Belén Cuesta interpreta a Julia en ‘La casa de papel’. (Fuente: Netflix)
Qué poco dura la alegría en la casa del pobre. Si la semana pasada celebrábamos aquí la inclusión de actrices trans en Veneno, hoy toca hablar del mismo tema, pero en sentido inverso. Porque este tipo de luchas van así, un pasito palante, María, un pasito patrás. Y el pasito patrás, como ya sabréis a estas alturas (y si no, perdón por el pequeño spoiler), lo ha dado La casa de papel.
Belén Cuesta entró en la serie en la tercera temporada de forma fugaz, pero ha sido en esta cuarta cuando hemos descubierto quién es su personaje: Julia, conocida entre la banda como Manila, es una infiltrada entre los rehenes a modo de as en la manga y, además, tiene una conexión pasada con Denver. Y, además de eso, nos cuentan que es una mujer trans… que está interpretada por una mujer cis. ¿Resulta esto problemático? Veamos.
Cuando se abre este debate, es común oír la posición que han defendido tanto Cuesta como los productores de la serie: el oficio de actor es meterse en la piel de otro y, por tanto, ella puede meterse en la piel de una mujer trans. Sí, en un mundo perfecto debería ser así. Pero luego está la otra cara de la moneda: en la realidad de nuestra industria, los intérpretes cis acaparan los pocos papeles trans que hay, mientras que los intérpretes trans no tienen acceso ni a esos papeles ni a ningunos otros. Es una cuestión de oportunidades.
Da la sensación de que en todo esto hay una buena intención por parte del equipo de La casa de papel, pero se han quedado cortos. Han querido incluir un personaje trans entre los protagonistas y que su identidad sexual no sea su rasgo definitorio, pero no han tenido agallas para hacer casting de actrices trans (imaginad si Laura Corbacho no sería una bomba como atracadora). En el tratamiento de la trama se ve esa intención inclusiva; por ejemplo aclarando que una mujer trans es mujer desde siempre, aunque luego no atinan tanto con los constantes chistes con el deadname (el nombre anterior a la transición de una persona trans) o la validación por encajar en el canon cisgénero. Pero el intento queda deslucido por la realidad tras la pantalla y el discurso pierde fuerza, reduciéndose a un pequeño golpe de efecto del guion.
Y que sea precisamente Belén Cuesta lo hace todo más grave, por varias razones. Porque si hablamos de privilegio, ¿qué actriz hay más privilegiada hoy por hoy que Belén Cuesta? Entendería que una actriz joven, que malvive poniendo copas y que tiene que sobrevivir, elija lo que le ofrezcan, pero Belén es la actriz del momento y está ahora en posición de elegir este guion, esa película o aquella serie y, por tanto, podría decir “esto no” o “por qué no esto mejor así”.
Y, para colmo, viene de hacer Paquita Salas, serie que dedicó un episodio de su tercera temporada a contar por qué estos papeles deben hacerlos las personas trans. Que Magüi no estaba con Paquita en aquella época, pero digo yo que vería el episodio y de algo se enteraría.
Al final, nos queda la sensación de un intento a medio gas por parte de la serie y de un acto individualista por parte de la actriz: cómo no voy a aceptar este papel que me puede hacer famosa mundial. Pero Belén podría haber hecho cualquier otra cosa, que en ese banco hay muchas balas por tirar.