(Fuente: Netflix)
Desde que empecé a analizar la ficción con perspectiva feminista, de género e interseccional, de vez en cuando aparece alguien que intenta menospreciar mi mirada; dicen que es una obsesión y una pérdida de tiempo, que así no voy a disfrutar nada ni dejo que lo disfruten los demás, pero no es que me haya propuesto ver el mundo de esta forma, es que una vez te pones las gafas violetas, no puedes hacerlo de un modo diferente. Ni quieres, porque sabes que es importante.
Lo que más me gusta de este proceso no es identificar los discursos problemáticos para quejarme, todo lo contrario; lo que realmente disfruto es darme cuenta que hay cosas que se están haciendo muy bien, ver que cada vez más voces consiguen convencer a quienes toman las decisiones de que sus historias interesan. Orange is the new black fue revolucionaria en ese sentido. Pose es otro gran logro y ojalá Jeffrey Tambor no provoque que lo que hizo Transparent caiga en el olvido.
Pero cuando hablo de representación nunca pienso en mí, porque a pesar de ser una mujer inmigrante en España, he sido afortunada y nunca he sufrido agresiones racistas. Las microagresiones sí, claro, pero las que gestionan las pelotitas de mis recuerdos en mi cabeza, a lo Inside Out, las tiran inmediatamente. Y se me olvida. Soy mujer inmigrante en España, pero como mujer cishetero, sin diversidad funcional ni cognitiva, no sufro la opresión en las otras intersecciones. Mi día a día ha sido mucho más sencillo que el de otras minorías. Por eso, nunca he echado en falta ni he considerado importante, en mi caso, estar representada en la pantalla.
En las series de Estados Unidos, la entrada de la vida de los latinos en la ficción es reciente. En cuanto a España, no tengo constancia de que haya personajes que hablen de personas como yo, que vivimos dentro de estas fronteras de forma cotidiana comiendo queso manchego con arepas. Nunca había sentido la necesidad de verme representada en la pantalla. Y entonces, vi Día a día.
Como dice Shakira: “En Barranquilla se baila así”. (Fuente: Netflix)
Los Álvarez me recordaron a mi casa y me di cuenta que mi experiencia latina era invisible hasta para mí. Por mí. Cuando vine a España tuve que adaptarme al castellano; yo decía “ustedes”, no “vosotros”. En ese aprendizaje aprendí los sonidos de la C y la Z, que ha dado lugar a un acento que no es de ninguna parte. Ahora, me doy cuenta de que para adaptarme fui dejando de usar palabras y expresiones con las que crecí hasta el punto de olvidarlas. Lo hice para que me entendieran a mí, nunca se me ocurrió que podía enseñarle algo nuevo a los demás. No sé si es desde Día a día, pero esa familia que no es exactamente la mía, y cuyas experiencias vitales no son precisamente las mías, me hizo sentirme en casa viendo la televisión.
Reconocer las dinámicas de esa familia latina como propias, me hizo recordar que mi mamá siempre tenía las puertas abiertas para todos mis amigos, que ellos sabían que podían tocar el timbre a cualquier hora (literalmente). Ver cómo Día a día robaba el corazón de tanta gente (y recordaba todos los usos curativos del Vicks Vaporub) me puso en contacto con mi identidad perdida de una forma que no esperaba, porque como Schneider, sé que todos queréis formar parte de la familia Álvarez. Y yo no puedo evitar que eso me emocione.
Por todo esto debes ver ‘Día a día’
La redacción de Fuera de Series te da las razones para subirte a la tercera temporada de la sitcom de Netflixfueradeseries.com