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Larga vida a la Condesa Viuda

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Imelda Staunton y Maggie Smith, en la película de ‘Downton Abbey’. (Fuente: Focus Features)

Lo que más me divertía a mí de Downton Abbey era su sentido del humor. Te reías con ella, no de ella, aunque Julian Fellowes, su creador, tirara a veces de unas tramas que ni con alfileres podían sujetarse. En medio de las desgracias de Lady Edith y de la doncella Anna y de los pretendientes de Lady Mary, había mucho hueco para los comentarios irónicos, los personajes que funcionaban más como alivio cómico y las dinámicas entrañables y divertidas entre otros.

Por supuesto, la Condesa Viuda, madre de Lord Grantham, era la principal fuente no de los chistes, porque eso era rebajarse para ella, sino de los one liners, de las frases lapidarias que, además, contribuían a matizar aún más el retrato de un personaje que era el recuerdo viviente de la época de gran esplendor de la aristocracia rural inglesa. A lo largo de las seis temporadas que duró la serie, de hecho, las mujeres Crawley se fueron adaptando a la moda cambiante de los años 20 excepto la gran matriarca; ella siguió vestida como en la década de 1890.

El contraste entre los adelantos del mundo moderno (ya fueran el teléfono, una silla giratoria o el fin de semana) y el que ella había vivido era la excusa inicial de las risas, pero conforme fue avanzando la serie, Fellowes y Maggie Smith se convirtieron en un dúo creativo insuperable en cuanto a comentarios ingeniosos que se traslada intacto a la película. Ella es lo mejor de sus dos horas de metraje, de largo. Ella y otro personaje del que es mejor preservar su momento de gloria.

Las críticas que han salido de ese traslado al cine de Downton Abbey indican que, como película, tiene una entidad nula. Y es cierto. No tiene ningún sentido como largometraje independiente. Quien la vea sin haber seguido la serie no sabrá quién es toda esa gente, por qué hacen las cosas que hacen y no encontrará lógica ni gracia en prácticamente nada. Realmente, la película no está hecha para esos espectadores, sino para los fans. Es un capítulo especial en pantalla grande, no muy diferente de los especiales de Navidad, que continúa las historias donde se quedaron.

La experiencia de las seis temporadas anteriores le confiere algo de peso a la situación de Lady Edith, a la breve subtrama conjunta de Branson y Lady Mary o a las preocupaciones de ésta sobre el futuro de la casa. La película es floja, pero a cambio da a los fans una incesante catarata de frases matadoras de la Condesa Viuda y nos deja ver de nuevo a pares de personajes que acabaron siendo entrañables, como la señora Patmore y Daisy. Las risas que provoca en el cine una de esas frases de Violet Crawley da la medida de que los responsables de Downton Abbey sabían bien quién era su público cuando se decidieron a hacerla. Que haya sido un éxito de taquilla en su primer fin de semana no debería sorprender a nadie; era el otro fenómeno masivo global al que los medios serios no prestaban atención porque no era Juego de tronos.

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marina

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