La serie de YouTube Originals recupera para su elenco a Michael Cera. (Fuente: YouTube)
Parece algo obvio, pero hay todo un mundo de distancia entre Weird City, la antología de ciencia ficción de YouTube Premium, y Black Mirror (la referencia automática en el imaginario popular cuando hablamos de episodios independientes que tratan los estragos de la hipertecnologización en sociedades bastante cercanas a la nuestra). Mientras que la ficción de Charlie Brooker adoptaba un tono más bien siniestro, Weird City se presenta en clave humorística, pero aquí no está la gran diferencia. Los puntos de partida de sus episodios plantean escenarios y mecanismos que bien podrían entenderse como trágicos, cercanos a los del éxito de Netflix.
Como comentó Maritxu Olazabal en su crítica, la serie de YouTube plantea un futuro terrorífico al que le cuesta muy poco generar incomodidad, con lo que no nos quedamos tan lejos de las distopías ordinarias de Black Mirror como podríamos pensar. Pero hay un punto que marca una diferencia sustancial entre las dos producciones: la conciencia. Es cierto que el humor es un factor determinante en la sensación de conjunto de Weird City (humor que, además, no escasea y por momentos es hasta difícil de digerir), pero quizá pese más la falta de agallas a la hora de articular un discurso sólido.
Todos tendemos a pensar que, en un apocalipsis zombi, seríamos ese protagonista que queda como último reducto de la humanidad mientras todos los demás, mediocres, caen infectados. Contra este narcisismo ante la hecatombe –llevado al terreno tecnológico– se postulaba Black Mirror, que no parecía tener ningún problema en exclamar que nadie es tan bueno, guapo o rico como para salvarse. Pueblos oprimidos por la guerra o primeros ministros británicos; nadie escapa al horror de las máquinas en esa serie.
Imagen de la tercera temporada de ‘Black Mirror’. (Fuente: Laurie Sparham/Netflix)
Por su parte, Weird City planta una semilla interesante partiendo la ciudad en la que se ambienta en dos mitades: la de los ricos (Above The Line) y la de los pobres (Below The Line). Sin embargo, llegado el momento de apechugar con lo sembrado, la serie decide no recogerlo. La susodicha línea es, de hecho, una división real con aduana y todo, pero la serie no le presta atención hasta su penúltimo episodio. Los comienzos de los capítulos (excepto el último, que es un mundo aparte) hacen referencia a esta segregación como algo que va a condicionar la narrativa, pero ninguno de los conflictos tiene una raíz real en esta división o seriedad suficiente para entenderlos como relevantes.
Si la frontera que divide la ciudad aparece en un episodio, es para ser marco de una mudanza o para señalar que el precio de determinados productos es distinto a un lado y a otro de la línea; pero esas diferencias no acaban de verse reflejadas verdaderamente en las historias. The Line, esa entidad que tanto compromete la integridad de la comunidad que Weird City muestra (y que la propia serie insiste en señalar como crucial), no cumple una función clara en la narración: es todo decorado y nada de atrezo.
En algunas ocasiones, la particular estética del ridículo que la serie maneja (que, en un principio, no debería incapacitarla para acarrear con el comentario social prometido) acaba comiéndose la narrativa. La base del conflicto del episodio cuarto, una casa inteligente del Above The Line que acaba volviéndose contra sus dueñas, resulta no residir en el fracaso de los sectores sociales con acceso a ciertos servicios para manejar ese privilegio, sino que la casa resulta violenta porque alguien descargó en su sistema operativo la personalidad de un maníaco. Los incontables grises de Black Mirror aquí se convierten en blancos y negros.
Dylan O’Brien y Ed O’Neill protagonizan el primero de los episodios de ‘Weird City’. (Fuente: YouTube)
De hecho, hasta el quinto episodio, las implicaciones de la frontera no se exploran realmente. Ninguno de los personajes había puesto un pie en el Below The Line con consecuencias claras para la trama hasta ese momento. En este capítulo, al fin, sí se hace evidente un comentario sobre la condescendencia que desarrollan las clases privilegiadas hacia las oprimidas y la verdadera vigencia de las limosnas, pero la pantomima es tan rocambolesca que acaba perdiendo el sentido.
La serie plantea algunas ideas interesantes, como la gestación subrogada como forma de forzar a las clases bajas a ciertos trabajos a los que los poderosos nunca se verían obligados, pero la anécdota tecnológica de esa historia es tan inverosímil y chorra que acaba diluyéndolas. En esos huecos es donde Black Mirror funcionaba especialmente bien: cuando retrataba un futuro que quizá ya no era el futuro, sino el presente después de un mal día. Eso era lo atractivo de la producción de Netflix, mirarse en el espejo negro. Frente a esa opción de hablar de nuestro mundo a través del retrato de otros, Weird City acaba siendo poco más que eso, una city muy weird.
‘Weird City’ se encuentra completa bajo demanda en YouTube Premium. El primer episodio es de acceso gratuito.
Crítica: ‘Weird City’ experimenta con la incomodidad
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