En los años 90, cuando no existía Internet, si alguien quería ver porno tenía tres opciones: ir al videoclub y adentrarse en la zona prohibida detrás de una cortinilla y un vistoso cartel de «solo adultos», bajar al kiosco y enfrentarse a la mirada de reprobación del kiosquero o poner Canal+ los viernes por la noche. Esta última posibilidad era más íntima y no conllevaba que nadie te juzgase. Y para muchos ni siquiera exigía la necesidad de pagar una cuota, el porno codificado era tan válido como el que no llevaba esas líneas borrosas que exigían un derroche de imaginación casi inhumano.
De vuelta a la actualidad los tiempos han cambiado mucho y la web ofrece un sinfín de posibilidades, tan inclusivas y diversas como el audiovisual convencional, a la hora de ver porno. Y luego está Netflix, que a la vista de varias de sus producciones propias parece claramente decidida a convertirse en el Canal+ de los viernes. Sin necesidad de buscar en Google, ni tener que elegir una categoría, ahí está, en la misma suscripción que te proporciona grandes momentos de ocio también te permite subir la temperatura de tu sofá.
La vertiente más calentorra de nuestra plataforma amiga no sería un problema si no tratasen de disfrazarla de otra cosa. El ejemplo más claro es su último estreno, Sexo/Vida que ha llegado a nuestras vidas disfrazado de «la serie de Netflix sobre la sexualidad femenina», «la mirada femenina del sexo» o «la sexualidad de las mujeres casadas». Mira, no. Con un guion que hace aguas en los primeros cinco minutos de metraje lo que es esta serie es una sucesión de recuerdos húmedos y anhelos sexuales disfrazada de drama sobre una ama de casa infeliz.
A la producción protagonizada por Sarah Shahi le han precedido la inexplicable 365 días (que no es una producción propia pero ahí está), la mexicana Oscuro deseo, Gypsy con una Naomi Watts menos carnal pero igualmente lujuriosa, el reality Jugando con fuego o, cómo no, el soft porn juvenil que destila Élite, especialmente en su cuarta temporada. Son producciones en las que, especialmente las tres primeras, la historia y su devenir importa poco y parecen haber nacido exclusivamente para enlazar escenas subidas de tono una detrás de otra.
A mí no me parece mal que la gente quiera ver sexo y que lo disfrute, faltaría más. Lo que me disgusta es que lo disfracen de otra cosa y que, puesto que ya es un género en sí mismo, no tenga una categoría propia en su catálogo. Si además la plataforma sabe que ese tipo de producciones alcanzarán su anhelado lugar entre «las 10 más populares» (que el viernes pasado encabezaban Élite, Jugando con fuego y Sexo/Vida), ¿por qué no darle su propio espacio, facilitando la vida de los suscriptores? A ver si Netflix va a ser como esos cínicos que van por la vida presumiendo de virtudes y moralidad y, de puertas adentro, son tan sexuales como el joven que acaba de descubrir el maravilloso universo del orgasmo.
Netflix, nos gusta el sexo y lo sabes. Y a ti también. Si quieres ser la alternativa soft al moralmente repudiado porno, hazlo, no te vamos a juzgar por ello. Pero no nos engañes con dramas que no son.