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En defensa de Leticia Dolera (y en contra del chiste Feroz)

La sonrisa de Leticia Dolera, un poema (Fuente: Premios Feroz)

En las galas de premios españolas, como en otras vertientes del audiovisual, queda aún mucho complejo respecto a lo americano. Miramos al otro lado del charco con los ojos empañados por un sueño aspiracional y queremos seguir sus pasos. Por ejemplo, intentando que todos los presentadores sean tan punzantes como Ricky Gervais (spoiler: SALE MAL). Es lo que trató de hacer Ingrid García-Jonsson en la pasada ceremonia de los Premios Feroz donde tuvo un discurso de apertura donde la mayoría de los chistes o eran previsibles o, directamente, no eran chistes.

Pero dejando al margen la mucha o poca gracia que tuviese, tema subjetivo por supuesto, lo más comentado de su monólogo fue la pullita hacia Leticia Dolera a cuenta del polémico despido de Aina Clotet de Déjate llevar, serie que escribe, produce y protagoniza: “Cumplo el requisito más importante para que una actriz pueda trabajar en este país: ¡no estoy embarazada!”, lanzaba García-Jonsson para regocijo de su audiencia y, por si alguien no lo había pillado, subrayaba: “Leti, tengo ahí detrás el predictor por si luego quieres hacerme un casting”.

Que Leticia Dolera se va a tener que enfrentar a las consecuencias de sus torpes actos de aquí hasta que se estrene Déjate llevar (y más allá) es algo obvio, pero me gustaría reflexionar sobre la pertinencia de la broma y su ejecución. El chiste tendría sentido, en mi opinión, si cumpliese dos cosas: 1) que tuviese gracia; y 2) que sirviese para algo más que hacer leña del árbol caído. Sí, Dolera ha echado a una mujer embarazada de su serie (tema con muchos matices que da para otra columna) y está bien afearle el gesto como, por otra parte, ella misma habría hecho a un tercero, pero también sería oportuno preguntarnos si es la primera y única que ha obrado así desde el rol de productor (spoiler: NO).

Reducir un tema tan complicado como la discriminación de las actrices en la industria televisiva y cinematográfica española a un burdo ataque hacia Leticia Dolera (qué graciosos somos y qué bien lo pasemos) tendría sentido si este fuese un caso aislado. Lo triste del asunto es no aprovechar la oportunidad para rematar la faena: seguir denunciando, mediante el humor, que esta situación concreta es solo la punta del iceberg. ¿No se hizo por falta de ganas o de talento?

Podemos también entrar a debatir lo que supone que este chiste lo pronunciase una mujer, pero que el guion estuviese escrito por hombres. No obstante, no creo que se deba exonerar a Ingrid, pues quien pronuncia un texto asume también su parte de responsabilidad.

Y por último, creo que deberíamos repensar en qué símbolo se ha convertido (o queremos que se convierta) ahora Leticia Dolera. Para algunos, es la representación de la hipocresía o la confirmación de que el feminismo es una gran mentira. No les demos la razón. Leticia ha metido la pata hasta el fondo (su mayor error, creo, fue no exponer la situación ante Movistar+ para buscar soluciones) y representa, quizás, que por muy buenas que sean tus intenciones en un plano teórico, cuando pasas a la práctica puedes cagarla brutalmente. Ese debe ser nuestro aprendizaje: no tiremos todo el feminismo por la borda, sino intentemos que los conceptos y las acciones puedan ir de la mano. Roma no se hizo en un día ni la desigualdad se va a destruir en dos.

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