(Disney+)
A la actriz Gina Carano la han echado de su trabajo por expresar su opinión. Es un caso más de una paradoja sorprendente: en una época donde tanta gente se llena la boca con encomiables conceptos -imprescindibles en las sociedades liberales occidentales- como “tolerancia” y “diversidad”, resulta que estos son términos que no se aplican en el ámbito ideológico. No. Ahí sí que ha regir la “normatividad” y el espectro de lo admisible se antoja bastante estrecho. O, si lo prefieren, bastante asimétrico. No en vano, creadores tan carismáticos y populares como Judd Appatow o Josh Whedon han llamado a Trump “nazi asesino de masas” y le han acusado de convertir el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en las SS del Tercer Reich. Banalizar así el Holocausto, como dirían quienes denuncian ahora a Carano, no les ha supuesto ningún inconveniente reseñable a los creadores de Freaks and Geeks y Buffy. Y me parece fantástico, faltaría más. Lo sorprendente es el doble rasero.
Ni siquiera hay que irse muy lejos para calibrar este doble estándar. Pedro Pascal, protagonista de la serie que ha echado a Gina Carano, tiene este explícito tuit donde traza una comparación con el Holocausto. A Carano, por una referencia histórica más porosa, le han dado la patada, mientras que el protagonista sin rostro ha sido aupado a la adaptación televisiva de The Last of Us (qué acierto de cásting, by the way). En ambos casos se trata de comparaciones torpes, desafortunadas, factualmente absurdas e histéricas, aunque entendibles desde una lectura caritativa: Pascal quería denunciar lo horroroso de los niños en las celdas y Carano pretendía llamar la atención sobre las consecuencias a largo plazo del arrinconamiento y deshumanización del que piensa diferente.
Como ha reconocido el propio Mike Goodwin (inventor de esa ley que reza que “a medida que una discusión online se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”) estas analogías que caen en el exceso pueden, al menos, tener la virtud de hacernos pensar con escepticismo sobre el verdadero alcance del horror. También nos permiten, cabría añadir, saber quién tiene bula para decir burradas y quién no. Lo curioso es leer a peña que constantemente vacía de contenido -al gastarlos mediante la hipérbole- términos como nazismo, fascismo, racismo o machismo rasgarse las vestiduras ahora por el instagram de Carano. Vamos, que causa risa floja ver a tantos que comparan cada dos semanas a Trump con Hitler… que, de repente, despiertan una exquisita sensibilidad histórica hacia el supuesto relativismo (¿antisemitismo?) de Carano.
A mí, que soy casi un absolutista de la libertad de expresión, me parece cojonudo que cada uno tuitee las opiniones que le dé la gana. Creo que las limitaciones (¡o censuras!) han de ser muy, muy excepcionales, como proferir una amenaza de violencia o el clásico gritar “fuego” en un teatro para provocar el pánico. Salvo esos muy contados gritos, esto también lo extiendo al ámbito social y artístico. Porque la tolerancia se mide, precisamente, con las opiniones que no nos gustan o, más aún, que nos parecen detestables. Debatámoslas en vez de silenciarlas; diferenciemos las ideas de las personas, la esfera privada de la profesional. Aquel pensamiento tan manido de Voltaire como principio básico ilustrado: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. Y si no me gusta lo que dices, me bastará con no comprar tu rap o no ir a ver tu peli, en lugar de exigir a tus jefes que te pongan de patitas en la calle o solicitarle a las autoridades que retiren tu producto de la circulación.
Uno puede argumentar: “eh, corta el rollo de los principios, chaval, Disney es una empresa privada y tiene todo el derecho a echar a quien dañe su imagen de marca”. Reconozco mis limitaciones en cuanto a legislación laboral, pero aquellos que asuman esta tesis deberían, al menos, pensar a la inversa, poniéndose como ejemplos. Porque lo intelectualmente honesto es que un razonamiento tenga universalidad; si no, no es un razonamiento, sino un dogma. ¿Me parecería bien que mi jefe me despidiera, no por la eficacia con la que desempeño mi labor, sino por lo que opino en las redes sociales? Supongamos que uno trabaja en una empresa de tinte conservador, ¿estaría bien que me dejara sin sustento por tuitear, en mi cuenta privada, opiniones políticas muy críticas con un gobierno de derechas? A la mayoría nos parecería un escándalo. O llevémoslo al cine, buscando un contraejemplo político. ¿Alguien sensato -esto es, tolerante- aplaudiría que un republicano como Clint Eastwood hubiera cancelado a un izquierdista como Sean Penn, que está espectacular en Mystic River, por sus continuas diatribas contra Bush durante aquellos años?
Supongo que no hay ley que impida el despido de Carano, pero resulta inquietante el daño que la “cultura de la cancelación” está infligiendo, como listan aquí. Estas estrategias de linchamiento solo aumentarán la espiral del silencio, algo lamentable en cualquier sociedad democrática, donde la gente se callará cada vez más sus opiniones por miedo. La ventana de Overton se achicará y todo será más aburrido e intelectualmente menos variado. También el arte y el entretenimiento que aquí nos congrega.
La única esperanza para evitar ser cancelado, como explica Douglas Murray en su excelente La masa enfurecida, es poseer la suficiente fuerza económica o coraje moral para no depender de nadie. Carano no deja de ser una actriz de segundo nivel, por lo que su adiós quedará, narrativamente hablando, en una nota a pie de página del universo Star Wars. Y, sin embargo, aunque carezca del rango de estrella que la blinde (un escudo que sí protege a Scarlett Johansson, por ejemplo), sí parece una de esas personas libres, que supera techos de cristal y dice lo que le brota. Fue estrella de MMA, decidió lanzarse a hacer carrera cinematográfica y, como evidencian los charcos en los que se mete, no tiene miedo a reivindicar su forma de pensar, esté equivocada o no. Precisamente por ese arrojo dudo mucho de que se queje amargamente por su despido. La gente valiente asume las consecuencias de sus actos y paga la factura, porque sabe que “este es el camino”… para ser realmente libre.