En la tercera temporada de Rockefeller Plaza, Liz Lemon, la protagonista interpretada por Tina Fey, sale con el Doctor Drew Baird, al que dio vida Jon Hamm. Todo parece ir bien en la relación hasta que la guionista se da cuenta del tratamiento especial que recibe su novio por ser tan guapo. Las señoras que no le conocen de nada se acercan para decirle lo guapo que está, los policías que ponen multas se la quitan después de ver su rostro y hasta el mismísimo Calvin Klein le ofrece ser su próximo modelo de ropa interior cuando se lo cruza por la calle.
Cuando Liz comenta esto, que le produce cierta frustración, con su jefe Jack Donaghy (Alec Baldwin) este le dice que la gente guapa recibe un trato mejor que aquellos que son moderadamente guapos porque viven en una burbuja. “Una burbuja de bebidas gratis, buen trato y sexo en la calle”. Y poco después Lemon no tarda en hacerle saber a su novio que piensa lo mismo: “Vives en una burbuja en la que la gente hace lo que quieres y te dice lo que quieres oír”.
Con este magnífico episodio, Fey, en realidad, solo llevaba a la pantalla lo que cualquiera de nosotros ha podido experimentar cuando va a comer a un restaurante en el que es habitual con una compañía nueva y recibe un trato diferente, y mucho más amable, de aquellos que los atienden (si esto no te ha pasado quien vive en una burbuja eres tú o no te relacionas con gente verdaderamente guapa). A los camareros, y a cualquiera de nosotros, las personas nos entran por los ojos y, nos guste o no, en los encuentros breves la belleza es lo que cuenta.
En el mundo del cine y la televisión la belleza también es importante, pero en los últimos meses se ha convertido en el valor principal para hacer de un intérprete del montón, una estrella emergente. Porque desde que Los Bridgerton fue estrenada el pasado 25 de diciembre Regé-Jean Page está viviendo en una burbuja mediática que pocas veces hemos visto antes. Y que lo ha llevado a ser protagonista de portadas, invitado en todo tipo de programas y carne de la prensa rosa, que se preocupa por su vida sentimental como de la de Brad Pitt o Ben Affleck.
El intérprete británicozimbabuense no debutaba en la televisión con el drama de época de Netflix y hace dos años ya habíamos podido verle en la serie de ABC For the People (con Shonda en la producción también) o antes en la última versión de la miniserie Raíces. Pero claro, en estas producciones no salía ligero de ropa, no daba consejos sobre masturbación a una (todavía) amiga ni, por supuesto, chupaba seductoramente una cucharilla. Destaco estos momentos porque, obviamente, Page no ha empezado a ser valorado ahora por la calidad de su interpretación, cosa que ya podía haber pasado antes en el caso de ser buen actor, ni porque su personaje resulte especialmente complejo o atractivo. Simon Bassett es un capullo egoísta y no me cansaré de decirlo.
Lo más sorprendente de esta campaña (que no habría soñado ni el mejor publicista) es que mientras él acapara todos los escaparates posibles nada sabemos de la buena de Phoebe Dynevor, que encarna a su inocente enamorada, o de Nicola Coughlan, a la que ya habíamos descubierto en Derry Girls y hace un gran trabajo en Los Bridgerton como Penélope Featherington. El trabajo interpretativo, que es por lo que se debería reconocer a los actores, deja de ser relevante cuando tienes una cara bonita y has calentado a las mujeres de medio mundo lamiendo una cucharilla.
La sobrexposición de Page puede ser comprensible, aunque no justificable, en estos tiempos en los que los medios tienen secciones que se dedican a ofrecer a sus lectores lo que se busca en internet. Hasta que hace unas semanas fue escogido para presentar el Saturday Night Live. Ese programa mítico y longevo que seleccionaba a lo más florido y granado del cine, la televisión o la música para participar en sus sketches y confirmar que estábamos ante una estrella llevaba a su exclusiva cima del reconocimiento a un joven al que cuatro meses antes solo conocían los (muy) amantes de las series de televisión. Y muy probablemente ni siquiera sabían su nombre. Por hacernos una idea, Jon Hamm tuvo que esperar nueve meses desde el estreno de Mad Men, y su filmografía era el doble de extensa, para conseguir el mismo privilegio.
Soy consciente de que en estos tiempos pandémicos, en los que los estrenos cinematográficos escasean y las entregas de premio son tan caseras como las reuniones de trabajo, tiene que ser difícil encontrar un invitado de relumbrón que presente un programa con tanta solera como el Saturday Night Live. Pero decantarte por una cara guapa con escaso bagaje y menos talento solo sirve para desmerecer a quienes presentaron el programa antes y a los que vendrán después.
Quiero creer que después de verlo en las próximas temporadas de Los Bridgerton el calentón mediático y social se reducirá y Page ocupará el lugar que le corresponde. Ese que se limite a analizar, en un sesudo artículo, su evolución física a lo largo de las temporadas o incluso publique una galería con sus escenas más sexys. Porque eso es lo que es, un hombre guapo que gracias a su mirada, su boca o lo que sea que vean en él, es un buen reclamo para aquellas que descubrieron su nuevo sueño húmedo en el último pelotazo de Netflix, y nada más. Un clickbait andante al que los medios utilizan para conseguir visitas pero que tiene la misma profundidad que los artículos sobre el Black Friday o las rebajas. La que da el algoritmo Google.
Ya lo decía Jack Donaghy, Regé-Jean, aprovecha porque la burbuja no dura siempre.