El viernes pasado, Netflix estrenó a bombo y platillo, con llamativos pósters en marquesinas y una espectacular cuenta atrás en un edificio emblemático de Madrid, la serie Sky Rojo. Creada por Álex Pina y Esther Martínez-Lobato, padres de la exitosa La Casa de Papel, esta producción de 8 episodios de media hora narra la huida de Coral, Gina y Wendy del prostíbulo en el que trabajan después de enfrentarse al dueño del negocio, Romeo, su proxeneta.
Preguntados por la razón por la que ambientaron su historia en un tema tan complicado como la trata de mujeres, los creadores de Sky Rojo han dicho cosas como que utilizaron “la comedia y la acción para retratar un drama social muy tremebundo”, que han unido “lo gamberro y lo sexi mezclados con una comedia” o que es su “apuesta para contar algo muy sórdido y dramático de una forma que llegue a los más espectadores posibles”. También han reconocido que “muchos de los testimonios que hemos escuchado son más parecidos al género del terror. Es un tema desconocido y por eso sigue funcionando. Simplemente que ocupe el debate y la gente hable de ello ya es más de lo que habíamos soñado”. Bien pues, a pesar de la falsa modestia, vamos a hablarlo.
Y voy a comenzar siendo clara: para Sky Rojo la prostitución es un medio, no un fin, ni una preocupación, ni un intento de concienciar. Porque si de verdad le preocupase la trata de mujeres no las habrían metido en un prostíbulo que se asemeja más a una discoteca de moda que a uno de esos locales sórdidos y oscuros que salpican las carreteras de todo el país. Pero también habría puesto en boca de las prostitutas que huyen de su explotador algo más que un par de frases que tratan de concienciar, hubiese profundizado en sus personajes con algo más de unos cuantos flashbacks o, simplemente, no habría dedicado estos a secuencias en las que puede quedar claro la repulsión que les produce su “trabajo”, pero desde un prisma sexualizado, tiradas en la cama, sometidas o a punto de hacer eso que no quieren hacer. No es lo que dices, es lo que haces.
Al igual que Romeo explota a Coral, Gina y Wendy, los creadores de Sky Rojo se sirven de la sordidez y la desnudez propia de la prostitución para hacer de su serie algo vistoso, que llame la atención de aquellos que se encuentren el póster de las tres protagonistas por la calle y se pregunten por qué van a querer ellos ver una serie protagonizada por tres mujeres que se vende como una historia de “power girls”. Porque van a ver tetas y culos y van a escuchar frases como “¿tienes la vocación suficiente para comerme la polla ahora mismo y hacer que eso sea una obra de arte?”. Porque sobre las tres protagonistas hay un hombre que une la mentalidad empresarial y la mirada sexual para explotar a una treintena de mujeres, mirarles a la cara y amenazarles con hacer daño a su familia si no hacen su trabajo. Y porque no es él, sino ellas, las que van a tener que vérselas con la fauna que cruce la puerta de su negocio para pagarle a una desconocida, que no es más que un objeto para ellos, por algo que no se atreven a pedirle a su mujer, o a nadie, fuera de esas cuatro paredes.
Sí, yo soy de esas personas que se ha tomado en serio Sky Rojo, porque desde hace unos años a la industria audiovisual le importa ser representativa y contar aquello que pasa en la calle y le preocupa a la gente, y a mi nadie me ha enseñado cuándo tengo que tomarme una serie en serio y cuándo tengo que dejar pasar que sea machista (o racista u homófoba). ¿Es posible eso? Ahora que ya nos hemos puesto las gafas de la inclusión y del respeto ¿tenemos que quitárnoslas para ver según qué?, ¿en base a qué?, ¿a su género, su creador o la plataforma que pertenezca?, ¿por qué no tengo que tomarme en serio una producción que pretende venderme la historia de superación de sus protagonistas pero en la que (supuestamente) debo de obviar la utilización que de ellas se hace a nivel creativo o visual?
Como no sé hacer eso, Sky Rojo consiguió espeluznarme desde el primer minuto hasta el último, porque los momentos en los que los personajes femeninos no son sexualizados y ridiculizados escasean. Y después de pegarlas, de encañonarlas, de humillarlas, de que se zumben entre ellas, Sky Rojo se adentra en su tercera hora de metraje y, en plena huida frenética y con el peligro pisándoles los talones, las jóvenes protagonistas se paran en una gasolinera. Y no para llenar el depósito del coche que conducen, sino para “darse una ducha” en el autolavado de coches, a la vista de todos los clientes, ligeras de ropa y con un aparato que no es recomendable utilizar en personas porque su presión te puede quemar la piel. Pero a quién le importa si aquí tenemos una nueva excusa para que las protagonistas suelten unas cuantas frases soeces y jueguen con los chorros de agua, al más puro estilo de una película porno barata.
Entre los que son capaces de ver la producción como una serie que deja bonitos tuits con las frases de Wendy sobre lo que pasa cuando el sexo no es deseado y afea la conducta de los puteros con el siempre necesario “si no hubiese clientes no existiría la prostitución”, hay quien se consuela con que estos mensajes van a llegar a 190 países. Ya. ¿Y cuando Romeo sale a hablar de los pingues beneficios que le genera explotar a mujeres qué pasa, que el volumen se baja?, ¿y cuando Christian y Moisés se convierten en su apoyo moral en esa suerte de reuniones empresariales en medio del local?, ¿y cuando se viola a una de las protagonistas en un baño después de decirle que no porque ya no es prostituta?, ¿y cuando se escoge chica metiéndole los dedos entre las bragas “para ver quién está más mojada”?
La lista de preguntas podría ser infinita, pero si algo me han enseñado los años que llevo escribiendo sobre series es que, al igual que no hay dos personas que piensen lo mismo sobre un abrigo o un plato de espaguetis, tampoco van a coincidir en su visión sobre una serie, una trama, una imagen. Los que nos dedicamos a esto puede que tengamos la sensibilidad a flor de piel; los que no, son espectadores (a los que muchas veces envidio) que ven lo que las historias les cuentan y cómo se las cuentan. Y me cuesta mucho creer que a la mayoría de espectadores de Sky Rojo lo que se les vaya a quedar en la mente sea que la prostitución es mala porque hace daño a las mujeres, por mucho que los únicos hombres verdaderamente damnificados de la serie sean los puteros y no los proxenetas.
Aunque regresará con una segunda temporada (porque los ocho episodios solo eran un prólogo, qué suerte) tengo la esperanza de que dentro de unos años se nos olvide (e incluso nos riamos de ello) que un día hubo una serie que utilizó la prostitución para sexualizar una historia y era española. Que el creador nacional más conocido en el mundo tiene cierto historial misógino, con personajes femeninos traumatizados y sometidos por hombres. E, incluso, que la plataforma que le permitió dar rienda suelta a sus excesos creativos tuvo la brillante idea de utilizar el luminoso del prostíbulo como regalo en la promoción de la serie. El cartel que cuelga de un lugar en que se esclaviza y somete a mujeres como obsequio, para que lo pongas en tu casa y comentes con las visitas lo bonito que queda, de dónde lo has sacado y que como la intención de la serie era utilizar «la comedia y la acción para retratar un drama social muy tremebundo», pues así es como hay que verlo, como una efectiva mezcla de géneros. Lo siento, pero yo no puedo.