Es probable que exista y yo me lo haya perdido, pero si no es así HBO debería crear una categoría en su catálogo que simplemente se denomine “gente rica haciendo cosas”. Porque es, de lejos, la compañía que más está poniendo de su parte para mostrarnos la vida de los que mejor viven, con casas espectaculares y cuentas bancarias con muchos ceros. Todo comenzó con Big Little Lies y continuó con Succession o The Undoing. Ahora se ha llevado a los millonarios de vacaciones con The White Lotus para dejar constancia que cuando salen de su adinerada rutina se trasladan a un opulento entorno. Como no podía ser de otra forma.
Al igual que podemos encontrar muchas similitudes entre las producciones centradas en familias de clase media, y nos son mucho más reconocibles, las series mencionadas anteriormente también tienen muchas cosas en común. Pero resulta especialmente llamativa la mala leche que caracteriza el tono de Succession y del que The White Lotus parece una digna y vacacional heredera. Algo que Mike White, su creador, no rechaza, aunque aclara que construyendo los personajes «quería que fuesen más como «tus vecinos millonarios que forman parte del sistema».
En sus dos primeros episodios la nueva producción de HBO ha demostrado que su intención más clara es mostrar las diferentes formas de la mentalidad de la clase alta y lo que esta deja a su paso. Seres privilegiados que se pueden permitir el lujo de llevarse a una amiga de su hija de vacaciones, aunque no pagar por una habitación para su hijo, o ir a esparcir las cenizas de su madre a una isla paradisíaca.
Sin embargo, como los Roy que protagonizan la creación de Jesse Armstrong, cuando se van de vacaciones en la misma maleta en la que ponen su bañador de diseño también meten sus ansias competitivas. Y mientras que Roman, Kendall y compañía se disputan un lugar en el conglomerado familiar, los huéspedes del White Lotus ponen todo su empeño en conseguir aquello que creen que les pertenece, aunque ello les haga mostrarse como unos seres miserables.
El ejemplo más evidente de ello es Shane (Jake Lacy), que se encuentra de viaje de novios con su recién estrenada esposa Rachel (Alexandra Daddario). Todo parece ir bien cuando desembarca en Maui, hasta que de repente se da cuenta de que la suite que les han asignado no es la que habían reservado. Desde ese momento esa será (literalmente) su única preocupación, aunque supuestamente deba disfrutar de uno de los momentos más especiales de su vida. Cuando no está dando la tabarra al gerente del hotel, Armand (Murray Bartlett), Shane tiene el detalle de preocuparse por su mujer. Para recordarle que su situación económica ha cambiado y ahora es la mujer de un millonario, así que no necesita dejarse la piel en eso que ella llama carrera profesional y que tanto esfuerzo le ha costado. No lo necesita, él es millonario, él puede pagarle por no hacer su trabajo. No hay una sola escena en la que Shane no quiera dejar patente que es un hombre adinerado.
Tanya (Jennifer Coolidge) tampoco se queda atrás a la hora de mostrar su posición, aunque es mucho menos cargante que su predecesor. Ataviada con vistosos caftanes, es una mujer tan grande como insegura, que sufre física y psicológicamente por la muerte de su madre. Pero cuando en su camino se cruza Belinda (Natasha Rothwell), la encargada del spa del hotel, todo cambia. Tras una reconfortante sesión de masaje y relajación Tanya decide convertir a la empleada en su bastón emocional y sobrepasa las líneas invitándola a cenar con ella. A pesar de las reticencias de Belinda, el encuentro se produce, e incluso la atenta huésped le propone financiar su negocio para que salga de la tiranía del complejo hotelero. Algo que entusiasma a la esteticista, pero que no parece resultar demasiado relevante para Tanya, que después de comentárselo, como si no tuviese importancia, se pone a hablar con la mesa contigua. Ya ha dejado claro que puede hacerlo, no necesita profundizar en ello.
Precisamente en esa mesa están los Mossbacher, encabezados por la matriarca Nicole, a la que interpreta Connie Britton. Directora financiera de una empresa tecnológica, ha viajado a la isla con su inseguro esposo Mark (Steve Zahn), su hijo Quinn (Fred Hechinger), incapaz de separarse de su consola, su hija Olivia (Sydney Sweeney), que tiene como afición juzgar a los demás, y la amiga de esta, Paula (Brittany O’Grady). Y es esta última la que representa con más constancia las diferencias de clase entre los multimillonarios y los mortales. A pesar de que, lamentablemente, no se profundiza demasiado en su origen, su relación con Olivia evidencia sutilmente las diferencias entre ambas. Hasta que Paula tiene una conversación con uno de los camareros y, de primeras, se lo oculta a su amiga.
Nicole también tiene su propio momento de arrogancia cuando Rachel se aproxima a ella para pedirle consejo, porque le admira, y se le ocurre comentar que escribió un reportaje sobre ella. Lejos de responder con elegancia Mossbacher es incapaz de renunciar a su posición y no duda en ser cruel comentándole a la periodista su opinión sobre su trabajo.
A White se le puede echar en cara que no profundice en las diferencias de clase entre clientes y trabajadores del complejo y que en el arranque de la producción no aproveche las posibilidades de todos sus personajes. La arrogancia y el ego son los platos principales de las relaciones de todos los huéspedes del hotel con quienes trabajan allí, pero no recurre a un Downton Abbey tropical que podría haber sido muy jugoso. A cambio de esta ausencia ha tenido la habilidad de incluir dentro de los propios privilegiados roles que, a ojos de los ricos, no lo son y pueden convertirse en presas fáciles en la selva diaria de la opulencia.
Al igual que en Succession en The White Lotus el carácter de los personajes acaudalados puede acabar resultando incómodo para el espectador. Pero, a diferencia de la primera, las situaciones en las que se mueven los protagonistas de la segunda tienen un punto más cómico, y también más reconocible. Shane puede ser un ególatra insoportable, pero es posible que en sus quejas y su comportamiento inmaduro el espectador pueda reconocerse (o reconocer a alguien). No por su cuenta bancaria, pero sí por esa extraña licencia que, para muchos, otorga el pagar por un servicio y que consiste en reclamar lo que creen que vale su dinero. Y aquí se aplica esa máxima vital que dice que para medir a una persona basta con ver como se comporta con un camarero. The White Lotus se empeña en mostrar que todos los millonarios son estúpidos, pero también deja claro que la estupidez no es exclusiva de los millonarios.
‘The White Lotus’ se emite los lunes en HBO España.