Lo siento. De verdad que lo siento. Nada me gusta más en el mundo que ser parte de una emoción colectiva. Quizá por eso me gusta el fútbol, estoy sufriendo como pocas veces con Mare Of Easttown y hay una parte de mi que sigue emocionándose con los (pasados de moda) flashmobs. Pero me niego a ver el regreso de Friends, mientras mis sentimientos se debaten entre la envidia por la agitación generalizada y el rechazo que me produce comprobar que el paso del tiempo se ha convertido en un negocio.
Reconozco que no fui una fan acérrima de Ross, Mónica, Rachel, Joey, Chandler y Phoebe, aunque sentí cierta emoción cuando me paré frente aquella fachada neoyorquina en la que gente de todo el mundo hacía cola para inmortalizar el momento. Los vi y los disfruté, no estoy muerta por dentro, pero nunca sentí la necesidad de revisionar la serie cuando las plataformas celebraban que habían sido agraciadas en esa pseudo subasta en la que se convirtió la adquisición de sus derechos. Los había despedido en su día y para mi eran unos amigos a los que ya había dicho adiós, como a tantos otros en la vida real y en la televisiva, después de que la puerta verde se cerrase por última vez y los seis caminasen por ese descansillo que tantos momentos inolvidables había dejado.
Cuando las cadenas comenzaron a resucitar producciones y los fans de Friends se sintieron avalados por la nueva tendencia creativa para reclamar su regreso me horroricé. No alcancé a comprender la necesidad de recuperar algo que era perfecto, que se había marchado con la cabeza bien alta, sin esas quejas que suelen acompañar al final de cualquier producción. Tampoco lo entiendo ahora, pero como sé algo más de la industria, veo lógico que haya pasado. Aunque me sigue pareciendo mal.
Mal porque lo primero que hemos hecho con las primeras imágenes del publicitadísimo reencuentro, y eso que no nos gusta juzgar a nadie por su físico, es opinar sobre quien había llevado mejor el paso de los años. Como si al otro lado de la pantalla el tiempo se hubiese detenido y tuviésemos el mismo pelazo, la misma talla y los mismos sueños que cuando se emitía. Mal porque van a convertir los mejores momentos, las líneas de diálogo más conocidas y los personajes más queridos en recursos de un programa que simplemente se ha llevado a cabo para hacer dinero. Mal porque han convertido al grupo de amigos más entrañable de la televisión en una máquina tragaperras de la que las monedas ya comenzaron a salir anoche.
A la resurrección de Friends le seguirán otras producciones muy queridas de los 90, como Frasier o Aquellos maravillosos años, aunque a esta última la trasladan a una familia afroamericana para que además de nostálgica sea diversa. También volverán Gossip Girl, Queer as Folk y, como no, Sexo en Nueva York, que en realidad no se había ido, solo se había trasladado a una pantalla más grande.
Y así cadenas y plataformas, presionadas por la necesidad de rentabilizar su inversión en ficción mientras se pegan por nuevas suscripciones y espectadores, han decidido dejar su éxito en manos del pasado. De la nostalgia y de los recuerdos de una audiencia a la que le cuesta menos sentarse ante una cara familiar que probar suerte con el último estreno de la semana. De una fórmula que no es necesario testar porque ya funcionó en el pasado y si otros salieron indemnes de la herejía de resucitar a un lustroso cadáver, ¿qué puede fallar?
Aunque lo venden como una fiesta entrañable de recuerdos y melancolía televisiva a las cadenas les importan poco tus sentimientos y si escuchar de nuevo a Janice y su “oh my god” te hace reír o llorar, te lleva a viajar a tu juventud o te crea un trauma cuando a la mañana siguiente del visionado compruebas que tu vida no es precisamente como la soñabas cuando veías Friends. Ellos apelan a tus sentimientos para que la celebración de los tiempos mejores te lleve a pagar una suscripción y con suerte encuentres algo más por lo que quedarte. Y para desgracia de los fans de las series, que van a ver como presupuestos que podían ser mucho más provechosos, cadenas y plataformas van a explotar esa fórmula hasta que no quede una sola serie que resucitar. Pero si hasta va a volver La casa de la pradera.
Supongo que están en su derecho de hacerlo y vosotros de disfrutarlo, pero conmigo que no cuenten. No pienso mancillar mis recuerdos seriéfilos, tan lozanos, tan frescos, tan perfectos, por un reencuentro que desvirtúan las cámaras que lo inmortalizan. Espero que lo disfrutéis mucho, aunque solo sea por la guerra que habéis dado.