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‘Feud’ es una carta de amor a sus actrices

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Ryan Murphy se ha convertido, en los últimos años, en el gran rehabilitador de las carreras de actrices de cine, ya veteranas, que no encuentran papeles interesantes en la gran pantalla. American Horror Story recuperó primero a Jessica Lange (un trabajo que le reportó un Emmy a la mejor actriz en miniserie en 2012) y luego fue añadiendo a su reparto a mujeres como Angela Bassett o Kathy Bates.

Cuando se anunció que Murphy ponía en marcha una nueva serie de antología para FX, Feud, centrada en grandes rivalidades personales de la historia y que su primera temporada tendría como protagonistas a Bette Davis y Joan Crawford, estaba muy claro que era un proyecto que entraba directamente en su lista de intereses, y no sólo porque Murphy llegó a conocer en persona a la propia Davis.

El guionista, director y productor ha anunciado también su esfuerzo por ampliar las oportunidades para las mujeres detrás de las cámaras y, delante de ellas, queda muy clara su carta de amor a las actrices y a las leyendas de Hollywood con lo que se aprecia en los dos primeros capítulos de Feud, que se estrena hoy en HBO España.

Los ocho episodios que tendrá la primera temporada de Feud cuentan un periodo muy concreto en las carreras de Bette Davis y Joan Crawford; la puesta en pie, el rodaje y la acogida posterior de ¿Qué fue de Baby Jane?, una película que Crawford impulsó, deseosa de volver a trabajar tras tres años en el dique seco y acuciada por las deudas.

Fue ella quien buscó al director, Robert Aldrich, y quien propuso a Bette Davis como su co-protagonista, sabedora de que tampoco recibía ya las películas que solía hacer en su gran momento de gloria, en los 30 y los 40. Las dos habían sido rivales ya en aquella época, y no sólo por ver quién recibía los mejores halagos y los papeles de estrella rutilante; había también una animadversión personal detrás de todo.

Lo que el arranque de Feud logra transmitir a la perfección es el dolor que subyace bajo ese odio. Ambas se sienten dejadas de lado por Hollywood, ese Hollywood para el que lo fueron todo durante la era dorada de los estudios, en los que éstos trataban a sus actores como una parte más del mobiliario. La apertura del primer capítulo, con Joan Crawford viendo cómo Marilyn Monroe recibe un Globo de Oro honorífico, ya deja muy claro lo que va a tratar la serie.

Y eso es la crueldad con la que la industria del entretenimiento (y la sociedad en general) trata a las mujeres que pasan de determinada edad. En la época de Davis y Crawford, una actriz dejaba de ser estrella cuando cumplía los 40, y para poder seguir trabajando, tenía que refugiarse en la televisión (Vacaciones en el mar aprovechó al máximo aquello) o en Broadway, si podía. La manera en la que Crawford intenta seguir explotando su sex appeal resulta trágica, y el modo en el que Jessica Lange encuentra la fragilidad tras su cuidado exterior le da todavía más peso.

Ninguna de las dos mujeres es presentada como la mala de la historia. Queda claro enseguida que ese papel se reserva para los estudios de Hollywood (encarnados aquí en un Jack Warner manipulador y ruin) y para la prensa de cotilleos, representada a través de Hedda Hopper (una Judy Davis realmente divertida, y que saca petróleo del instinto asesino de la columnista). Los dos explotan y fomentan con falsedades la rivalidad entre Davis y Crawford porque saben que les va a permitir ganar mucho dinero.

El trío sobre el que se asienta la serie, de todos modos, es el que forman Lange, Sarandon y Alfred Molina como Robert “Bob” Aldrich, harto de dirigir películas de serie B y que se ve atrapado entre las demandas de Warner y las necesidades de sus estrellas. Hay cierto juego de seducciones y últimas oportunidades entre los tres, porque para ellos, ¿Qué fue de Baby Jane? puede ser su puñetazo sobre la mesa, su aseveración de que ninguno está muerto y enterrado y pueden ser capaces de grandes cosas.

De todos modos, lo que más destaca de los dos primeros capítulos de Feud son las interpretaciones de Jessica Lange y Susan Sarandon. Ambas dan vida a Joan Crawford y Bette Davis como dos mujeres muy complejas, que son conscientes que están en el ocaso de sus carreras y, al mismo tiempo, se resisten a ello, y que están dispuestas a demostrar que aún tienen mucho que ofrecer como actrices.

Las miradas y las puyas que se lanzan entre ellas (como cada vez que Davis llama “Lucille” a Crawford, pues ése era su nombre real) están llenas de dolor, de rabia y, en gran parte, de cierto sentido malévolo de la diversión. Y, al mismo tiempo, las dos saben que se necesitan para llamar de nuevo la atención del público y de Hollywood.

Ryan Murphy dirige los dos primeros capítulos de una manera mucho más sobria y menos llamativa de lo que suele ser habitual en él, y lo que destaca enormemente es la estética de melodrama de los 50, y la “música” de los diálogos. Los acentos que utilizan Davis y Crawford son de estrella de cine clásico, un poco como hablaba Debbie Reynolds en Bright Lights, el documental de HBO sobre la relación entre ella y su hija, Carrie Fisher, y el envoltorio de época está muy logrado. Aunque esté hablando de temas tan actuales como el doble estándar para las mujeres que persiste no sólo en Hollywood, sino en bastantes facetas de la sociedad actual.

Todas las críticas de ‘Feud: Bette and Joan’

marina

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