¿Puede una guitarra hablar por una franquicia entera? En el caso de Digimon, sí. Un par de ajustes en la ecualización de un punteo, imperceptibles para oídos que no los estén buscando, resumen lo que la marca, una de las más queridas por los forofos del anime, ha convertido en su epitafio: hay que avanzar. Contra todo lo que se espera de un cosmos de ficciones que, se supone, desea seguir figurando en la cultura popular y generando beneficios, los monstruos digitales soplan las velas de su vigésimo aniversario mientras mueren.
Eso se deduce de Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna, una película de 2020 heredera de la serie de 1999 que llega a los cines el próximo 31 de marzo. Con el estreno de la cinta, que Selecta Visión trae por fin a España con las voces del elenco original de dobladores, se conmemoran, como repasé hace poco en otra columna, dos décadas de la emisión en nuestro país de la temporada que lo empezó todo. Nos asomábamos entonces por primera vez a las notas eléctricas que inauguran Butter-Fly, sencillo de Kōji Wada que servía de opening a Digimon Adventure, y que la película atina a recuperar con una mezcla de sonido renovada. Las guitarras del tema, como la serie y como sus fans, han envejecido.
La determinación de extender esa máxima a todo lo demás es lo que hace de Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna una propuesta más valiente que, por ejemplo, Digimon Adventure tri., otro banquete de recuerdos lanzado como efeméride de las primeras aventuras de los niños elegidos cuando estas cumplían 15 años. Aquella serie souvenir, estrenada como seis películas separadas pero disponible en Crunchyroll en el formato episódico habitual, era también una obra hipotecada a la memoria, que ofrecía devolver a aquellos amigos de infancia en una edad más adulta, de tránsito. Sin embargo, su promesa era tramposa. Además de estar ejecutada con medios lápices y naufragar en el diálogo con el fondo de armario de la franquicia, tri. —como se la conoce vulgarmente— ofrecía un falso pacto con el diablo en virtud del cual el tiempo solo pasaría para los personajes en términos de ropa, peinados y largura, y prácticamente nada más; un pacto apetitoso pero improbable.
Si se compara con aquella, Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna resulta antinostálgica. El discurso —porque, no nos engañemos, todo es discurso— que subyace a la acción estilizada de la película circunda el hecho de que somos huéspedes pasajeros en historias que nos trascienden. Lo hace trayendo de vuelta a los mismos personajes 20 años después, es cierto, pero solo para darnos la oportunidad de decirles adiós: es la nostalgia como último baile, que se devora a sí misma y nos arranca una despedida que nadie cedería motu propio. De hecho, su villana es solo una chica que ha tropezado con el tiempo que se escurre, y no trata de matar a los niños elegidos, sino de disecarlos en su niñez. La pobre casi habla en nombre de los propios espectadores, abandonados al final de la cinta con la única verdad absoluta de este presente líquido: la vida no espera.