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Yo pirateé ‘FLCL’

(Fuente: Gainax)

“Esto es por Napster”. Con ese comentario celebraban algunos internautas la ridícula estampa surgida el pasado viernes durante la retransmisión de un concierto de Metallica a través de Twitch. La plataforma, temerosa de las restricciones de copyright que ella misma impone a sus usuarios, estaba emitiendo por uno de sus canales oficiales la actuación de la banda cuando el sonido de los instrumentos fue sustituido por una insuperable música de ascensor libre de derechos. Situaciones así de absurdas nos invitan a repensar el funcionamiento de la cultura en la era digital y, al menos a mí, a plantear la cuestión más dolorosa de todas: ¿por qué es casi imposible ver hoy FLCL sin piratearla?

El usuario que sacó Napster a colación en el chat en vivo del concierto hablaba de la primera red de distribución de archivos entre pares de alcance masivo. El baterista de Metallica, Lars Ulrich, fue la primera celebrity en llevarla a juicio, sentando las bases de una política anticopias de Internet que a Twitch se le ha caído sobre el meñique de su propio pie –¡ay!–. Los españoles, ley Sinde mediante, sabemos a ciencia cierta que dicha política tiene obvios intereses cruzados. Ahora bien, si es buena o mala, no lo tengo claro. Debimos preguntárselo al incorruptible hacktivista Aaron Swartz, presionado hasta el suicidio por las autoridades estadounidenses por ejercer su derecho a la información, cuando tuvimos la oportunidad. Lo que sí sé es que nadie debería quedarse sin ver FLCL, un destello de seis episodios del estudio que hizo Neon Genesis Evangelion, y que la libre circulación de esas imágenes bellísimas y rompedoras me importa más que guardar luto a unos royalties.

Piratear, dicen, no equivale a robar. Los corsarios más avezados se cuentan de hecho entre quienes más dinero dejan al consumo legal. Es muy probable, por ejemplo, que quien eche un vistazo prohibido a la serie original acabe pagando una suscripción a Crunchyroll para disfrutar más cómodamente de sus dos secuelas, FLCL: Alternative y FLCL: Progressive. Si me imagino a la gente de las plataformas lamentando que cada espectador que se baja sus series originales es un suscriptor que dejan de ganar, me viene a la cabeza aquel anuncio en el que Isabel Coixet daba por hecho que, de haber dirigido ella Million Dollar Baby, a la película le habría caído la misma cantidad de premios Oscar. Puede que sí, pero también puede que no.

Si la piratería se ha desinflado en los últimos años no ha sido por una epidemia de buena conciencia, sino porque la opción legal para consumir contenido audiovisual se ha vuelto más accesible que la ilegal. Cuando yo vi FLCL, la cosa no iba así. Entonces aún saltábamos de mes gratis en mes gratis en esa cosa que llamaban Netflix, servicio que acababa de llegar a España y que me resultaba más familiar por su parecido al Atresplayer de la época que por su historia pasada como competidor de Blockbuster en los Estados Unidos. Quise ver la serie al oír hablar maravillas de ella, pero no hubo manera de encontrarla. Por eso me puse el parche y solté amarras, y el anime de Gainax, rebosante de punk rock, de formas violentas y valientes, de páramos dramáticos y de incontenible arrebato juvenil, me conquistó tanto que seguí buscando la manera de encapsularlo de forma ortodoxa.

Un Verbatim con pegatina

Habrá a quien sorprenda, pero a pesar de estar suscrito a casi todas las plataformas de vídeo bajo demanda disponibles en nuestro país, sigo comprando películas y series en DVD. ¿Que por qué? Por si acaso. Por si alguna de mis obras favoritas desaparece de los catálogos electrónicos cuando más me apetezca volver a ella, o por si la próxima plaga que azote la ciudad de Madrid llega en forma de apagón global y me toca enjuagarme los siguientes 40 años con películas de Paco Martínez Soria.

El caso es que, unos meses después de conocernos, FLCL y yo volvimos a coincidir, esta vez sin el secretismo ni el rubor de nuestro vergonzante primer escarceo: me compré en eBay una edición doméstica aparentemente editada por Selecta Visión. No obstante, lo que me llegó a casa fue un disco Verbatim con una pegatina y una carátula que algún listo de los cojones debió de imprimir en su casa y colocar alrededor de la caja de plástico. Si dentro de ese DVD dichoso está la serie o no, la verdad, no lo sé. Por la pinta del embalaje, nunca he terminado de atreverme a comprobarlo. Pero tengo la conciencia tranquila: si alguna vez pequé, la estafa me redimió.

Así, sin muchos complejos pero con deseo abnegado de absolución, pirateé FLCL, y quizá así lo hagan también otros tras leer este texto. No quiero ser yo quien anime a quebrantar las leyes, pero tampoco podré juzgar a quienes las sorteen para beber de una bondad sin aristas que no debería estarle vedada a nadie y, sin embargo, lo está. Esos aventureros, creo, pueden contar con la bendición del pobre Aaron Swartz. A mí no me haría falta la aprobación de nadie más.

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