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El último suspiro de Dale Baer en las series animadas

(Fuente: Disney+)

Hoy hace 17 días que murió Dale Baer. Se lo llevó la ELA, la misma enfermedad que segó también la vida de Stephen Hawking. Ni tan conocido ni tan reconocido como el físico británico, Baer llevó una vida y obra discretas. Su fama de persona tímida y anuente contrasta con la firmeza con que su huella se agarra a la historia de la animación occidental, donde cine y series por igual encapsulan para el futuro su buen hacer. Aunque se prodigó más en la pantalla grande que en formatos episódicos, su último suspiro para las series de televisión, cinco años antes de su marcha, parece arrojar hoy una emotiva despedida avant la lettre.

Nacido en Colorado, Baer entró a militar en Disney en 1971 como uno de los primeros reclutas del programa de formación con el que la compañía echaba el ojo a incipientes talentos de la industria. Allí se curtió con Robin Hood, Los rescatadores o Pedro y el dragón Elliot, hasta su salida a finales de los setenta, cuando el estudio se llenaba de nueva sangre ansiosa de deshacerse de la mano de obra senil. Baer, incómodo en un ambiente hostil, se largó. El recién desempleado fue a dar con Ralph Bakshi, quien le dobló el sueldo que percibía en Disney por participar en su versión de El señor de los anillos.

Antes de fundar con su primera mujer un estudio independiente –crucial en la llegada a buen puerto de una de las comedias más particulares de la historia del cine, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, para la que Dale y Jane Baer lideraron una milicia de 75 animadores que trabajó paralelamente a la unidad principal, asentada en Londres–, el estadounidense se estrenó en la televisión, orbitando sobre todo en torno a la productora Hanna-Barbera. Algunas de las series para las que firmó Baer resultarán familiares, como Los pitufos; otras, como The Fonz and the Happy Days Gang, parecen no haber llegado siquiera a España.

Ajeno al rencor, Baer se reconcilió con el cine de Disney en la última década del siglo, entonces sí, para alcanzar los laureles merecidos por la destreza demostrada en El emperador y sus locuras, y para protagonizar un hito tan dramático como el de la última película del estudio del ratón dibujada a mano: Winnie the Pooh, de 2011. En sus últimos años, como si supiera que lo iban a ser, Baer confesó sentir cierta añoranza por unos tiempos más simples, de historias breves y descomplicadas.

Las tintas del de Colorado se acercarían una vez más a las series, en 2016, cuando sirviera como animador en la secuencia del sofá que Eric Goldberg –otro gigante de este asunto, profesional bravo de Disney y Warner Bros.– dirigió para la cabecera de un episodio de la temporada 27 de Los Simpson. Baer le repasó el contorno a su vida con un trabajo antológico, honrando la maquinaria que lo educó a través de una pieza que va de los cartoons monocromo de la Disney primigenia a la virguería en color de las décadas maduras; y lo hizo desde la umbra, sin estampar su rúbrica a la vista de todos, reafirmándose como lo que era: un marinero sin vocación de capitán, pero amante de los mejores navíos.

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