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¿La edad dorada de las miniseries?

(Fuente: Netflix)

Hace diez años solo hubo dos nominados en la categoría de Mejor miniserie de los Emmy: la monumental The Pacific de HBO (con Spielberg y Tom Hanks como productores) y Return to Cranford, una secuela a modo del habitual especial navideño de la BBC. Ante la escasez, para el año siguiente se vieron obligados a fusionar la categoría con la de tv-movies. Con semejante perspectiva, el brinco que ha pegado el formato de la miniserie hay que calificarlo de extraordinario. En todas las listas que florecen como setas en diciembre se colaban multitud de relatos de temporada única. Incluso yo me sorprendí de la facilidad para escoger mis ocho miniseries favoritas entre un ramillete tan fecundo.

Precisamente a raíz de esa lista, el amigo Julio C. Piñeiro, de En clave de cine, me hizo pensar sobre la reciente popularidad del formato. Es evidente que miniseries siempre han existido y la historia de la televisión está jalonada de “taquillazos” de temática tan variada como Raíces, Retorno a Brideshead o Hermanos de sangre y apuestas tan innovadoras para el medio como El prisionero (aunque con 17 capítulos no sé si podría considerarse “mini”), The Singing Detective, la House of Cards original, The Corner o La mejor juventud.

Más allá de la fertilidad que la miniserie ha cosechado en el ecosistema televisivo británico, donde ha sido más habitual en sus parrillas, quien más, quien menos encuentra familiares títulos como State of Play, John Adams, Generation Kill, Dead Set, Olive Kitteridge o Hatfields & McCoys. Sin embargo, ha habido un acelerón reciente. La conversación seriéfila de los dos o tres últimos años resulta ininteligible si uno no ha visto series limitadas como A Very English Scandal, The Terror, Chernobyl, Watchmen, Así nos ven, Podría destruirte, Gambito de dama, Normal People y en España el salto de este 2020 también ha venido marcado por miniseries como La línea invisible, Patria o Veneno.

El boom, pues, parece incontestable. ¿Por qué? Disto de ser un experto en audiencias o rentabilidad empresarial -bueno, realmente no soy experto en nada-, pero me aventuro a lanzar algunas hipótesis para explicar cómo un formato que solo gozaba de apoyo continuado en cadenas como HBO o BBC se está democratizando en esta era de las plataformas.

