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Por qué cambiar el reparto de ‘Élite’ es una jugada maestra

Ester Expósito e Itzan Escamilla en ‘Élite’. (Fuente: Netflix)

Cuando la semana pasada sacamos la noticia exclusiva de que Élite iba a cambiar su reparto de cara a la cuarta temporada, una de las reacciones más comunes fue el escepticismo. Eso ya lo hicieron otras series juveniles, desde Compañeros hasta Glee, y siempre salió mal, nos recordaban muchos lectores a través de las redes sociales. Y tienen razón al recordarlo, pero, a la vez, creo que a Élite le puede salir bien.

La posibilidad de un relevo generacional es una cuestión a la que se enfrenta toda serie juvenil de éxito: llega un punto en el que los que hacen de adolescentes ya no aparentan su edad y es insostenible que resulte natural que sigan paseándose por el instituto durante más tiempo. Y no solo eso, su público también envejece. Por eso en la mayoría de las ocasiones que se intenta el cambio de elenco se hace lo más tarde posible: cuando no queda otra, como un disparo con los ojos cerrados, rezando porque dé en la diana. Y nunca da.

El problema en esos casos está en que se hace tarde y cuanto más tardes en dar el salto, más fuerte será el vínculo entre el espectador y los personajes. Desprenderse de ellos pronto y aferrarse a la franquicia puede ser la clave. Skins, por ejemplo, probó a cambiar a los protagonistas cada dos temporadas y no le fue tan mal; es verdad que la primera generación fue la más carismática, pero la segunda se recibió con los brazos abiertos. Y al igual que esta, que tenía unos elementos de franquicia bastante sólidos, Élite es fácilmente reconocible a nivel conceptual: el mamarrachismo bien, los guiones que queman trama a la velocidad del rayo y la combinación de excesos juveniles y lujo choni.

Así, si la serie se aferra a sus códigos más que a sus personajes, puede reinventarse no una sino varias veces. Y cada reinvención jugará a favor: renovarse siempre es una imperiosa necesidad en la ficción longeva para que las tramas no decaigan y, además, es mucho más barato producir una serie con actores desconocidos que una en la que sus protagonistas han alcanzado cierto estatus y caché.

Generalmente, las series de Netflix se firman con contratos para tres temporadas y, después de eso, toca renegociar. Y, claro, si tu serie ha sido un pelotazo y te has convertido en una estrella, tienes buenas cartas para conseguir una subida salarial, pero ¿qué capacidad de negociación puede tener un chiquito de dieciocho años desconocido frente a una empresa internacional que puede convertirlo en la próxima estrella de moda y, además, con otros doscientos chiquitos muriéndose por quitarle el puesto? Es la razón por la que muchas series de la plataforma no sobreviven a la tercera temporada: por un lado se encarecen y por otro pierden seguimiento, por lo que la balanza cae hacia el lado de la rentable cancelación.

Y por eso la jugada del cambio de reparto de Élite es redonda: se refresca la historia (al fin y al cabo, ¿cuánto tiempo puedes tener a un asesino en el insti enrollándose con gente como si nada?) y la serie sigue siendo baratita. Todos ganan salvo, quizás, los actores de la primera generación que no consigan afianzar su carrera (aunque a todos les queda, al menos, un tiempo de tirón como influencers). Muchos lo harán porque la mayoría valen mucho. Y los que sí habrán negociado bien la continuidad de la serie son sus creadores y guionistas, que ahí es de donde sale el alma de Élite.

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