Empezó como un rumor, pero ha acabado inundándolo todo. La fiebre de Guardianes de la noche ya está aquí y es imparable. Kimetsu no yaiba, en el japonés original, o Demon Slayer, según el título anglo, es el anime shonen de moda y no precisamente por la originalidad de su planteamiento —más y mucho de lo mismo en el reino de los viajes iniciáticos a mamporrazos—, sino porque su película, Guardianes de la noche: Tren infinito, no para de quebrar récords. Además, este episodio especial para cines del anime disfruta de una ventaja crucial con respecto al resto de la franquicia: se puede ver legalmente en España.
Si me preguntasen si recomiendo ir al cine a verla, no sabría qué decir. Yo lo hice hace un par de días con virginidad impoluta, sin saber nada de la serie ni de su película hermana, y fue una experiencia peculiar. Como el pobre chaval de Whiplash al que un J. K. Simmons tiránico convencía de que, de todos los músicos de la banda que ensayaba, era justo él el que tenía su instrumento desafinado: así me senté y me sentí yo en la sala, rodeado de fans. Forofos que llegaron tarde al pase y se perdieron los primeros minutos y que pagaron casi diez euros por arañar unas secuencias más de una historia que, por fuerza, han pirateado entera en Internet —en nuestro país no hay manera de verla a este lado de la ley—, pero, eso sí, aplaudieron con bravura las dos horazas de animación cuando se terminaron.
Quizá porque no vieron lo que yo vi. En Selecta Visión han sabido echarle el guante a una película —estrictamente hablando no es una OVA, porque no ha ido directa a vídeo, es decir, a DVD— que corona taquillas por todo el globo haciendo cosas de lo más ordinarias: protagonistas planos pero diferenciados, peleas en escalada de lo carnal hacia lo espiritista, sociedades de guerreros donde se prospera entre rangos estancos. El abecé de los mangas juveniles y, sin embargo, la jugada ha salido rentable: Guardianes de la noche: Tren infinito es la película más taquillera en Japón y la cinta de animación más amortizada de la historia.
Por lo visto, haciendo cosas de lo más normalitas —después me he acercado por callejones oscuros a la serie y no dista demasiado de la homóloga cinematográfica, qué mendacidad sería fingir que no— puede ganarse uno los escaparates del mundo entero. La serie ya tiene la reverencia de uno de los más grandes en esto, Makoto Shinkai, que ha felicitado al equipo por desbancar a su espectacular Your Name, y Tren infinito era hasta hace dos días la película más taquillera en España. De Guardianes de la noche no destacaría más que su sentimentalismo, porque ver a héroes masculinos llorar sin complejos en una serie japonesa es como ver pasar el Halley, aunque sea en compañía de una verborreica narración en over, y la fluidez de su animación, que compone con diseños en dos y tres dimensiones una acción hipnótica. Todo lo demás es abrumadoramente mediano. En su defensa: verla bajo la sombra del delito no ayuda.