  1. La rentabilidad de la globalización. Con la irrupción del “modelo Netflix”, se ha consolidado un nuevo ecosistema que permite que productos mucho más cortos resulten lucrativos al disponer de una audiencia potencialmente planetaria. Hay mil matices para hablar de beneficio, pero podríamos resumirlo así: si hace décadas se consideraba que una serie procedimental necesitaba de cuatro temporadas (unos 100 capítulos) para resultar plenamente rentable en las reposiciones y la sindicación, el panorama es ahora muy diferente. Propuestas breves de gran presupuesto pueden recuperar la inversión y obtener beneficios al asegurar que llegarán a los hogares de millones de espectadores casi inmediatamente, no solo a los de tal o cual mercado nacional.
  2. Ante tantísima oferta, la miniserie ofrece una experiencia narrativa completa. Vemos televisión muy por encima de nuestras posibilidades. Hay tanto para elegir que la libertad produce mareo y la serie del año de cada semana una ansiedad incontrolable. Hay psicólogos que lo han estudiado y hasta le han puesto nombre: el “Too-Much-Choice Effect”. En esta carrera por estar al día en tropecientas plataformas y canales, no hay duda del aliciente que supone una historia cerrada de 3, 7 ó 10 horas.
  3. El exitoso precedente de las series-miniseries o series limitadas antológicas. En octubre de 2011 se estrenaba American Horror Story, el terror psicotrópico de Ryan Murphy y Brad Falchuck. Otro día hablaremos de este formato, una de las grandes innovaciones de la pasada década. Lo relevante ahora es recordar cómo el concepto de temporada autónoma ganó fuerza en el paisaje estadounidense. True Detective, Fargo, American Crime Story o Feud demostraron la viabilidad industrial y la fortaleza dramática de una historia que se abría y cerraba en menos de diez episodios. Una vez conquistada esa colina, ¿por qué auto-encorsetarse a una franquicia antológica de miniseries?
  4. Capacidad para atraer talento de actores, guionistas o directores más “cinematográficos”. El prestigio y éxito de la televisión no ha cesado de atraer nombres de primer nivel a la pequeña pantalla. Los últimos directores en venir, por ejemplo, han sido Luca Guadagnino, Susanne Bier o Rodrigo Sorogoyen. En intérpretes la nómina es extensa: Julia Roberts, George Clooney, Jude Law, Matthew McConaughey, Nicole Kidman… La miniserie fomenta esto precisamente por su longitud. No es lo mismo pedir un compromiso para un relato que puede prolongarse durante varias temporadas, que traer el glamour y el carisma bajo un contrato mucho más acotado, con principio y fin nítido. Puede que la pandemia termine de precipitar el salto, pero del star-system ya solo faltan por aterrizar en la televisión los habitantes del escalón más alto: Brad Pitt, Scarlett Johansson, Leonardo DiCaprio, Charlize Theron, Javier Bardem, Penélope Cruz y peña así.
  5. La posibilidad de continuar si el producto funciona. En principio, una miniserie debería abarcar un relato cerrado. Pero ya sabemos que, en esta época de hemorragia de contenidos, el concepto de serialidad se ha metamorfoseado en una condición elástica. El punto final ha dejado de existir; que se lo pregunten a Blade Runner, Twin Peaks Obi-Wan Kenobi o Norman Bates. Si antaño la miniserie podría erigirse en backdoor pilot (aquellas sensacionales tres horas de Battlestar Galactica) o su éxito asegurar una continuación (mi generación apenas sabe que la mítica V fue inicialmente una miniserie de dos episodios), hoy podemos encontrar casos como Big Little Lies.
  6. Posibilidad de experimentación y riesgo. Como explican en este ilustrativo artículo, las miniseries permiten probar cosas, buscar productos diferenciales, pero sin hipotecar toda una cadena. Sí, la televisión reciente siempre se ha caracterizado — como cualquier industria — por la innovación. La clave es que en los últimos años se ha configurado un panorama que ha alentado que guionistas, directores y cadenas puedan arriesgar más en sus conceptos, precisamente por lo acotado de la serie limitada. Lo que nos lleva al siguiente punto.
  7. Control de daños en caso de desastre. Si el final de The Undoing decepcionó tanto, si las complicaciones para adaptar la novela Catch-22 a la pantalla se revelan insalvables, lo bueno de la “serie limitada” es que no hay por qué continuar. Sí, es evidente, de toda la vida de Dios han existido las cancelaciones, pero con este formato al menos se respeta la visión creativa y se premia la fidelidad del espectador dándole un producto acabado en lugar de dejarle colgado de la brocha.
  8. Generar acontecimientos televisivos. Grandes presupuestos, ambición visual, concepto sofisticado, conversación prolongada en redes durante un par de meses… Dos de los eventos más esperados de este inicio de 2021, por ejemplo, se adecuan a estos parámetros que pueden regir para las miniseries high-concept: The Stand, basado en el novelón apocalíptico de Stephen King, y WandaVision, una pieza más del popular universo Marvel.
  9. Relatos pegados al momento. Esto lo hacía muy bien la HBO, que levantaba productos con intérpretes importados de la gran pantalla, para historias muy unidas a polémicas sociales o políticas, en ocasiones metafóricamente: Recount, Game Change, The Wizard of Lies, Bad Education… Ahora que las miniseries van cogiendo tracción será más habitual encontrar libretos escritos con la CNN encendida. Qué sé yo, puede que dentro de unos meses veamos una historia corta de tres o cuatro episodios sobre el asalto al Capitolio o el verano de violencia del Black Lives Matter, relatos que no soportarían tan bien la continuidad -temporal y narrativa- de un relato desparramado en varios años.
  10. Desarrollar historias que no dan para varias temporadas, pero que se quedarían cortas para una película. Algunas de mi podio de este año se adecuan a este característica. Gámbito de dama, Devs o Podría destruirte concluye con tal rotundidad que resultaría una pifia tratar de expandirlas en nuevas temporadas. Al mismo tiempo, son relatos con tanta peripecia narrativa que una película de dos horas las habría constreñido tanto que hubieran perdido eficacia.

Al final ha acabado saliendo un decálogo, demonios. Debe de existir por ahí algún estudio psicológico -los hay para todo- que explique por qué la mente ostenta semejante querencia por el número diez. En todo caso, parece un número simpático para calibrar si estamos ante una edad dorada de las miniseries… o una fiebre pasajera. Al final, como cantaba Fito Páez, es lo de siempre: habrá que darle tiempo al tiempo para obtener la respuesta.

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