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‘Detective Conan’: más cerca de ‘CSI: Miami’ que de ‘Dragon Ball’

(Fuente: TMS Entertainment)

El retaco y cabezón protagonista de Detective Conan tiene poco que ver con los maderos fornidos de los procedimentales de las networks yanquis, pero no menos que con los superadolescentes peleones de los animes que dominan el mercado nipón. La serie inspirada en el excepcional manga de Gosho Aoyama es otra cosa.

El anime se asomó a los televisores patrios muy pronto, en los setenta, con Marco, Heidi y demás, pero caló más hondo al final del milenio, aupado por relatos de acción como Dragon Ball o Los caballeros del zodiaco. Para cuando Detective Conan se estrenó en España, en 2001, el país ya llevaba una década sumido en la fiebre de las series japonesas. Su protagonista, sin embargo, no resultaría demasiado familiar.

El tal Conan no tiene excesiva fuerza física ni poderes mágicos; no es un ninja o un samurái, ni lo acompaña una mascota de otro mundo. De hecho, la identificación del público objetivo con él –tan relevante en un género como el shonen, cuya etimología remite a la palabra japonesa para chico– se complica desde el primer episodio, cuando el verdadero personaje principal, Shinichi, un joven prodigio que ejerce de detective privado, se ve transformado en el niño de seis años que vemos en pantalla. Creedme, ningún chaval quiere proyectar sus aspiraciones en un mequetrefe con la mitad de edad que él.

Lo particular de este anime, que ha corrido por todas las cadenas autonómicas e incluso fue retirado de la parrilla de Antena 3 por ser demasiado pertubador para audiencias infantiles, es que la mencionada transformación es un detonante muy claro, que pone en marcha la historia, pero se prescinde de él bastante pronto. Si Shinichi acaba confinado en un cuerpo de niño es porque una peligrosa mafia de hombres vestidos de negro lo obliga a tomar una droga experimental que provoca la mutación, pero no sufráis: el protagonista adopta rápidamente la identidad falsa de Conan Edogawa y se pone a resolver como un loco los casos que le van cayendo encima, con la esperanza de que alguno de ellos caliente el rastro aterido de sus agresores.

Y así llevamos ya 25 años, si empezamos a contar desde la primera emisión de la serie en Japón. Sea por falta de pruebas o por pura desgana, la historia –que, en su versión impresa, puede presumir de ser el quinto manga más vendido– claudica ante una trama procedimental, de casos de la semana, que apenas acerca a Shinichi a la resolución del que se supone el problema mayor, aterrizándolo más cerca del Horatio de CSI: Miami que de los propelentes héroes de Dragon Ball y sucedáneos.

Yo me jugaría los cuartos a que lo verdaderamente importante de la serie –de la que se pueden ver los primeros 43 episodios en Crunchyroll y las dos últimas de sus 23 películas-esqueje en Filmin– es qué puede extraer Shinichi de su vida como Conan; una vida en cautividad, sí, pero que le permite un valioso contraplano de sus seres queridos. Varias veces a lo largo de la serie, seguro que muchas más de las que alcancé a ver de chiquitín, este Holmes del siglo XX se las apaña para recuperar su cuerpo larguirucho, pero siempre acaba devuelto al frasco del infante. Lo que podría pasar por aburrido estatismo es más bien deliciosa permanencia, una cualidad igualmente indeseable para un shonen al uso. Detective Conan no lo es.

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