(Fuente: Manuel Fernández Valdés/Netflix)
La prueba más fehaciente de que una serie española es un éxito internacional de verdad es que se genere a su alrededor lo que podríamos llamar un “efecto Rosalía”: todas esas voces que afirman que el éxito de la catalana es prefabricado, artificial y que, en realidad, es un flop que nos están vendiendo en España como si fuera un fenómeno. Esas críticas tienen un subtexto de rencor y envidia bastante curioso y que ya hemos visto aplicado en otras ocasiones a, por ejemplo, Penélope Cruz. Si triunfan fuera, es siempre por razones ajenas a su talento; en realidad, no son para tanto.
Es la misma opinión que suele vertirse ante ficciones españolas que alcanzan el mismo éxito fuera de nuestras fronteras que series estadounidenses o británicas. “No es para tanto” es el sambenito que persigue a La casa de papel desde que su entrada en el catálogo de Netflix la acercó a públicos muchos más amplios en países como Brasil, Italia, Turquía o Francia, y la inquina lanzada hacia Élite es todavía mayor porque, además, pertenece a un género que se mira a menudo por encima del hombro como son las series juveniles.
Que esa ficción funciona mejor que bien internacionalmente y, sobre todo, en Estados Unidos (donde La casa de papel pasa más desapercibida) queda claro cuando, el año pasado, la web Vulture dedicó un artículo a hablar de la pareja “Omander” y, con el arranque de la segunda entrega, TV Line está haciendo recaps de cada capítulo. Pero en España, esto se acoge con protestas de que la serie es malísima, que seguro que esos temas en páginas norteamericanas están pagados y que cómo va a triunfar de ese modo un remedo con más sexo de Física o química.
Nunca falla. Una salida internacional exitosa de una serie española considerada “menor”, y enseguida vuelan los cuchillos. No analicemos por qué triunfa; si lo hace, seguro que alguien (Netflix, en este caso) ha comprado a los periodistas para que inflen sus datos pero, en realidad, es una serie terrible que no merece existir.
¿Por qué nos empeñamos en esas críticas? ¿Por qué sentimos la necesidad de gritar que Élite es malísima, que no nos gusta nada y que es imposible que guste fuera de España? ¿Qué más nos da que triunfe una ficción que a nosotros nos aburre?