‘Seinfeld’ es la reina de las reposiciones en EEUU. (Fuente: NBC)
Imagínense la escena. Un directivo de una plataforma de vídeo bajo demanda comprueba los datos de visionados de sus clientes y exclama: “Vaya, yo venga a producir series nuevas y estos cabrones solo quieren ver capítulos viejos de Friends, qué curioso”. Podría tener sentido si el gerifalte fuese un techie recién aterrizado en esta guerra del streaming, pero cualquier ejecutivo curtido en televisión leería los datos como lo más normal del mundo. Porque el interés por las viejas glorias no es, ni mucho menos, algo nuevo.
La compra de sitcoms por parte de las grandes plataformas está haciendo mucho ruido estos días: Netflix se ha gastado 500 millones de dólares por los derechos de Seinfeld, los mismos que NBCUniversal por tener The Office en su nueva plataforma Peacock, mientras que WarnerMedia pagó 425 por llevar Friends a HBO Max. La última compra millonaria ha sido la de The Big Bang Theory, cuyas doce temporadas se verán en HBO Max tras un acuerdo millonario del que no ha trascendido una cifra exacta, aunque se comenta que sería muy superior a la de Friends. ¿Se extraña alguien?
Estos movimientos no son más que la traslación a un nuevo entorno de distribución, el del streaming, de algo que lleva moviendo cifras astronómicas en la televisión tradicional: los acuerdos de sindicación. Tras pasar por las cadenas en abierto, las series más longevas (normalmente de más de 88 episodios, es decir, 4 temporadas) y exitosas se vendían a una segunda ventana de exhibición, las cadenas de cable norteamericano, que las reponían en tira diaria. Ver episodios viejos de Friends o Seinfeld no es un insólito acto de posmodernidad surgido al calor de las plataformas, lleva pasando desde siempre con las reposiciones: la nostalgia nos pega a la pantalla.
Seinfeld, de hecho, ha ostentado durante años el título de la serie que mejor rendía en segundos pases: en 2013 se estimaba que había generado 3.000 millones de dólares de beneficios desde su final a costa de las reposiciones y, por entonces, sus creadores Jerry Seinfeld y Larry David se habían metido en el bolsillo unos 400 millones cada uno. Tal era el éxito de esta sitcom en segundos (y enésimos) pases que TBS recortaba ligeramente o aceleraba algunos episodios para que tuviesen una duración menor y así poder encajar más anuncios en las pausas comerciales.
En los últimos años, The Big Bang Theory se ha colado día sí y día también entre las emisiones más vistas del cable americano, pero no a un coste bajo; TBS se hizo con los derechos de la serie en 2010 pagando alrededor de 1,5 millones de dólares por episodio. La misma cifra pagó USA Network hace unos años por los capítulos repetidos de Modern Family y, por supuesto, Warner Bros. TV lleva años sacando tajada de los derechos de Friends, que hacen ganar, además, unos 20 millones de dólares al año a cada uno de sus seis protagonistas. En 2013, cuando FX pagó por los derechos de sindicación de Los Simpsons, se estimó que su valor era de 750 millones de dólares.
Para entender mejor la importancia de las reposiciones lineales, podemos echar un ojo al mercado español donde las series más queridas siguen emitiéndose en bucle tanto en abierto en los canales de TDT como en el day time de las de pago. Series nacionales como La que se avecina, Los Serrano o Aída siguen dando vueltas en FDF, y Aquí no hay quien viva lo hace en Neox, acompañada de glorias extranjeras como El príncipe de Bel-Air, The Big Bang Theory, The Middle o Friends. Incluso antes de la llegada de la TDT, Localia triunfó reponiendo Pasión de Gavilanes, años después de que esta fuese un éxito en las sobremesas de Antena 3.
Las cifras que oímos de las compras de las grandes sitcoms parecen escandalosas, pero, en realidad, son igual de golosas que lo eran antes. La única diferencia es que son otros quienes pagan las facturas. Lo que sí debería escandalizarnos de todo esto es: ¿por qué demonios nadie ha comprado Las chicas de oro a un precio más alto que ninguno?
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