Si durante las últimas semanas habéis leído algo sobre el caso Nevenka, a raíz de la publicación en Netflix de una serie documental al respecto, probablemente haya sido subrayando la importancia de recordar aquello tan lamentable que sucedió en Ponferrada. Lo decía, por ejemplo, mi compañera Maritxu, que señalaba cómo este caso nos habla de una sociedad nuestra no tan lejana en el tiempo y tejía un paralelismo con la revisión de los casos de Monica Lewinsky o Lorena Bobbit, en los que encontramos un abismo entre el tratamiento que se hizo antes y el que se hace ahora.
Es importante decir que el caso Nevenka es importante. Es importante verlo y, como se suele decir muchas veces con productos como este, debería ponerse en los institutos. Y, por supuesto, el testimonio de Nevenka Fernández es valiosísimo por muchas cosas, porque nos ayuda a reflexionar y deconstruirnos, porque impulsa el cambio social e, incluso, porque a ella le ayuda a avanzar, como explica en los últimos minutos de metraje. Ese valor creo que es incuestionable.
Ahora bien, si dejamos a un lado por un momento esa potencia que tiene el relato en primera persona de Nevenka y analizamos Nevenka, el documental, como una obra en sí misma, la emoción se nos viene abajo porque estamos ante un producto muy del montón en cuanto a lo formal y narrativo. Y a veces esto resulta complicado de ver con las series documentales: si la historia es interesante, fondo y forma tienden a mimetizarse hasta el punto de que nos olvidemos de que son cuestiones separadas. Dicho de otra forma, Nevenka puede ser, a la vez, un documental mediocre (aunque, al menos, no pisa el terreno del amarillismo) y un testimonio importantísimo.
Nevenka acierta en dar voz a su protagonista y convertir su testimonio en primera persona en el eje central de la narración. Teniendo acceso a ella, no había columna vertebral mejor sobre la que apoyar el relato pues, ante todo, esta es su historia. Sin embargo, todo lo que la rodea se ha colocado un poco torpemente, desde la aleatoriedad de que unas veces nos pongan un rótulo indicando quién habla y otras no, a testimonios que aportan poco, preguntas que no se hacen (¿se ha buscado a las concejalas del PP que fueron en su contra?, ¿a alguien del pueblo que se manifestó a favor de Ismael Álvarez?), una pretendida solemnidad con el recurso de los planos aéreos de la ciudad y los timelapses o esa metáfora tan cuestionable del pez a la que, además, no se le da continuidad. Y, sobre todo, se muestran hilos de los que no se tiran; especialmente me llama la atención el poco peso que tiene la concejala del PSOE que fue su confidente, después de que cuente su encuentro, pero también se desarrolla poco la historia del periodista.
La línea entre reportaje y serie documental (un término que a veces se usa para casi cualquier cosa porque parece tener un halo de prestigio) es a veces difusa, pero no va tanto marcada por una realización formal más cinematográfica, que también, sino por asuntos como la estructura, la tesis que se presenta y la idea conceptual, entre otros. Eso sí, por mucho que la forma de Nevenka sea justita, que nadie ponga en duda que Nevenka Fernández merece ser escuchada.