«Si la docuserie de Rocío la llega a emitir Netflix todo el mundo de pie, dando palmas, qué maravilla, qué sensibilidad, qué lección de violencia de género», protestaba Carlota Corredera desde Sálvame, exponiendo que mucha gente ha visto este evento televisivo con el prejuicio derivado de la cadena que lo emite. Y no le falta cierta razón en que hay quien mira al grupo Mediaset como el hogar de «la telebasura» (término que, salvo excepciones muy puntuales, no comparto) y no ve más allá.
Sin embargo, para quejarse tan fuerte sobre una supuesta doble moral del espectador (o de la crítica especializada, que no sé hacia dónde apuntaba exactamente el dardo) también hay que tener las espaldas cubiertas y ser consciente de desde dónde se habla. Si se hubiese emitido en Netflix… Pues sí, serías las cosas diferentes. Algunas para bien, algunas para mal. En Netflix, probablemente, la serie documental de Rocío Carrasco habría llegado a menos gente. Y, por supuesto, nadie va a negar la importancia de visibilizar la lacra del machismo en prime time, como se ha hecho en Telecinco cada miércoles. Ahora bien, también hemos asistido a ejercicios de hipocresía muy descarados y a circos absolutamente vergonzosos que, como poco, solo han sumado ruido.
Si Netflix hubiese emitido la docuserie de Rocío Carrasco, quizás, no hubiese tenido en nómina también a otros seres del lado opuesto para aumentar el morbo. Se intenta justificar con que era un proyecto secreto, pero a nadie le cabe en la cabeza que ni los mandamases de La Fábrica de la Tele (a.k.a. La Cúpula) ni los de Telecinco no supiesen qué hacía su mano izquierda mientras movían la derecha. Mientras se cocinaba la docuserie, la cadena ataba a Olga Moreno, esposa de Antonio David Flores, para asegurarse de que la trama tuviese repercusión en Supervivientes. Y si Rocío: contar la verdad para seguir viva terminaba de grabarse en febrero, como ellos mismos han dicho, se mantenía contratado en Sálvame a su verdugo hasta bien entrado el mes de marzo; no solo eso, se alimentaba su relevancia con una trama propia relacionada con un «autobús de mujeres» y unas presuntas infidelidades matrimoniales (deslealtades, en su jerga). Querían tener su reacción a toda costa y solo hasta que estrenaron y vieron que tetas y sopas no caben en la boca, entonces recularon y le despidieron fulminantemente. No a sus acólitos.
Aunque más flagrante ha sido aún el empeño de Telecinco por mantener en nómina a Rocío Flores, hija de Carrasco y condenada por maltrato continuado, según información aportada por su madre. Decían en su presentación en la tertulia que solo estaba ahí para comentar Supervivientes, en calidad de defensora de una participante o exconcursante. Por supuesto, incierto. La estrategia, en realidad, era darle una cerilla y un bidón de gasolina. Una Rocío hablaba un día, la otra replicaba al siguiente. Por la noche feminismo, por la mañana amarillismo. Imaginemos por un momento que Netflix emitiese Nevenka y, en paralelo, le diese pábulo a Ismael Álvarez y oportunidad de seguir machacando a su víctima. Hay que ser coherentes con el discurso y el propósito. Y no hablemos de otros series de la cadena («PERRO NO COME PERRO»).
Y luego está el tema formal del que ya hablamos aquí anteriormente, a lo que podemos sumar algunos apuntes. La sensación de que todo se ha ido improvisando también ha restado. Y desde el comienzo, cuando ni siquiera se tenía claro el concepto; lo de Rocío no se vendió como lo que finalmente ha sido, una historia de acoso y maltrato, sino como «la gran mentira del corazón». Ni eso tenían claro, lo que querían contar. Lo que era fundamental.
Que el testimonio de Rocío Carrasco ha sido valiente y socialmente útil me parece incuestionable, pero eso no significa que todo el circo que se haya dispuesto a su alrededor haya remado a favor. Colaboradores que la cuestionan, sorteos de 12.000 euros en directo o un presentador que alude a «repartir juego» en aquella infame gala intermedia donde se perdió por completo el foco de qué era lo importante. Y se sigue haciendo, se llenan horas y horas de cuestionamientos a la víctima y de guerrillas que tapan lo esencial. No sabemos qué habría hecho Netflix con lo de Rocío, pero sí lo que ha hecho Telecinco. Para bien y para mal.
Yo no aplaudo ni a Telecinco ni a Netflix, aplaudo a Rocío Carrasco.