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El pasado oscuro de ‘Heridas abiertas’ empieza con la fundación de Wind Gap

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Imagen del quinto episodio de ‘Heridas Abiertas’ (Fuente: HBO España)

Los asesinatos de Ann y Natalie en Wind Gap son los que ponen en marcha la historia de Heridas abiertas. Aunque la serie nunca fue un whodunit, en la última escena del último episodio da resolución a su misterio, pero esas muertes eran realmente un detonante, una excusa para desmadejar la enfermiza historia del trauma de las mujeres Crellin-Preaker.

Camille vuelve al perturbador caserón familiar y a Wind Gap, un pueblo que espera que sus mujeres sean tan perfectas y delicadas, que son incapaces de contemplar la posibilidad de que sean responsables de un acto tan violento como los asesinatos de Ann y Natalie. Richard hace el experimento con una cabeza de cerdo para comprobar la fuerza necesaria para extraer los dientes, ¿pero qué tan difícil sería hacerlo con un cerdo pequeño? ¿Y si no lo hiciera una persona sola sino en grupo, como suele ser la dinámica en Wind Gap? Ni siquiera se lo plantean.

Es un pueblo tan podrido como los que hemos visto decenas de veces en la ficción, tiene el aire turbio y maligno de Twin Peaks o el Laketop de Top of The Lake, pero a diferencia de aquellos, no es la figura paterna la que encarna el mal, es la de la madre. Lo que sale a la superficie es la frustración de unas hijas que lo único que quieren es complacer a la figura materna. Lo mismo se aplica para los grupos de amigas en los que siempre hay una abeja reina que consigue que las demás hagan lo que quiere.

Y es un pueblo que conmmemora anualmente su fundación con la representación teatral de la violación de una adolescente por un grupo de soldados. Es un honor interpretar el papel de esa Millie silente, una niña de 13 años que se sacrificó por el señor de su casa entregando su cuerpo y la vida del bebé que llevaba en el vientre. Esta celebración no aparece en el libro de Gillian Flynn y es por tanto una declaración de intenciones; si hablamos de pasados oscuros la historia empieza ahí, y se repite de forma macabra en la violación en grupo de Camille el día en que cumplió 15 años, una experiencia que prefirió procesar como consensuada para que doliera menos, para no sentirse como una víctima.

El trauma de Camille es una historia ligada con enredaderas venenosas a la de su madre y sus hermanas en un pueblo que lo que más valora y lo que espera de sus mujeres es su capacidad de guardar silencio. Es eso lo que ha marcado las vidas de Adora, de Camille y de Amma. «Don’t tell mama».

Los desórdenes psicológicos de las tres revelan la necesidad de ejercer algún tipo de control, porque Heridas abiertas es una historia en la que el dolor y la rabia están reprimidos y cuando no pueden contenerse más, explotan de la única forma que encuentran.

«Cuando dejas que otros te hagan cosas, en realidad se las estás haciendo tú a ellos». Con esta frase parecía que Amma se refería solo a la relación con los chicos de su edad, y sería aplicable también para Camille, a quien uno de sus violadores le pide perdón años después, pero Amma estaba hablando de su madre. Esa era su forma de controlarla y de exigir afecto cuando le apetecía.

Las mujeres Crellin-Preaker crecieron creyendo que el amor era una transacción y que había que ganarlo. A Camille solo le permiten entrar en la habitación de su madre cuando acepta recibir su medicina. Ese fue el pacto tácito que estableció Amma con Adora, aceptó voluntariamente que la envenenara, pero a cambio esperaba absoluta devoción. Por eso, cuando esa atención la recibieron otras que no habían hecho nada para merecerla, Amma desata su terrorífica furia motivada por un deseo infantil.

Heridas abiertas fue una sorpresa en el panorama seriéfilo de este verano. Una sorpresa agradable por lo estimulante de su propuesta a nivel técnico, pero una experiencia de visionado incómoda y perturbadora. El último episodio es apresurado y eso hace que la narración sea caótica y las elipsis confusas, pero el final es tan impactante que hace que olvidemos cualquier posible queja. La serie retó al espectador hasta el último segundo de sus títulos de créditos, un movimiento audaz que solo es posible en la época de las redes sociales y el streaming. Algo que no habría sido posible en la época de Los Soprano, cuando un fundido a negro hizo que la gente pensara que habían perdido la señal en el último momento.

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valentina

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