Reconozco que cuando Apple TV+ anunció sus primeros proyectos no puse demasiada atención. Bastante tenía yo con los estrenos y planes de las plataformas a las que sí estaba suscrita. El número de suscripciones iba cambiando, y crecía, pero mi desinterés seguía ahí, apoyado por que los aparatos de la compañía de Cupertino habían desaparecido de mi vida y no me planteaba renovarlos. Pero en los últimos meses me he encontrado en las redes sociales y medios especializados cada vez más voces que me animaban a ver (o me exigían que lo hiciese) algunas de sus producciones. Y lejos de acallarse esas voces han ido creciendo y los títulos de las producciones van multiplicándose.
Así que Apple TV+ ya ha conseguido toda mi atención, pero como mi situación económica y tecnológica no ha variado, no tengo muy claro qué hacer con este nuevo reclamo. Porque puede que tenga muchas más ganas de ver lo que tienen en su plataforma de series que un buen porcentaje de sus adeptos clientes, pero eso poco importa. He dedicado más tiempo del que me gustaría a investigar sobre cómo puedo ver esas series que quiero ver, y por las que quiero pagar, sin dejarme unos cientos de euros en un dispositivo que no necesito, ni tener que tener encendido el ordenador para ver la tele, ni comprarme más aparatos. Solo pido una app, como el resto de plataformas. Y no he encontrado otra cosa que no sea frustración.
Este fracaso emocional no viene dado únicamente porque a mí sí me gustaría pertenecer a este exclusivo club pero como no tengo una manzana mordida entre mis manos no me lo merezco. La razón fundamental de mi desengaño, como amante de las series de televisión que soy, es que esta privativa plataforma está haciendo que el universo entero se pierda producciones de las que hablaríamos todos, todo el rato, si no hubiese que cumplir el dichoso requisito de pasar por caja y pagar por un cacharro.
La exclusividad gastronómica, por la que pagas cuentas con las que bien podrías solucionar un mes de alquiler, la respeto, aunque no acabo de entenderla. Tampoco me es ajena esa peculiaridad de llevar unas siglas impresionadas en un bolso y desembolsar por él más dinero del que llevarás dentro. Incluso la de los coches de alta gama, que pueden proporcionarte más velocidad pero no te ayudan a conducir mejor o de forma más segura. Sin embargo, la exclusividad audiovisual me es completamente ajena porque qué sentido tiene gastarse un pastizal (6 billones de dólares hasta 2019) en sacar adelante unas producciones que solo verán unos privilegiados en estos tiempos en los que la máxima aspiración de cualquier plataforma es que hablen de lo que haces, aunque sea para criticarte.
La barrera de la intrascendencia de Apple TV+ quedó superada el año pasado, cuando The Morning Show y Ted Lasso consiguieron colarse (merecidamente según se dijo) en las nominaciones de los premios del gremio. Pero si la compañía liderada por Tim Cook dejase de lado su esnobismo y crease una aplicación que permitiese acceder a ella desde otro sistema operativo sería una excelente noticia para los espectadores, y una mala para su cada vez más abundante competencia. Porque en apenas dos años ha demostrado que la ficción audiovisual no es un mero pasatiempo, si no que han llegado a la industria para crear producciones notables que hagan ruido y (aquí estamos) el público quiera ver.
Pudiendo ser la gemela de HBO, o la hermana sofisticada de Netflix, Apple TV+ prefiere ser la prima pija que te mira con desdén y está por encima del bien y del mal, de las audiencias con las que rellenar titulares y los premios con los que atiborrar vitrinas. Tiene que ser eso, porque dudo mucho que la estrategia sea que pasemos por el aro de gastarnos unos cientos de euros para pertenecer a un club que nos proporciona algo que está a un clic de distancia. Sí, descargarse contenidos no es la forma más honesta de valorar un trabajo, pero tampoco lo es esperar que, en la época de abundancia en la que vivimos, el cliente además de pagar su cuota mensual tenga que pasar por la ventanilla de la división tecnológica, para solventar así lo que la competencia ha desmitificado.
Yo seguiré soñando con que una buena mañana alguien decida en Cupertino democratizar su plataforma de contenidos audiovisuales con una aplicación en su temida competencia. Y mientras tanto veré los lanzamientos de sus nuevas series como cuando paseo por el barrio de Salamanca, repitiéndome mentalmente mientras los escaparates de las firmas de lujo se suceden a mi paso «no mires porque no puedes permitírtelo». Hasta que llego a un cruce en el que se ha colado una tienda más acorde con mi cuenta bancaria, a un estreno de una plataforma que no me pide un riñón para poder disfrutar de sus contenidos.