La producción de series de televisión es un proceso de naturaleza colaborativa en el que intervienen muchos grupos de personas; incluso en la escritura del guion, aunque esté firmado por una sola persona, suele ser producto, en la mayoría de los casos, de las experiencias que se comparten en la sala de guionistas. Pero las series que consiguen destacar tienen algo en común, la voz personal de sus creadores.
La figura del showrunner –entendido como creador, responsable de todos los aspectos creativos de una serie y gestor de la producción- tuvo relevancia a finales de los años 90 con nombres como el de David Chase y series como Los Soprano, momento desde el que empezó a hablarse de las series de autor, aquellas que se desviaban de las convenciones narrativas y estilísticas de las series de networks y eran, por tanto, y que por sus valores de producción y sus ambiciones temáticas eran consideradas mucho más que un producto de entretenimiento.
David Simon, el comentarista social de HBO
El creador de ‘The Deuce’ mantiene en sus series su formación como periodistafueradeseries.com
Los que abrieron la puerta
Cuando parecía que el drama de cable era el único espacio para entender y desarrollar la televisión de autor, en 2010 se estrenó la serie Louie en FX. Hoy, Louis C.K. tristemente es noticia por otros motivos, pero en aquel momento propuso algo que le abrió la puerta a toda una nueva generación de creadores para los que había una audiencia dispuesta a consumir una nueva forma de hacer televisión, la que trasciende el formato del drama de calidad de una hora.
A Louis C.K. le siguió Lena Dunham con Girls en 2012, quien en su caso le abrió camino a los creadores jóvenes y a las mujeres, demostrando que tenían mucho que contar y que aportar al panorama narrativo en la televisión; que eran capaces de liderar los proyectos y saber utilizar la independencia creativa que les daban las cadenas para contar sus propias historias. Unas historias que tenían un público.
La nueva televisión de autor
Donald Glover recibiendo uno de los dos premios Emmy que consiguió en 2017. (Fuente: Emmys.com)
En los últimos años, muchas de las propuestas más interesantes y rompedoras de la televisión nos llegan en formatos de 30 minutos de duración en los que los géneros tradicionales se difuminan y se combinan haciendo imposible, e inútil, la tarea de enmarcarlos dentro de una sola etiqueta, son productos totalmente híbridos. La calidad tampoco la determina el canal en el que se emite, pueden contarse historias igual de interesantes y transgresoras en HBO, en Amazon, en FX, en TBS o en TruTV.
La lista de series de autor de media hora es larga; tenemos las escritas, producidas, protagonizadas y muchas veces dirigidas por sus creadores: Atlanta (Donald Glover), Better Things (Pamela Adlon), One Mississippi (Tig Notaro), Broad City (Ilana Glazer y Abbi Jacobson), Catastrophe (Sharon Horgan, Rob Delaney), Fleabag (Phoebe Waller-Bridge), Master of None (Aziz Ansari), Insecure (Issa Rae), Please Like Me (Josh Thomas), I’m Sorry (Andrea Savage) o SMILF (Frankie Shaw). En la mayoría de ellas lo autobiográfico va más allá de la inspiración en las propias experiencias y desdibujan los límites compartiendo sus nombres reales con los de los personajes que interpretan.
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En todos los casos tenemos series artística y culturalmente relevantes que retan la idea preconcebida de que la calidad, la ambición narrativa y la experimentación son terreno del drama de una hora; son series que juegan con los géneros, que ofrecen humor y pathos, que abrazan la serialización, exploran las emociones de sus personajes y le dan voz a temas, realidades y situaciones que no tienen cabida en otras grandes producciones que nacen con la intención de trascender. La mejor televisión viene en formato pequeño.
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