Hubo un momento en 2011 en el que la mejor serie de la historia era Boss. Era una de las ficciones con las que Starz quería ser tomada en serio, su protagonista era Kelsey Grammer pasándose al drama con ínfulas, Gus Van Sant dirigía su primer capítulo, tenía unos estupendos títulos de crédito (con Robert Plant versionando un espiritual tradicional) y se centraba en un alcalde de Chicago que no quería abandonar el cargo pese a haber sido diagnosticado de una forma de demencia, así que se dedicaba a maniobrar en la sombra para conseguir un candidato a gobernador del estado de Illinois que fuera de su cuerda.
Todos esos elementos, superficialmente, construían una serie muy buena, que es lo que Boss creía que era. Hubo muchos espectadores que lo pensaron también y que la encumbraron como la mejor de 2011 y casi una de las mejores de la historia, prematuramente, pero eso no es destacable. Siempre hay una ficción que llama tanto la atención cuando se estrena, que sus elogios hacen creer que ha nacido la candidata que destrone finalmente a Los Soprano del canon de excelencia televisiva. Lo interesante con Boss es que esa opinión se intentaba imponer por la fuerza, presagiando una tendencia que se ha hecho más y más común en redes sociales.
Si tus críticas hacia la serie eran negativas, es que no la habías visto o que no tenías criterio, que era una manera más “elegante” de acusarte de no tener ni puta idea. Claramente, era imposible que alguien viera Boss y no le gustara. Y, por supuesto, era un sacrilegio que un crítico viera dos episodios y la descartara para siempre.
Evidentemente que es posible. Hubo algunos críticos a los que el primer capítulo de The Witcher les pareció tan espantoso, que perjuraron no acercarse nunca más a ella. Los fans eran incapaces de comprender que eso pudiera ocurrir. “Hay que verse la temporada completa antes de juzgar”, dicen, pero solo refiriéndose a las series que adoran. Las demás puedes crucificarlas viendo diez minutos.
Lo que pasó con Boss adelantó un poco esa actitud. En el antiguo ¡Vaya Tele! (ahora Espinof), solíamos bromear siempre con aquellos “no tienes criterio” y casi era un chiste recurrente que algunos comentaristas no hablaran de nada más que no fuera lo buenísima que era Boss. Con ellos, de nada servía afirmar que la habías visto y que no, no te gustaba. Y no entremos a discutir el otro gran clásico cada vez que alguien critica nuestra ficción favorita: “¡es que esta crítica no es objetiva!” Por supuesto que no lo es. Como tampoco lo es el amor por esa serie.
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