Quedaos con esta cara. (Fuente: Netflix)
Netflix ha puesto toda la carne en el asador con su remesa de animes originales, convirtiéndose en un enclave fundamental de la nueva Ruta de la Seda de las series niponas. El grueso de su catálogo de contenidos a la japonesa no lo surten experimentos extranjeros como Memorias de Idhún, que son los menos, sino el trabajo de creativos y técnicos nativos de la industria local que mantienen la autenticidad artesanal en lo que dan el brinco al streaming.
La intromisión del gigante de la N roja no es del todo una mala noticia para las compañías que habían explotado esas vetas hasta el momento, empresas con las cuentas al día y levantadas por trabajadores hostigados que, de no ser por lo recaudado con el merchandising, malvivirían de los réditos que arrojan las emisiones en la televisión lineal. Por otro lado, hay quien cree que el monopolio de los derechos para distribuir los animes fuera de Japón acabará provocando un cuello de botella en la plataforma: el público fiel, que quiere ver las series al ritmo de las emisiones originales y se atora esperando a que se publiquen las temporadas completas en el catálogo, podría regresar a la piratería.
Netflix tiene mucho por pulir en lo comercial (descubriendo por la fuerza si su modelo unificado funciona realmente para todo tipo de contenido) con respecto a ese anime del futuro en el que ya están trabajando sus ingenieros. Haruka Miyagawa, del equipo de Tecnologías Creativas e Infraestructura de la compañía, explicaba hace unos meses en este breve clip que el servicio VOD, como bestia sagrada de la Internet TV que es, anda siempre resolviendo ecuaciones con la tecnología y el entretenimiento como incógnitas cruzadas. La última de ellas: llevar el 4K y el HDR al anime.
A pesar de la maduración a pasos agigantados que ha experimentado el sector en lo que va de siglo, no es común en el mundo del anime encontrar profesionales dispuestos a desasirse del tan japonés apego a la tradición. A día de hoy, multitud de orfebres de la animación nipona diseñan todavía sus obras sobre papel. Este reducto de lo analógico, que resiste como el imbatible pueblo galo los embates de la revolución tecnológica, es un palo en las ruedas para Netflix y su estrategia de producir animes con las más apabullantes cáscaras.
La resolución 4K y el alto rango dinámico o HDR, por sus siglas en inglés (que permite mostrar con igual nitidez regiones de una imagen que tienen distinta cantidad de luz), son estándares difíciles de arañar si el material de base es un dibujo hecho a mano y posteriormente escaneado. Para poder producir imágenes en 4K, por ejemplo, el dibujante tendría que aumentar en mucho el tamaño de su lienzo. El salto al digital facilitaría estos procesos y en Netflix lo saben. Así nace El sol naciente (Sol Levante en el original), entre el progreso científico y la OPA hostil velada: un cortometraje que se publicó el pasado abril con la intención de pasear frente a profesionales y aficionados las bondades del anime del futuro, dibujado a mano sobre tableta y con la mejor de las facturas.
Podemos, con esos escasos cuatro minutos de metraje, hacernos una idea de la pinta que tendrán muchos animes en los años venideros. La pieza no es gran cosa (y eso que la firma Production I.G., el equipo responsable del segmento animado de Kill Bill), pero funciona de perlas como el globo sonda que es. El aviso, más que el augurio, de una estética que, cogida a la vez de la mano de los que hacen la tecnología y de los que la usan, se convertirá en la imperante. Nada que celebrar, pues esta ortopédica secuencia de fantasía, repleta de partículas digitales, explosiones y colores abigarrados subraya lo que ya muchos sabemos: que de poco sirve la alta tecnología si se emplea en horteradas como la presente. El anime del futuro será feo.
El urbanita episodio perdido de ‘Más allá del jardín’
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