(Fuente: Netflix)
Esta semana Netflix ha dado a conocer la audiencia de uno de sus últimos estrenos de 2020, Bridgerton. Y según la plataforma de streaming 63 millones de abonados han disfrutado de la serie de época producida por Shonda Rhimes. O, al menos, han “visto” dos minutos de la producción, ya que esa es la unidad de medida que la compañía utiliza para contar que sus ficciones han sido vistas.
Dejando de lado este ridículo parámetro, que sería inimaginable en la televisión convencional, la audiencia de la serie que narra los avatares de la familia Bridgerton resulta, cuando menos, sospechosa. Y no lo digo porque no sea una producción en la que Netflix se haya dejado los cuartos o porque pueda parecer que hay demasiado capítulo para tan poca historia. Mis recelos se apoyan en la cifra en sí misma, que a estas alturas parece más una fe ciega en la numerología que una certeza.
(Fuente: Netflix)
Netflix ofrece sus cifras de audiencia sin que una entidad exterior las corrobore o las apoye. Es algo que tampoco debería suponernos un problema cuando el share de un programa convencional se mide con los aparatos que parte de la población tiene en sus casas o cuando cada cuatro meses las cadenas de radio se vanaglorian de la cantidad de oyentes que tienen después de unas encuestas telefónicas aleatorias. Estamos acostumbrados a que la ciencia de las audiencias tenga poco de ciencia y mucho de elucubración y lo asumimos porque tenemos problemas más grandes en los que pensar. Sin embargo, la plataforma de streaming afincada en Los Gatos lleva meses ofreciendo unas cifras que ponen a prueba al más devoto de los abonados.
A los brillantes números de Bridgerton, que se estrenó apenas 10 días antes de que se hicieran públicos, le precedieron los de Gambito de Dama. La miniserie protagonizada por Anya Taylor-Joy congregó a 62 millones de espectadores en sus 28 primeros días en la plataforma. Si retrocedemos un poco más en el tiempo, en abril, La Casa de Papel reunió en su última entrega a 65 millones de abonados en sus tres primeras semanas. Y en marzo Tiger King alcanzó los 64 millones de personas en su primer mes. En julio de 2019, la tercera entrega de Stranger Things llegó a la misma cifra en el mismo periodo de tiempo.
(Fuente: Netflix)
Con menos coincidencias hay policías que han identificado un patrón criminal y ficciones que han apelado a la simbología. Yo, no os voy a engañar, he navegado por las webs especializadas en numerología para ver si el sesenta, y los números que le siguen, tienen un significado especial. Lamento de verdad no haber encontrado nada, porque las cifras resultarían menos insultantes si esta sospechosa coincidencia se justificase al menos con una significación especial. Y es que cuesta creer que cinco ficciones diferentes congreguen la misma audiencia con temáticas diversas, en periodos de tiempo distanciados y, lo que es más importante, cuando tienes esos 195 millones de abonados en todo el mundo de los que presumes en cuanto tienes ocasión.
A la vista de la escasa preocupación que Netflix tiene por ofrecer números creíbles, cosa que demuestra utilizando periodos de tiempo diferentes para medir audiencias que resultan ser similares, solo me queda pensar que su verdadera intención está en ocupar una línea de titular vistosa que atraiga a más espectadores. Porque, tal vez, en el departamento de marketing de la compañía alguien que se mantiene lejos de las redes sociales ha pensado que las mentes del siglo XXI funcionan como en el siglo XX, cuando ibas al cine a ver una película porque “tropecientos millones” de espectadores no podían estar equivocados. O quizá, simplemente, se conformen con recordarnos días, o meses, después del estreno que esa serie está ahí y tal vez debas pasarte a verla. Porque los correos electrónicos, las alertas de la aplicación y las marquesinas de los autobuses no son suficientes para que te acuerdes de que esa producción está en la plataforma.
(Fuente: Netflix)
Hace unos cuantos años, cuando Netflix llegó para comerse el mundo y nuestro tiempo de ocio, y parecía que nadie iba a hacerle sombra, alguien decidió que la compañía no iba a ofrecer cifras de audiencia. Estaban prácticamente solos en el negocio del streaming y no necesitaban ensuciar su nombre enfrentándose a la palabra fracaso cuando la audiencia no respondiese. Por aquel entonces la compañía no cancelaba nada, las renovaciones se daban por sentado y los espectadores también.
Ahora el aficionado a la ficción audiovisual hace números para ver a qué plataformas destina su pequeño presupuesto mientras la todopoderosa Disney prepara un desembarco de contenidos respaldado por su pasado cinematográfico y las cancelaciones están a la orden del día sin sentimentalismos ni fandom que valga. Es innegable que el panorama ha cambiado, pero ofrecer las cifras que te convienen, cuando y como te convienen, son las trampas al solitario propias de quien siente nostalgia por los buenos tiempos y tiene miedo del futuro. Yo también lo tengo, Netflix, pero no por eso confío mi suerte a las mismas cartas, esperando que nadie se de cuenta de que son, en realidad, ases que me guardo bajo la manga.