(Fuente: Disney+)
The Mandalorian es una serie de viajes y, en consecuencia, de aventuras. Por eso tiene la promiscuidad narrativa por castigo: el cazarrecompensas mandaloriano y el pequeño Grogu –si no sabes de quién hablo, revisa el último episodio emitido, el 2×05– parecen no poder quedarse en un mismo planeta más de 40 minutos seguidos habiendo toda una galaxia por explorar ahí fuera. La propia meta que se le impuso al protagonista al término de la primera temporada, dar con un jedi dispuesto a educar al chiquillo, obliga en sí misma a un avance sempiterno y, por momentos, ortopédico. Pero ese desarrollo accidentado que no se decide entre ligereza y compartimentación (y que valoramos en el podcast galáctico de Fuera de Series) se ha deshecho frente a la capilaridad mitológica del quinto capítulo.
Se llama lector implícito al prototipo de espectador que una serie, por cómo está contada, lleva dentro, esto es, al espectador ideal que sabrá descodificar todo lo que se propone en la ficción. La primera temporada de The Mandalorian tenía uno, claro, pero era un molde mucho menos exigente que el que este último episodio presenta en el horizonte. A juzgar por lo que hemos visto esta semana, la serie de Disney+ ha cambiado los requisitos para formar parte de su público objetivo; lo que debemos haber visto antes para disfrutar de la experiencia completa. Y ese bagaje requerido, que es mucho, se puede condensar en diez minutos animados indispensables.
Si yendo con lo puesto el episodio de The Mandalorian ya es un despliegue apabullante de cultura pop y montaje intrépido, añadirle la carga emocional que se articula entre los minutos 6 y 16 del noveno capítulo de la temporada final de The Clone Wars lo hace trascender. En la serie de Jon Favreau hemos visto a una adulta Ahsoka Tano renunciar a adiestrar a Grogu en el uso de la Fuerza por sentir en él un nefasto cóctel de miedo e ira que, según dice, puede descarriar incluso al más válido de los jedi. Para los fans acérrimos resulta diáfano que con eso se refiere a Anakin Skywalker, su maestro caído en desgracia; no obstante, habrá también quienes solo hayan visto de Star Wars las tres trilogías de películas centrales y no perciban la fantasmagoría que recorre esa secuencia. Para ellos, espectadores no tan ideales para la serie, valen esos diez minutos.
En ellos, Anakin y su padawan, Ahsoka, se despiden para siempre sin saberlo. Es la primera ocasión en que coinciden después de que esta abandonara por las bravas la Orden Jedi, pero la guerra y la política les dejan cruzar apenas unas cuantas palabras antes de volver a separarlos. Mentor y alumna se ponen al día como pueden, hablan de la suerte y se la desean, y entonces llega el momento que, años de tiempo diegético después, todavía reverbera en The Mandalorian: él en el umbral de la puerta, ella a punto de subir a su nave, Anakin y Ahsoka se dedican sus últimas sonrisas, y deberían hacerlo con la inanidad de quien no imagina que no habrá más, pero aparece en sus caras algo extraño, una mueca difícil de identificar.
Lo que hay ahí es una reverencia al fan más devoto, ese que seguro ha visto La venganza de los Sith, donde Anakin se corrompe finalmente, y quizá también la segunda temporada de Star Wars: Rebels, en la que Ahsoka y él tienen otro careo, brevísimo y mucho menos poderoso. Esos diez minutos de The Clone Wars anticipan la tragedia que los personajes no saben que se avecina pero que el espectador ideal sí conoce, y que en The Mandalorian asalta la mera aventura para convertirla en un relato maldito que se ramifica y enreda con las generaciones. Hasta la música de la secuencia animada, que por unos compases se apesadumbra para recuperar enseguida la entereza belicosa, parece saber del teatrillo retorcido que se está representando a costa de los héroes, a la manera de los antojadizos dioses griegos. Pero eso solo lo entiende el espectador ideal.
‘The Clone Wars’, ‘The Mandalorian’ y ‘Star Wars: Rebels’ están disponibles bajo demanda en Disney+.