Cuando hace un par de semanas dediqué mi columna a la foto Brummel de Movistar+, la intención era poner sobre la mesa la falta de mujeres en la industria en general y en la plataforma en particular, con fines constructivos. Me sorprendió que mis publicaciones en redes tuvieron como respuesta (al margen de algunos señores indignados) los mensajes privados de varias mujeres que me daban las gracias por decirlo y me contaban lo difícil que resultaba colocar un proyecto siendo mujer y guionista. No una ni dos, un buen puñado.
Espero que no se malinterprete esto; no estoy intentando venderme como un male saviour. Simplemente me gustaría hoy señalar la importancia de (y me resulta escandaloso tener que decirlo y que no sea algo obvio) escuchar a las mujeres. Una segunda experiencia me empuja a ponerlo por escrito. Hace unos días, puse un tuit en el que comentaba que una actriz había contado en una entrevista que iba ya por su tercera violación y qué podía decirnos eso sobre la ficción que se hace. Pensaba en cuántas violaciones sumarían las experiencias del conjunto de actrices y cuál sería el equivalente masculino. La respuesta fue un tsunami.
Mis menciones se llenaron de personas que comentaban o citaban el tuit y, en su mayoría, eran mujeres. Mujeres hartas. Hartas de ver cómo la violencia hacia las mujeres se convertía en espectáculo y hartas de que la violación parezca el único camino posible que un guionista tiene para darle bagaje emocional y profundidad a un personaje. Se mencionaban títulos como Sky Rojo o El inocente, entre otros. Hubo también muchos hombres enfadaditos que ni entendían ni querían entender de qué iba la vaina, claro está, pero a esos no les di casito.
He de reconocer que cuando se estrenó Sky Rojo no supe ver la parte problemática. Asumí que era una serie entregada al entretenimiento más escapista y no le di ninguna importancia a la recreación que hacía de la violencia sexual contra las mujeres; simplemente era parte del juego. Luego me llamó la atención que compañeras como Beatriz o Aloña recibieran el visionado de una forma distinta, muy desagradable, y que, por supuesto, fuesen incapaces de verlo solo como un producto tontorrón más. Y ahí es donde te das cuenta de que tu privilegio como hombre entra en juego, por muy sensibilizado que quieras estar con el feminismo.
El tema de las violaciones en ficción, como sucede con otros, no es tanto por el uso en un título en concreto sino por cómo se convierte en patrón en un mapa extenso de ficciones. No se trata de que Alba o Parot tengan la violación como partida o background de un personaje, sino de que se usen las violaciones por inercia para construir personajes femeninos. La guionista Paula Jiménez escribía, también a raíz de mi tuit, un artículo en Playz titulado «¿Cuántas violaciones a mujeres se necesitan para contar una historia?». Y creo que poco más puedo aportar yo que no haya escrito ya ella, así que prefiero citarla:
«La violación como trauma fundacional a la hora de construir un personaje femenino es tan habitual que da lugar a un subgénero en sí mismo dentro del thriller y es un tropo que nos educa en los peligros que conlleva intentar ser libres y autónomas. (…) Es difícil pensar en protagonistas femeninas perseguidas por un trauma del pasado, en el que esa herida no esté relacionada con algún tipo de violencia sexual. Lo curioso viene cuando pensamos en un personaje masculino en los mismos términos. Si nos encontramos ante un detective atormentado que debe sobreponerse a un trauma del pasado, lo más probable es que sea porque alguien violó a su mujer».
Su texto sigue. Léanlo completo. Escuchen a las mujeres. Son la mitad de la población y, también, de la audiencia.