo, a la larga, su principal punto débil.
Porque Todo es una mierda (o Everything sucks! en su título original) propone realmente una mirada tierna y llena de encanto a la adolescencia en un lugar donde nunca pasa nada y donde los chavales empiezan a procesar algunos de los traumas de su infancia, ya sea un padre que los abandona o una madre que muere repentinamente. Es cierto que, guiños nostálgicos aparte, situarse en 1996 permite que las relaciones entre sus personajes mantengan cierta inocencia que, quizás, se perdería en la actualidad con las redes sociales, y favorece retratos como los de sus dos protagonistas, Luke y Kate.
Los dos emprenden un viaje de aprendizaje a lo largo de los diez episodios de la primera temporada; Luke tiene que darse cuenta de que el mundo no gira alrededor de sus problemas y Kate, por su parte, está empezando a explorar (muy tímidamente) su identidad sexual. Alrededor de esos dos viajes, y de la evolución de su relación, se articula la serie, que cuenta entre sus ventajas con que sus capítulos apenas lleguen a los 25 minutos de duración. Se hacen muy cortos y no da tiempo a que algunas situaciones puedan ser cargantes.
O algunos personajes. Todo es una mierda es muy consciente de toda la historia del género teen a sus espaldas y opta por homenajear, de un modo muy claro, a una de sus cumbres, Freaks and Geeks. Mantiene el tono cercano y realista, pero se pierde en algunos secundarios. McQuaid y Tyler, por ejemplo, son los dos amigos frikis de Luke, con los que se apunta al club de audiovisuales nada más empezar el instituto. Los dos se mueven demasiado en el cliché, especialmente McQuaid, que es una versión más engolada de Bill Haverchuck. Y algo parecido ocurre con Oliver y Emaline, los dos alumnos muy melodramáticos del club de teatro. Oliver, sobre todo, no consigue escapar nunca del arquetipo del adolescente cool, que sabe que lo es y que cree estar por encima de todo.
Los otros tres encuentran algún momento de redención hacia el final de la temporada, sobre todo por culpa de desengaños variados, y Emaline acaba adquiriendo un poco más de tridimensionalidad cuando se integra más en la historia principal.
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Winston consigue que Luke no sea el típico protagonista de una historia de madurez no sólo por cómo termina su evolución, sino porque siempre le aporta un toque de humanidad. Hasta cuando se equivoca al enfadarse con el mundo, es posible comprender por qué le está pasando eso. Y Kennedy, por su parte, logra que sea imposible que no nos pase como a Luke y nos enamoremos de Kate nada más verla.
Emaline, McQuaid y Tyler, los tres principales secundarios de la serie. (Fuente: Netflix)
Gran parte de su retrato se hace a través de miradas, silencios y tímidas sonrisas, y cuando Kate, tan introvertida e insegura de enfrentarse a sus emociones, estalla hacia el final de la temporada, deja el mejor momento de la serie. Ésta, además, la dibuja de una manera muy cuidada, y acaba siendo más sobre su autodescubrimiento simplemente al enfocar su rostro reaccionando a alguna declaración de Luke, en lugar de mostrarlo a él en su gran momento.
Suyo es también el instante emocionalmente más álgido, aunque Todo es una mierda se esfuerza por que sus dos protagonistas reciban un cuidado similar, y que ambos terminen aprendiendo algo importante para sus vidas. Pero es la evolución de Kate la que acaba llevándose el gato al agua, y la que aporta un factor adorable que acaba siendo fundamental.
Porque, como decimos, en el resto de la serie se cae a menudo en los arquetipos más manidos y en las referencias culturales más obvias. Apelar a la nostalgia de quienes fueron adolescentes durante los 90 le puede dar muchos artículos en internet sobre todos los easter eggs a la época de los episodios, pero resulta más una distracción que algo que tenga un verdadero sentido. Y el conflicto central de Luke, aunque está bien interpretado, tampoco es lo más original del mundo.
Luke y Kate, con el padre de Kate, que es el director del instituto. (Fuente: Netflix)
Todo es una mierda acierta al apostarlo todo a las emociones de sus dos personajes principales. La tendencia nostálgica de Stranger Things no es la mejor idea que podían seguir, pero el retrato de Luke y, especialmente, Kate está tan logrado, que acaba funcionando todo mucho mejor de lo que, probablemente, debería.
Notas al margen
- Hay muchas referencias noventeras en la serie, desde las zapatillas Reebok Pump de Luke, el Discman de Kate, los posters de Mallrats o la estética de Gwen Stefani en No Doubt de Emaline a las conversaciones en la cantina del instituto sobre Le llaman Bodhi o Showgirls, pero es en la música donde esos guiños se notan más. Tori Amos, Oasis, Spin Doctors, Duran Duran, Ace of Base, Elastica, The Cardigans o Deep Blue Something son algunos de los grupos que suenan.
Las notas de Fuera de Series:
En Fuera de Series puntuamos nuestros análisis en una triple escala de 1 a 5, inspirada en la que usa Little White Lies, en función de lo deseosos que estábamos de ver la serie (“Antes”), lo que nos ha parecido viéndola (“Durante”) y las ganas de ver más y de comentarla con más gente tras hacerlo (“Después”)
Antes: 2
Las series que lo basan casi todo en la nostalgia de una época determinada no terminan de convencerme. Y eso que los 90 es mi época, como quien dice, pero tenía muy pocas expectativas puestas en esta serie.
Durante: 3
Las referencias culturales a esa década están demasiado forzadas y son hasta excesivas, y hay secundarios totalmente arquetípicos. Pero desde el primer momento hay algo en Luke y Kate que hace que sigas viendo episodios. Y que éstos sean cortos, de media hora, impide que ‘Todo es una mierda’ pueda hacerse cargante.
Después: 3,5
Sus dos personajes protagonistas y, sobre todo, Kate justifican el visionado de la serie. Hay tanto corazón en ellos, tanta ternura hasta en sus momentos más irritantes, que lo más normal es que, al acabar la temporada, quieras seguir viéndolos más. Aunque lo que les pase sea justo lo que te imaginas que les va a pasar.
‘Todo es una mierda’ está disponible en Netflix.